01: "El valle salvaje"

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El detective Armando Cruz tenía una rutina mañanera: abría los ojos de golpe, miraba el teléfono en la mesa de noche a un lado de la cama como si quisiera hacerlo estallar utilizando pura fuerza de voluntad. Luego enterraba la cabeza en la almohada y maldecía en voz alta hasta que la alarma dejaba de sonar. Por cinco minutos. De hecho, era un método bastante efectivo, pues antes de otra ronda de tortura psicológica al son de la canción que más odiaba, ya estaba de pie, con el teléfono en la mano, y frente a la ventana.

Caracas

Le gustaba ver la ciudad por la ventana, desde el séptimo piso de su edificio. Podría hacerlo todo un día, si esa acción egoísta no fuese a cobrar la(s) vida(s) de alguna(s) persona(s), en algún punto del valle salvaje.

Estiró el cuello, los brazos, y arrastró los pies hasta la sala. Colocó música y leyó su periódico: un compendio digital de todos los sitios de noticias, nacionales e internacionales, que le interesaban. Le dio un vistazo a la fecha y no se lo creyó: "15 DE SEPTIEMBRE, 2020"

2020, y la misma mierda.

Revisó el precio del barril de petróleo (el cáliz envenenado de la economía) y supo el dinero estaba entrando. Si lo administraban bien o no, eso era asunto de los que estaban a cargo. Él estaba cansado del discursito: hacia un lado, o a este otro, pero rara vez hacia delante. Qué carajo, pensó, si no trabajas no comes. Reviso las publicaciones de los periodistas y no vio nada como para alarmarse, murmulló lo que le decía al vecino o al guardia de seguridad del estacionamiento después de los buenos días: todo bien.

Se vistió y salió del departamento.

Estaba dentro de su Opel cuando el teléfono vibró en el bolsillo interno de su chaqueta. Lo sacó y atendió sin ver quien llamaba mientras metía la llave en el arranque.

-Príncipe –dijo la voz del otro lado.

-Rey –respondió Armando, sonriendo-¿Todo bien?

-Sí, todo bien –era su amigo, Carlos La Rosa-Tengo una bombita. Es un cuadro atípico, de hecho.

Armando tenía los dedos en posición, listo para darle la vuelta a la llave, pero las palabras cuadro atípico hicieron que su atención se desviara -¿Qué vaina es, Carlos? Te pongo en vídeo.

Colocó el teléfono de manera horizontal sobre el tablero, y en instantes veía la cara de su amigo, en un balcón de la sede.

-Tenemos cuatro muertos en Las Mercedes –Armando frunció el ceño y trató de hallar lo atípico del asunto, probablemente fueron a hacer una entrega y los interceptaron.

-Al parecer, entre las paradas de Metrobus de Las Mercedes y Bello Monte, el tipo se bajó del carro y fue hasta la maleta para sacar a la segunda víctima.

-¿Iban a deshacerse del cuerpo y alguien la cagó?

-Déjame terminar, coño –dijo Carlos. Prendió un cigarro y continuó:-Ahí fue donde lo interceptaron. Hubo una balacera y cayeron los tres.

Armando supo que el que estaba sacando el cadáver de la maleta no era ningún pendejo. Antes de hacer la pregunta Carlos se le adelantó: el tipo era guardaespaldas.

-Los otros dos eran hampones, sicarios –La Rosa sonrió-, quien los contrató hizo un mal negocio; los mataron a los dos. Un solo tipo.

-¿Dónde nos vemos?

-Sólo vengo a darte el reporte. Tienes que verte con Gabriela…

Le echó un vistazo a su reloj.

-Ayer.

-Listo –Armando giró la llave en el arranque y ronroneo del vehículo le sacó una sonrisa. Quizá sería la única del día de hoy. Le dijo adiós a Carlos y puso el altavoz. Era hora de hablar con su colega: Gabriela Tamma, quien estaba muy cerca de la escena.

-Buenos días, Armando.

-Buen día, Gabriela, ¿Qué tal?

-Martes, y con cuatro muertos –Cruz no podía verlo, pero presentía que Tamma estaba levantando una ceja mientras decía eso. Armando guardó silencio mientras cambiaba de canal.

Escuchó un estallido. Gabriela y su chicle.

-¿Qué sabes? –dijo Armando

-La Rosa soltó la bomba cuando salía del departamento, iba camino a la sede. Espero el reporte de los forenses en la escena. Debería estar llegando en cualquier momento.

Ping

Armando esperó, y no escuchó el otro estallido.

-La Rosa tenía toda la razón cuando le llamó a esto una bomba –dijo Gabriela, y antes de que Cruz pudiese articular, continuó:-¿Sabes de moda?

-Tú escoges mi ropa.

Aguzó el oído, y escuchó la risita de su compañera.

-Pues, eso ha de cambiar. Entre las victimas está alguien que ni te imaginas: Aurora González.

Armando frunció el ceño y guardó silencio. El sonido de las cornetas y del tráfico matutino parecía distante ahora. Subió la cabeza y miró el cronometro en el semáforo, cuyo conteo en grandes números rojos parecía dominar todo el campo visual del detective. Pensó: Aurora González… El conteo estaba en diez ahora.

Mierda.

-¿La top-model?

-La misma.

Armando exhaló y abrió los ojos de par en par, ladeando la cabeza hacia el lado derecho. Una niña pequeña en el vehículo de al lado le respondió con otra mueca, pero Cruz no se percató de ello, pues antes de que el contador pusiera la luz en verde ya estaba en movimiento.

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