Capítulo 7

731 41 3
                                    

Sharon le dio un sorbo a su té y cerró los ojos, escuchando la música clásica que emanaba del equipo de sonido. Estos últimos días habían sido los más estresantes de su vida. Sumándose al impacto de que había tenido a su sobrina en frente por mucho tiempo sin saberlo, ni Ámbar ni Luna querían hablar con ella. Las dos se esmeraban demasiado en no cruzarse en su camino. Aunque estaba acostumbrada a la soledad y solía disfrutarla, ahora lo único que le importaba era que las cosas tomaran su lugar. Resultaba irónico: jamás había estado tan cerca de tener una familia otra vez, y aún así estaba más aislada que nunca.

Escuchó que alguien se aclaraba la garganta y, usando el control remoto que tenía al lado para apagar el equipo de audio, se volvió hacia la entrada de la sala. Era Rey, naturalmente. Sus manos estaban unidas detrás de su espalda y tenía una expresión seria en el rostro.

—Ah, eras vos Rey—suspiró Sharon, volviendo a acomodarse en el sillón—. ¿Hay algún problema en la mansión?

—En lo absoluto, Miss Benson. El personal está trabajando a la perfección—le informó, solemne.

— ¿Entonces qué te hace venir a molestarme en mi único momento de esparcimiento?

El hombre caminó hasta quedar en frente de donde ella estaba sentada. La contempló unos instantes y ella alzó la ceja, demostrando su impaciencia característica.

—Discúlpeme, sólo quería hablarle. Estoy preocupado por usted, Miss Benson.

— ¿Preocupado por mí?—dijo intrigada, colocando su taza de té sobre la mesa auxiliar—. Explicate, por favor.

Rey se atrevió a sentarse en el sofá más cercano. Apoyó los codos en sus rodillas y buscó la forma apropiada de hablar sin que su patrona considerara que se estaba entrometiendo.

—Bueno, hace relativamente poco que descubrió la verdad sobre su sobrina y... No lo sé, pensé que quizás necesitaría hablar con alguien. No pude evitar notar que su ahijada no se lo está poniendo particularmente fácil con una actitud un tanto distante hacia usted en este momento tan intenso de su vida. 

Si Sharon se sorprendió por sus palabras, se las arregló para no exteriorizarlo. Sólo se mostró ofendida, como solía hacer cuando se sentía amenazada.

—De la actitud de mi ahijada me encargo yo—replicó, tajante—. Y espero que esto no sea un intento de sermón, Rey. Te recuerdo que tus tareas son exclusivamente administrativas. Sos mi secretario, no mi psicólogo. No es tu trabajo preocuparte por mí, mucho menos si interfiere con el cumplimiento de tus verdaderas obligaciones que son muy generosamente remuneradas. Te podés retirar.

Antes de que él pudiera decir algo, ella encendió la radio otra vez y la música clásica silenció las disculpas del empleado.

—Con permiso—susurró Rey antes de marcharse, pero sabía que Sharon no lo había escuchado.


—Ay, Jazmín, no te pongas pesada. Ya te dije que no—se quejó Delfi, acelerando.

Ambas chicas habían salido a patinar por la plaza para despejar sus mentes antes de ir a entrenar para la competencia. Y aquella era la quinta vez desde que se encontraron que Jazmín insistía en un tema del que su amiga estaba harta.

— ¿Por qué no, Delfi?—protestó—. Me vas a hacer quedar pegada. Ya le prometí que lo íbamos a ayudar.

—Bueno, ¿qué querés que te diga? Por ahí tendrías que dejar de hacer promesas que no podés cumplir.

—Pero no nos cuesta nada hacerle ese favorcito chiquititito diminuto...

—Nos cuesta, sí. Nos cuesta la reputación del Fab & Chic. Me la paso diciéndote que no podés usar nuestro canal para todo lo que se te antoje. Mucho menos si tiene que ver con Simón. Me estoy cansando de que no te tomes en serio esto. No sé, te la pasás vendiendo o hasta regalando nuestra página. ¿No entendés que ya con cierta popularidad tenemos que mantenernos fiel a una esencia? Nuestros seguidores esperan algo específico de nosotras, no el blog personal de Jazmín.

La caída de la reina (Simbar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora