Capítulo 5

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Ni bien terminó de guardar sus cosas en el casillero, Luna escuchó que alguien gritaba su nombre. Dio media vuelta para ver de quién se trataba y, en menos de dos segundos, su mejor amigo estaba corriendo hacia ella con los brazos abiertos.

— ¡Simón!—exclamó, repentinamente contenta, antes de que el chico la abrazara y la levantara en lo alto, girando un par de veces mientras ambos reían.

Cuando por fin la dejó aterrizar y se soltaron, ella notó que toda la angustia por lo que pasaba en su familia había desaparecido. Cada vez se convencía más de que ver a Simón era algo que necesitaba. Si pasaban mucho tiempo separados, las cosas se tornaban muy grises y la vida iba perdiendo poco a poco el sentido. Más allá de las confusiones del pasado, no le cabía duda de que aquel muchacho era como su hermano del alma, y él también había aprendido a verla de esa forma. Durante los primeros días de su noviazgo con Jazmín, Luna se enfadó muchísimo con él e incluso intentó aplicarle la ley del hielo. Pero eso no duró más tiempo del que pudieran tolerar, pues casi enseguida se citaron para hablar del asunto y ella terminó aceptándolo. Su amistad era demasiado valiosa como para dejar que se arruinara por algo así.

—Se te echó mucho de menos por acá—le contó él.

Ella rió.

—Yo también extrañé este lugar y a todos—dijo con una sonrisa—. Pero neta que me sentía demasiado mal y tenía miedo de cruzarme con...

—Sí, yo entiendo. Igual no te preocupes por ella. La vi hace unos segundos y está bien lejos de donde tú te sientas siempre. Si actúas como si no la vieras, estoy seguro de que no te va a dar ningún problema.

—Uf, menos mal, porque neta que no estoy de humor para discusiones.

Los dos empezaron a caminar hacia la zona de la cafetería. Luna seguía contemplando todo como si fuera la primera vez que estaba allí. En algún punto de ese fin de semana, realmente creyó que nunca querría regresar.

—Oye, ¿tú cómo crees que esté ella?—preguntó la chica.

Simón lo pensó brevemente y negó con la cabeza.

—Mira, Luna, la verdad es que yo la noté muy rara. Jazmín me dio a entender que tampoco quiere hablar contigo, así que... Esto es muy raro.

—Ay, Simón, no te haces una idea de la cantidad de veces que he escuchado y dicho esa frase estos últimos días.

—Es que no es para menos. Enterarte de algo así...

—Prefiero distraerme de eso, si no te importa.

Ambos se detuvieron en algún punto cerca de la barra.

—Claro—dijo él, serio—. Claro que no me importa. Yo sólo quiero que estés bien y que sepas que estoy aquí para ti cuando me necesites.

—Ya lo sé, amigo. Por eso te quiero tanto—coincidió ella, sonriendo y poniendo una mano en su brazo.

Durante unos segundos, los dos se quedaron callados, hasta que él encontró la forma perfecta de cambiar de tema para no incomodarla.

—Oye, escuché a Tamara decir que la competencia está a la vuelta de la esquina—ni siquiera notó que la expresión de Luna había cambiado—. Tal vez sea hora de empezar a pensar en... Luna, ¿te pasa algo?

Ella meneó la cabeza, pero la forma en que miraba hacia abajo y se mordía el labio le indicó que mentía.

—Luna, acuérdate que te conozco desde que estábamos chiquitos—advirtió Simón—. A mí no me puedes engañar. ¿Qué te pasa? ¿Es por lo de tus padres biológicos...?

La caída de la reina (Simbar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora