6.

102 9 0
                                    



Lilly se había quedado con la boca entreabierta.

Como siempre tomaba las optativas que tuvieran que ver con deporte o actividades al aire libre, pocas veces había podido entrar al salón de computación, y mucho menos estaba enterada de la existencia de aquel extraño y variopinto grupo, que se juntaba dentro de esas cuatro paredes.

La primera que llamo su atención fue Graciela. Pocas veces había tenido la oportunidad de hablar con ella, pero siempre que lo hacia se daba cuenta de que la chica era mucho más amable de lo que los otros creían, y que, a pesar de ser catalogada como la más bonita de todo el tercer año, era una persona muy simpática y no se creía lo que le decían.

Por otro lado, el ver a Lorenzo y Eduardo la puso un poco nerviosa. Los hermanos tenían fama de ser rudos y no aguantar las tonterías de nadie. Incluso Luis y su grupo los evitaban cuando se encontraban con ellos en el receso, y es que se notaba a ciencia cierta en sus cuerpos, que de verdad habían reprobado un año.

Encogiéndose por su presencia, Lilly estuvo a punto de pasar a la pequeña Sonia, algo que por fortuna no hizo. Y es que la chica era tan bajita que costaba trabajo distinguirla, sobre todo porque había tomado asiento junto a Eduardo, que la tapaba casi por completo. Nunca había tenido la oportunidad de hablar con ella, pero la chica le parecía amable, aunque muy penosa.

Un carraspeo atrajo la atención de Lilly, a lo que esta dirigió su vista a Ignacio, lo que la hizo retroceder un par de pasos.

A él sí que lo conocía. Lo había rechazado un par de ocasiones cuando estaban en primero, y es que, a pesar de ser uno de los más inteligentes del salón, la miraba de la misma forma que los otros chicos. Algo que la entristeció en su momento, por que llego a pensar que nadie vería jamás su verdadero ser.

Eso hasta que llego el último integrante de aquel raro grupo.

Antonio la miraba con su clásico gesto serio, pero cuando la castaña miro sus ojos, pudo ver un curioso brillo en estos. Parecía que no estaba molesto con Monse por haberla traído.

Algo que para nada compartía con algunos de ellos.

—No inventes Monse. De todas las personas que podías haber traído, se te ocurrió cargar con la más ególatra de todas—, las palabras de Ignacio hicieron que Lilly bajara la mirada.

—No seas así. Ella merece estar aquí, tanto como cualquiera de nosotros—, dijo Graciela, con el ceño fruncido—. Además, no recuerdo que conmigo te pusieras tan grosero.

—Ya lo dijiste. Eres tú—, hablo Lorenzo. Este no miraba mal a Lilly, pero tenía los ojos entrecerrados mientras la escudriñaba—, y no es porque tenga algo contra ella, pero no creo que quiera estar aquí, y mucho menos unirse a la partida... No es de las que les gusta pasar el tiempo encerrada.

—Eso es por que sufro de claustrofobia—. Lilly no supo que fue lo que la impulso a revelar aquel secreto tan bien guardado, pero cuando lo hizo, su voz sonó firme—. No me gustan los espacios cerrados, por eso prefiero estar al aire libre... pero claro, es mejor prejuzgar a la gente antes de investigar el porqué de sus acciones.

El hermano se quedó con la boca entreabierta. Tanto él como los demás ya no se sentían con la seguridad de seguir atacando a la castaña.

—Lo ven. Les dije que ella no era como ustedes pensaban—, esta vez fue el turno de Antonio para hablar. Lo hizo con su tono monocorde, pero Lilly pudo detectar un leve matiz de regaño en su voz—. Siempre es lo mismo. Cada que llega alguien nuevo, ustedes se ponen a molestarlo hasta que se cansa y se va.

—Así nunca podremos ser suficientes como para terminar el juego—, agregó Sonia, encogiéndose en su asiento—. Si ella se quiere quedar, por mi no hay ningún problema.

—Tampoco conmigo—, dijo Graciela, dedicándole una gran sonrisa a Lilly—. Ya he cruzando unas cuantas palabras con ella, y nunca se me ha hecho una mala persona.

Eduardo se paso una mano por los cabellos y suspiró.

—Pues, la verdad, yo tampoco tengo mucho problema con que se nos una. No me ha hecho nada ni tampoco a ustedes, así que supongo que está bien.

Lorenzo asintió y volteó a ver a Ignacio. Este no tardó en soltar un fuerte quejido mientras agitaba la mano, sin darle mucha importancia al tema.

—Lo que sea, pero yo no la quiero en mi equipo... No me va a hacer perder con su torpeza.

Las mejillas de Lilly se pintaron de un fuerte tono ciruela. Ya se estaba cansando de estar escuchando al chico, y algunos lo veían.

Sus puños se habían cerrado sin que ella lo notara, haciendo que sus manos se tornaran casi blancas por la presión que estaba ejerciendo en las palmas.

—Bien, ya está decidido... Lilly, eres bienvenida a nuestro grupo de...

—Todavía no—, agregó Ignacio con una sonrisa torcida—. Sugiero que primero se le haga una prueba, para ver si de verdad está de nuestro lado o...

—¡Ya basta!

Las palabras que salieron de boca de Antonio se escucharon tan fuera de lugar que, por un momento, todos se preguntaron quien había sido el que hablo.

Cuando el muchacho se puso de pie, miro a su compañero con firmeza y arqueó una ceja.

—Si vas a seguir molestándola te sugiero que te vayas, ya cuando estés más tranquilo vuelves.

Los ojos de Ignacio terminaron como platos. Varios de los presentes miraba la escena con las bocas entreabiertas y sendas miradas de impresión, pero fue Lilly la encargada de terminar con todo ese asunto.

—No se preocupen. La verdad es que yo solo seguí a Monse por que fue muy amable conmigo, pero no puedo quedarme a jugar—, con una pequeña sonrisa, la castaña dio media vuelta y agregó—. No he terminado la tarea de física, y si no la entrego el profesor ahora si me va a reprobar.

—Lilly...

Antes de que Antonio pudiera decir algo más, la muchacha ya se encontraba saliendo del salón. Con la cola de caballo ondeado al ritmo de sus pasos.

En la secundaria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora