Capítulo 3

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El timbre sonó por tercera vez en menos de treinta segundos. A pesar de que había llamado a su personal para que se ocupara, todos parecían estar muy ocupados como para dignarse a abrir la puerta. Como consecuencia, ella debería levantarse del sofá para ir a recibir a quienquiera que estuviese molestando.

Había pasado sólo dos días desde que se enteró de la verdad. Los Valente la evitaban como a la peste y sólo se codeaban con ella por motivos laborales, sin jamás inmiscuirse en la lucha interna que estaba llevando. A Luna de plano no se le veía el pelo. Vivía las horas metida en su habitación y no era como si ella quisiera cruzársela tampoco. Ambas trataban de eludirse mutuamente lo máximo que les permitía estar viviendo en la misma casa, y le constaba que todos los demás eran cómplices de sus desencuentros.

No había platicado del tema con Sharon después de la conversación en la que le contó todo. La mujer parecía alterada, pero Ámbar sabía que era más por su asunto con Luna que por la tranquilidad de su ahijada. Charlaban lo justo y necesario, guiándose por el código de los buenos modales a la hora de saludarse. Sharon ni siquiera le preguntaba cómo estaba, ya que sabía que la respuesta sería una sarta de palabrería a la que ella consideraba los lloriqueos de una niña caprichosa.

En realidad le agradaba la ley del hielo que todos aparentaban estarle aplicando. Le ahorraba problemas mientras intentaba olvidarse de su desconcierto y preocupación ante las revelaciones hechas hace tan poco tiempo. Prefería dedicarse a sus cosas y agradecía que a aquella intrusa insoportable no se le hubiese ocurrido visitar los espacios que compartían últimamente.

Resoplando con hastío, abrió la puerta. Esperaba encontrarse con que alguno de sus empleados más incompetentes hubiese olvidado la llave o tuviese las manos demasiado ocupadas con bolsas como para buscarla (cosa que solía pasar), pero terminó encontrándose con algo muy diferente. Algo que la sorprendió más que cualquier otra cosa.

— ¿Puedo pasar?—preguntó Matteo seriamente, mientras recargaba la mano en el marco de la puerta.

Ámbar sintió que algo dentro de ella se quebraba. Recordó la humillación y la amargura de la derrota. Revivió el momento en que entró al Jam & Roller para toparse con que todos los amigos de Luna estaban alrededor de ella y su exnovio, felicitándolos por su nueva relación. Incluso Gastón, con su brazo alrededor de los hombros de Nina, que se encogía nerviosa a su lado. La gota que colmó el vaso fue cuando Jazmín aplaudió entusiasmada, con toda la intención de ir a darles sus felicitaciones. El resto era historia. La historia del final de su vida.

Se aclaró la garganta, levantó el mentón y, tratando de que su angustia no se trasluciera en su voz, hablo.

—Un poco tarde para pedirme perdón, ¿no te parece?

Matteo entró sin esperar a que le diera permiso.

—En realidad, venía a ver a Luna—dijo, inspeccionando el lugar como si jamás hubiera estado allí con las manos en los bolsillos.

—Sabés muy bien que tenés prohibido venir a verla en mi casa—le recordó, cerrando la puerta y volviéndose hacia él.

—Sí, ya lo sé. Pero ese es el problema: no la veo hace un montón de tiempo. Ya no va más al Roller y tampoco atiende mis llamadas. Quería asegurarme de que está bien.

—Bueno, te alegrará saber que está más que bien. Acaba de enterarse de que es la heredera de una gran fortuna y todo. Así que te podés ir.

—Eh, pará, ¿cómo es eso?—dudó, confundido—. ¿Está en su cuarto? Tengo que subir a hablar con ella.

Otra vez sin aguardar por una respuesta, empezó a dirigirse hacia arriba, saltándose escalones.

—Tu cinismo no tiene límites, ¿verdad, Matteo?—dijo la chica, parándose a los pies de la escalera y viéndolo detenerse y girarse para mirarla—. ¿Venir a mi casa a hablar con esa chiquita y ni siquiera molestarte en disimularlo? No esperaba eso de vos.

La caída de la reina (Simbar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora