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Dos meses después...

–Vamos, viejo, tienes que salir de aquí. –ignoré a Nino mientras me cubría con las mantas de mi cama.

–No sé quién te dejó entrar, Nino, pero lo mejor es que te vayas –le dije.

–Me dejó entrar Natalie, tu padre le dio permiso. Están preocupados por ti, Adrien. Ya han pasado ¡dos malditos meses! Tienes que superarlo.

–¡No!

–Escúchame, Adrien. Supéralo. Ella se fue y no ha vuelto. Dudo que vuelva. Odio decir esto, pero ¿por qué no les das oportunidad a otras chicas? Quizás a Chloe... –Nino hizo un sonido como si tuviese ganas de vomitar.

Alcé la cabeza por primera vez, desarropándome.

–Ni en un millón de años –dije, con expresión de horror.

–Ese es el Adrien que conozco –dijo Nino, sonriendo.

Volví a recostarme.

–Ese no.

Plagg se escondía en algún lugar recóndito de mi cama, procurándose de que Nino no lo viera. Nino pareció darse por vencido, porque comencé a escuchar las teclas de su celular.

Ese debía ser el decimotercer intento de Nino de devolverme a la civilización. Los últimos meses se mantuvo yendo a casa tratando de persuadirme, cosa que obviamente no le funcionó.

Plagg apenas me dirigía la palabra. Marinette había tenido razón: el Papillon había huido, ya no habían más Akumatizados en París, pero seguía existiendo el crimen. Por primera vez no le importaba quedarse en casa y vaguear, hasta el reconocía que Chat Noir era necesario.

Pero yo no quería volver a ser Chat Noir. No quería ser Adrien Agreste. No podía hacerlo sin Marinette, sin Mi Lady.

–Levántate –dijo Nino–. Tengo una sorpresa esperándote en el parque y comienza con M.

Me levanté abruptamente de la cama. ¿Acaso Nino había dicho...?

–¿Estás hablando en serio, Nino? –dije, siendo consciente del brillo de desespero que debían reflejar mis ojos.

–Totalmente en serio –sonrió él–. Así que levántate, date un buen baño, péinate y arréglate. No queremos hacer que espere.

–¡Definitivamente no! –dije con un ánimo salido del infinito.

Creo que hice todo a la velocidad de la luz. Fue tan eufórico que me revisé varias veces haber combinado bien mi ropa.

Marinette. Marinette. Marinette.

Al fin la vería. Mi Lady... Al fin. ¡Al fin! Sólo podía pensar eso. Me decía a mí mismo que sólo con verla de lejos me sentiría mejor, pero sabía que me mentía; sabía que en el instante en que la viese le brincaría encima, la abrazaría, nunca querría soltarla...

Parecía un niño pequeño, así que traté de controlarme. Tenía que mostrarle que era todo un hombre... ¿no? Demonios, ¿qué se suponía que debía hacer? ¿Qué le diría?

Nino me llevó hasta la Torre Eiffel. Había una especie de feria. ¿Qué día era? ¿Qué celebrábamos? Y luego fue que sonaron los altavoces. Reconocí la canción: la canción que Jagged Stone había compuesto especialmente para Ladybug. Pero... Marinette no estaba en ningún lado.

–¿Dónde está Marinette? –le pregunté a Nino.

–Dije que tu sorpresa empezaba con M, no que fuese Marinette. Tu sorpresa es la música, viejo.

Por primera vez sentí la necesidad de golpear a Nino, pero no lo hice. Me quedé plantado durante media hora allí, escuchando el concierto, aunque en verdad no escuchaba nada. Era como si no pudiera procesar del todo lo que ocurría.

Al final, Nino se acercó de nuevo a mí.

–Pensé que esto te animaría –dijo–. ¡Jagged Stone es tu cantante favorito, por Dios! ¿Qué rayos es lo que quieres, Adrien?

–¡Quiero a Marinette! –le grité–. ¿Cómo es que no lo puedes entender? ¡Por supuesto que no lo entenderás! Tienes a Alya, tienes a la persona que amas a tu lado. ¿Cómo te sentirías si ella se marchara y nunca volvieras a verla? ¿Cómo diablos te sentirías, Nino? ¡Estoy muriendo lentamente! ¡Mi vida no está continuando, sólo están pasando los días!

Nino se quedó sobresaltado. Obviamente, no se esperaba que yo dijese todo aquello.

–Lo siento, viejo. No puedo decir que sé cómo te sientes porque la verdad es que no, pero tienes que seguir delante de alguna forma.

–¿Ah sí? Pues yo no quiero seguir adelante, no sin Marinette.

Comencé a alejarme de él, quería volver a la mi escondite en casa, infestado de los comentarios un poco hirientes de Plagg y el horrible olor de su queso.

–Espera –dijo Nino. Paré de caminar, pero no me volteé–. Si la pudieras volver de nuevo, ¿qué harías? ¿Siquiera has pensado qué podrías decirle?

–No lo sé –dije, aún sin voltearme, la verdad no quería verlo, tenía la sensación de que me enojaría más–. No tengo ni la más mínima idea. Supongo... supongo que le diría que me dejase entregarle mi corazón, aunque sea sólo los añicos, porque ella ya me lo ha roto. Supongo que por ella..., por ella estaría dispuesto a durar años tratando de pegar cada pieza en su lugar para darle mi corazón como se lo merece: completo.

–Lo aceptaría aunque no quedara más que un fino polvo de él –dijo una voz.

La reconocí. Mi corazón se aceleró, de esa manera que sólo Mi Lady podía provocar en mí. Me volteé tan rápido que casi me caigo, y ahí estaba ella: Marinette. Estaba al lado de Nino. ¿De dónde había salido? Eso no tenía mucha importancia, lo importante es que en verdad era ella.

–¡Sorpresa! –canturreó Nino.

–Mari... –comencé a decir.

Pero ella no mostraba expresión alguna en su rostro. Verla de esa manera me hacía daño, no parecía ser la Marinette que yo conocía y me invadió un horrible pavor: el miedo de que quizás yo hubiese provocado que ella se volviese una persona fría.

Marinette avanzó hacia mí, su rostro inmutable. Yo tenía miedo de moverme, temía que volviese a cometer otro error, a decir alguna que otra estupidez, y ella se fuese de nuevo. Sin embargo, antes de que pudiera formular algo más o menos decente que decirle, ella me abrazó. Me abrazó con fuerza, tanta, que sentí que las piezas de mi corazón roto se iban juntando. Mi Lady... Mi Lady estaba conmigo de nuevo.

Y estaba sollozando.


Cartas de Mi Lady.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora