10.

82 4 0
                                    



—¿Viste la cara que puso? El pobre ha de estar llorando en el baño, todavía.

Tanto Monse como Eduardo rieron. La chica se había recargado en el hombro del muchacho sin mostrar indicio de temor, algo que Lilly no paso por alto.

Junto a ella, Antonio caminaba con una media sonrisa bien impresa.

Desde que habían dejado a Luis, la castaña se encontraba en un estado de shock silencioso, que parecía no estar dispuesto a abandonarla. No sabía a dónde la llevaban, y menos, le estaba poniendo atención al camino; todo lo que quería era llegar a un sitio en donde pudiera comer algo, antes de que la campana sonara.

¡Su comida!

Por fin, su cuerpo reaccionó y Lilly alzó la bolsa de plástico que todavía traía en la mano. Sabía lo que se encontraría, pero no estaba preparada para ver la magnitud de los daños con sus propios ojos.

Ambos enchilamolletes se habían convertido en una masa uniforme en el fondo de la bolsa, volviéndose uno con la servilleta que le habían puesto, y manchando el paquete de galletas y el empaque del jugo de mango.

Reprimiendo las lágrimas de coraje que amenazaban con hacer de las suyas, Lilly lanzó un fuerte suspiro y abrió la bolsa, metiendo la mano y sacando un trozo de uno de sus enchilamolletes, para llevárselo a la boca con dificultad. Una parte de la comida se desmoronó antes de entrar, pero por lo demás, la comida tenía buen sabor.

Con esa certeza, la castaña buscó un lugar donde sentarse y, acto seguido, sacó la humedecida servilleta de la bolsa; está se fue a la basura junto con una buena porción de crema, queso y salsa, pero no le importó.

Tenía mucha hambre. La persecución y el estrés vivido, habían hecho que le doliera el estomago.

Se encontraba terminándose lo que suponía, era el otro trozo del enchilamollete que había tomado, cuando la voz de Antonio la sacó de sus intensiones.

—¿Por qué te detuviste? Luis todavía podría estar cerca, y...—. Al ver el estado en el que se encontraba la comida de la muchacha, él chico arrugó la frente—. ¿En verdad vas a comerte eso? Está más batido que un licuado.

Lilly se encogió de hombros y dijo.

—Ya no me da tiempo de ir por otros. Además, seguro ya se los acabaron. Quedaban pocos en la cooperativa cuando compre estos.

Antonio iba a decirle algo más, pero Monse tomó al chico del brazo y lo detuvo, dedicándole una rápida mirada a la castaña.

En no se había percatado de ello, pero los ojos de Lilly estaban fijos en un punto lejano. Se había desconectado de la realidad, en un intento por hacer más soportable la situación que estaba viviendo.

Monse se alejó del chico, acercándose a Lilly al tiempo que le robaba un trozo de comida y decía.

—Demonios. Tú sí que eres buena consiguiendo estas cosas—. Con la frente arrugada, la castaña volteo a ver a la muchacha y espero a que dijera algo más—. Sí. Siempre que quiero comer uno de estos, llego a la cope y me encuentro que ya no tienen ni una torta.

Para afianzar aquella declaración, Monse le robo otro trozo de pan con salsa a su amiga, comiéndoselo con ganas.

Lilly le sonrió a medias y asintió.

—No te creas. Hoy era uno de esos días en los que había tenido algo de suerte... Claro que no contaba con que Luis y su bola de idiotas me siguieran y los arruinaran.

—¿De qué hablas? Estas cosas saben bien, y, como mi hermano siempre dice, si esta bueno, comételo.

Ante las caras que Monse le hizo a Lilly, la castaña no tuvo más que reírse de ellas y de sus palabras. Una sensación de alivio la invadió de inmediato, y se dio cuenta de lo cerca que estaba de ponerse a gritar.

—Gracias, Monse.

—¿Por qué? —. La mencionada le dedicó una mirada inocente y después la tomó de la mano, levantándola de su lugar para terminar detrás de ella, en donde la empujó mientras le decía—. Vamos. Sonia y los demás deben de estarse preguntando, en donde rayos estamos.

A la mención de la chica, se le vino a la mente lo que había pasado en la sala de cómputo. No quería tener que lidiar con Ignacio una vez más, y menos en esos momentos que todavía se encontraba molesta por lo que había ocurrido con Luis.

Monse pareció sentir como se tensaban sus hombros, ya que acercó su rostro al oído de la chica y susurro.

—No te preocupes. Hoy no vinieron algunos a la escuela. Te aseguró que vas a poder comer en paz, y mientras te explicamos el juego en el que necesitamos que nos ayudes.

—Pero, la campana.

—No te preocupes por eso. Acuérdate que hoy y mañana es el torneo de futbol de la escuela, así que la campana nada más va a sonar cuando empiecen con los partidos.

Lilly se mordió el labio. Había olvidado por completo lo del torneo. Ahora ya no tenía pretexto para dejar acompañar al grupo a la sala de cómputo.

—Vamos. Te prometo que te va a gustar—, esta vez fue Antonio el encargado de animarla. El muchacho seguía junto a Eduardo, con las manos dentro de las bolsas del pantalón. Aquel gesto le daba una vista mucho más misteriosa de lo que ya era—. Además, seguro hay algo de comida extra en el salón. Sonia siempre lleva de más, por cualquier cosa.

Lilly torció la boca ante esa revelación. Era cierto que la persecución le había abierto aun más el apetito, pero en verdad no quería lidiar con comentarios mal intencionados.

—Anda. Ya dudaste, así que no hay problema—. Eduardo sorprendió a todos, cuando tomo a la castaña del brazo y la llevo con ellos. Lilly no opuso resistencia—. Apúrense todos, porque tengo un buen de hambre, y lo que menos quiero es terminar del lado de donde van a estar jugando. Capaz que nos pasa lo que a Sonia y Graciela el año pasado, cuando ya no las dejaron ir a los salones hasta que terminó el primer tiempo.

Con esas palabras, tanto Monse como Antonio los siguieron. 

En la secundaria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora