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Abracé a Marinette tan fuerte que pensé que podría romperla, lo cual sería algo estúpido, Mi Lady era muy fuerte.

–Marinette... Mi Lady... –le susurré en el oído. Ella se apartó de golpe, ¿qué hice?

–No lo soy –dijo ella.

–Pero...

–Nino y Alya me hicieron entrar en razón, a Marinette, para que viniera y te dejara las cosas claras, Adrien –dijo ella, secándose las lágrimas.

–¿Dejarme las cosas claras? No tienes que hacerlo, Mari –le dije, tratando de secar las lágrimas que le quedaban, pero ella no me dejó, al ver mis intenciones se las secó ella misma a la velocidad de la luz.

Me sentía tan frustrado.

–No tienes que hacerlo, Marinette –volví a decir–. Sé que no me quieres, ya me lo has dejado en claro. Y lo siento, pero eso no cambia las cosas, sigo y seguiré enamorado de ti.

–¿Es que no lo entiendes? ¡No estás enamorado de mí! –casi gritó ella, y sus lágrimas comenzaron a desbordarse nuevamente–. Estás enamorado de Ladybug, no de mí, y ahora que sabes la verdad piensas que por ende también me amas. Lamento decirlo, pero las cosas no funcionan así.

–Lamento decirlo, pero eso es mentira, porque en verdad te amo, Marinette.

Ella comenzó a sacudir la cabeza. Me comenzaba a preguntar si la etapa de la negación no desaparecería nunca.

–Mira, Adrien –comenzó ella–. Vine hasta aquí porque de verdad pensé que no sería justo para ti que no lo supieras. Vine hasta aquí para decirte que, además de lo obvio, estás obsesionado. No es amor.

–No digas eso, Marinette...

–Yo... No te amo. No más.

Me quedé paralizado unos segundos que me parecieron eternos. ¿En verdad había escuchado bien? No podía, simplemente no podía. No me di por vencido tan fácil.

–Mientes –dije, y ella alzó sus ojos cristalinos hacia los míos–. Mientes porque no me miraste a los ojos cuando me lo dijiste, mientes porque estás llorando y si no me amaras esto no te afectara; mientes porque miró tus hermosos ojos y veo el amor en ellos. Dices que no te amo, pero mientes; mientes porque no te atreves a verme a los ojos y ver que están iluminados de amor, amor por ti. Te niegas a mirarme porque piensas que en cualquier momento todo será mentira y despertarás de un horrible sueño. Lamento decirlo, Mi Lady, pero esto es real. Mis sentimientos por ti son reales y sé que me amas. Lo sé porque lo siento, lo siento dentro de mí, en cada célula de mí ser, al verte y cuando me ves, que nos amamos, Marinette.

–¡Es que no lo puedo asimilar, Adrien! ¡No hay nada que me indique que me ames sólo porque amas a Ladybug!

Por Dios.

–Escucha, Mari. –pero ella ya estaba caminando lejos, sabía que todo esto le estaba haciendo daño, ni más ni menos como a mí. Fui tras ella y la abracé, a la fuerza, lo admito, y créanme cuando les digo que tenía el horrible pavor de que en cualquier momento me diera una paliza con tal de librarse de mí–. ¿Quieres saber por qué te amo? Bien. Desde el momento en que te vi cuando comencé a estudiar, supe que eras alguien especial, alguien quien quería tener en mi vida, pero no pude asimilar si me gustabas o no, a pesar de todos los buenos momentos que pasé contigo. Tienes razón, las cartas cambiaron todo, y aunque yo estaba perdidamente enamorado de Ladybug al leer tus cartas... me di cuenta de que eras incondicional, que me escuchabas, que me entendías, y cada vez que tenía un mal día siempre estaba una de esas hermosas cartas esperándome, alegrándome. No me di cuenta a la primera, ni a la segunda, pero la tercera es la vencida, ¿no? Y cuando vi que fuiste tú la que me envió ese poema en San Valentín, cuando vi que fue la hermosa chica de pelo oscuro y ojos azules, no tuve dudas. Ese San Valentín... Nunca olvidé ese poema. Tengo la tarjeta guardada, y si no fueras la chica más hermosamente torpe del mundo y la hubieras firmado, te hubiese amado antes como ahora sé que te amo. Fuiste mi luz todos estos años, Marinette. Y cuando te fuiste aún lo seguiste siendo. Y no, no es sentimiento de gratitud que siento hacia ti, porque los amigos no sienten deseos de besarse de la forma que yo quiero besarte a ti.

Marinette parpadeó varias veces, como procesando lo que le había dicho. Se tambaleó un poco hacia atrás, pareciendo algo mareada, y se tropezó con sus propios pies. Mas yo estuve allí, yo la sujeté, yo sería su roca, ahora y siempre.

–¿Quieres besarme? –dijo ella, con los ojos agrandados, como confundida.

–Mi Lady, justo como dije, eres hermosamente torpe –respondí, y la besé.

Marinette no me correspondió durante unos segundos, se había sobresaltado. Pero lentamente me devolvió el beso. Un beso por el que había soñado durante años y que me había estando desquiciando, un beso cálido, amable e impregnado de nuestro incondicional amor hacia el otro.

–No quiero que vuelvas a dejarme –le dije, al separarnos–. No lo soportaría.

Marinette se quedó callada y puso la mano en mi mejilla. Un tacto suave y cálido... Me estremecí.

–No me iré a ningún lado –dijo ella, mientras impactaba sus labios contra los míos nuevamente.


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Cartas de Mi Lady.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora