Capítulo 10

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—No sé cuánto tiempo pueda soportarlo, Rey—dijo Sharon, tocando nerviosamente el pendiente de una de sus orejas mientras contemplaba las fotos de su hermana sobre la chimenea.

Rey se mantenía a una distancia prudente, asegurándose de darle el espacio que hiciera falta. Su semblante permanecía serio.

—Hay que darle tiempo, Miss Benson—la tranquilizó—. No olvide que para su sobrina esto tampoco debe ser fácil.

—Pero ya pasó una semana—replicó, volviéndose hacia él de golpe—. Parece una broma de mal gusto: vivimos en la misma casa y se las ha ingeniado para evitarme todos estos días.

—Pensé que ambas estaban de acuerdo en que usted le daría su espacio.

—Lo sé, pero decirlo es más sencillo que hacerlo. Estoy empezando a perder la paciencia. No soy una mujer a la que le guste esperar para conseguir lo que quiere—tomó asiento en su sillón, masajeándose las sienes.

—Despreocúpese, Miss Benson. Le aseguro que las cosas no tardarán mucho en tomar su lugar.

—Espero que tengas razón, Rey... Podés retirarte.

Rey asintió y dejó la sala de estar. Entonces Sharon se dio cuenta de que le urgía un té para relajarse y aclarar sus ideas.

— ¡Amanda!—llamó.

No hubo respuesta alguna.

— ¡Amanda, vení por favor!—volvió a gritar.

La susodicha seguía sin aparecer y, furiosa, la dueña de casa se incorporó y decidió ir a buscarla por su cuenta. Resultó estar sentada a la mesa de la cocina, con la cabeza colgando hacia atrás y un paño húmedo sobre la frente.

— ¡No se puede creer!—se quejó Sharon en voz alta.

Sobresaltada, Amanda despertó, se quitó el paño de la cara y se puso de pie, arreglándose el uniforme en el proceso.

—Hace media hora que te estoy llamando, Amanda—le reclamó su jefa—. Y ahora vengo a la cocina ¿y qué me encuentro? A quien se supone que debería velar por mi comodidad y nivel de vida durmiendo en el trabajo. Empieza a cansarme tu inoperancia. A menos que te corrijas me veré obligada a tomar medidas.

—No, no. Por favor, señora Sharon, le pido una disculpa. Pero le ruego que no tome medidas. Yo me voy a aplicar, se lo prometo—se excusó apresurada.

— ¿Se puede saber qué te pasa últimamente que siempre estás tan cansada y distraída?

—Nada, es simplemente agotamiento laboral. Nada grave...

— ¿Estás segura? Lo último que necesito es que me llegue una carta de documento de servicios sociales alegando que maltrato a mis empleados.

—Le aseguro que no va a pasar nada de eso, señora Sharon. ¿Qué necesitaba?

—Quería un té, pero la incompetencia de mis empleados es algo que siempre acaba con mi apetito, así que ni te molestes.

Acto seguido, Sharon dejó la cocina y Amanda, sobrecargada por la tensión de la escena, rompió en llanto. Segundos más tarde Luna entró en la habitación a toda prisa, aunque cerciorándose de ser discreta.

— ¿Ya se fue la señora Sharon?—preguntó, mirando en todas direcciones como una suerte de espía en misión—. Uf, menos mal porque no quería cruzarme con ella—suspiró aliviada. Ahí fue cuando notó el estado de la mucama—. Oye, Amanda, ¿te pasa algo?

La mujer intentó secarse las lágrimas y simular fortaleza, pero no podía parar. Aquel secreto oscuro que guardaba estaba haciendo estragos en sus hormonas. Luna rodeó la mesa a gran velocidad y puso un brazo alrededor de sus hombros, guiándola para que ambas pudieran sentarse en dos sillas contiguas.

La caída de la reina (Simbar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora