9 de Octubre del 2015

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9 de Octubre del 2015


La paciencia se le estaba agotando. Al principio al menos Layla respondía a sus mensajes pero ahora no le estaba importando ni siquiera con que estuviera llenándole el buzón con mensajes diciéndole lo preocupado que estaba.

Cuando terminó su última clase, ya ni se molestó en avisarle que estaba saliendo para su casa. Ella compartía departamento con una chica de su mismo curso a la cual solo había visto un par de veces entrar y salir cuando había ido a visitar a Layla.

Tocó la puerta un par de veces cuando llegó y esperó. Vio la sobra de alguien aparecer detrás de la puerta y estuvo brevemente aliviado hasta que notó que no se trataba de su novia sino de su compañera.

―Eh... hola, Beth. ¿Está Layla?

―No. Layla lleva casi una semana quedándose en la casa de su papá ―parecía desconcertada por tener que contárselo―. ¿No lo sabías? Creo que su papá se puso peor.

―Mierda ―masculló, estaba entre molesto y dolido―. No me lo había dicho pero tiende a guardarse las cosas. Gracias por la información.

―Hasta luego.

Estaba maldiciendo mientras volvía a su auto. Sentía frustración porque ella no hubiese corrido directo a él en cuando necesitó ayuda y también le dolía porque no le permitiera sostenerla mientras se estaba derrumbando. Si tenía casi una semana en la casa de Frank claramente nunca estuvo enferma. No sabía por qué había preferido mentirle en lugar de contarle lo que estaba pasando pero ahora iba a averiguarlo.

Casi saltó del auto cuando estacionó frente a la casa de Frank. Se dijo que debía tranquilizarse antes de ver a Layla pero le estaba costando mantener la compostura y no gritarle primero por haberlo apartado, luego besarla para reconfortarla.

Tocó varias veces con desesperación y esperó. Al principio no esperó obtener respuesta porque la casa se escuchaba silenciosa a pesar de haber visto la moto de Layla estacionada al frente. Permaneció en su lugar durante varios minutos hasta que escuchó la cerradura de la puerta y luego se abrió.

Ahí estaba ella.

―¿Qué haces aquí? ―cuestionó ella como si debiera sorprenderse de que él pudiera ir a buscarla.

Todas las reacciones que imaginó que tendría en ese momento mientras conducía ahí se esfumaron, en su lugar lo único que pudo hacer fue rodearla con sus brazos y apretarla contra sí más fuerte de lo necesario pero necesitaba transmitirle que no se estaba alejando aun cuando ella lo haya querido así.

Layla no respondió, sin embargo. Sus brazos permanecieron a los costados, rehusándose a devolverle el abrazo pero él no se alejó. Con el tiempo la sintió colocar los brazos a los costados de él y sabía que estaría devolviéndole el gesto dentro de poco tiempo pero lo único que sintió como respuesta fue su empujón. La miró sin entender por su reacción pero lo había nada legible en su rostro. Ella en realidad había querido hacer lo que hizo.

―Te pregunté qué hacías aquí ―su voz sonó entre molesta y frustrada.

―Debí estar aquí desde hace cuatro días y no me lo permitiste. ¿Por qué no me dijiste lo que pasó con Frank?

―No es tu problema.

―¡Claro que es mi problema! Todo lo que tenga que ver contigo me concierne y no puedes simplemente alejarme ―dio un paso tentativo hacia ella pero retrocedió―. ¿Por qué haces esto?

―No tienes nada que hacer aquí, Dave. Es mejor si vuelves a tu casa.

―No me estoy yendo, Layla. Te lo dije hace meses y te lo estoy diciendo ahora ―esta vez acunó su rostro entre sus manos y se negó a soltarla cuando ella luchó―. ¿Por qué me alejas?

―No quiero arrastrarte a esto. No tienes por qué quedarte con alguien como yo... ―ahora su voz sonó como un sollozo y vio como sus ojos se aguaban. Ella quería llorar y en lugar de eso estaba peleando.

―No sé a qué te refieres ―le alzó la barbilla lo suficiente para verla a los ojos directamente―. Simplemente habla conmigo, no te cierres.

―Te voy a hacer más daño si hago que te quedes aquí. Necesito quedarme con Frank ―apretó los labios, evitando que su voz temblara pero fallando en el proceso―. Necesito ocuparme de él.

―Eso lo sé y lo entiendo ―aseguró, su tono de voz bajando considerablemente―. Lo que no entiendo es por qué tienes que alejarme en el proceso.

―¡Porque no es justo! ―soltó, exasperada―. No es justo nada de lo que sucede en mi vida y no quiero meterte en ella. No te lo mereces.

―¿A quién mierda le importa eso? ―él también estaba enojado pero por lo terca y testaruda que ella estaba siendo―. No tomes decisiones por mí. ¡Yo quiero estar contigo!

―No es tan fácil como decir palabras lindas... ―sacudió la cabeza y él se sintió herido.

―¿No crees ninguna de las palabras que te he dicho?

―No se trata de eso...

―Pero seguro como el infierno que así lo haces parecer ―quería gritar, quería hacerla entender que le estaba haciendo daño a los dos sin ninguna razón―. ¿Por qué quieres hacer esto sola?

―¡Porque tengo que hacerlo!

―¡No, no tienes! ―se alejó un par de pasos―. Te amo, no vas a hacer o decir nada para cambiar eso y porque te amo necesito saber que estas bien para yo estarlo.

―Nada en mi vida está bien ―sus manos ahora cubrieron su rostro y las lágrimas estaban saliendo por el temblor de su cuerpo―. Es mejor que te vayas.

―No.

―¡Vete!

―¡No! ―la tomó de los brazos y la acercó a él para que pudiera mirarlo fijamente mientras repetía las palabras que parecían no haber penetrado con anterioridad―. Te amo. No hay nada que vaya a cambiar eso.

Ella dejó caer las lágrimas que estaba conteniendo y finalmente se apoyó en él. Su agarre parecía como si la vida se le fuera en ello y tal vez lo hacía porque, ahora mismo, probablemente él era lo único que la mantenía en pie.

Ninguno de los dos habló mientras él la tomaba en brazos y la llevaba hacia el sillón donde se sentó, acunándola entre sus brazos. Pensó que así permanecerían y no tendría ningún problema con eso pero, como siempre, ella tenía algo más para decir.

―También te amo.

Y por alguna razón, en lugar de una demostración de afecto, esa declaración parecía una sentencia.

Layla personalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora