Capítulo 6

780 46 2
                                    

Llegó a la casa y se apresuró a subir las escaleras sin ser descubierta. Necesitaba estar sola y no quería que nadie la importunara. No obstante, Sharon parecía tener un sexto sentido para ese tipo de cosas y, al estar sentada en su sillón habitual leyendo un libro, logró captar su imagen por el rabillo del ojo.

— ¿No vas a saludar?—preguntó, indiferente.

Ámbar paró en seco y bajó los pocos escalones que alcanzó a subir para acercarse a donde estaba su madrina. Se paró bajo el arco que comunicaba la entrada con la sala de estar, intentando disimular su molestia con buenos modales cargados de resentimiento.

—Buen día, madrina. Qué gusto verte—dijo sin vacilar y se giró, ya lista para retirarse.

—No parece—replicó la mujer, haciéndola detenerse de nuevo—. ¿Te crees que no sé que has estado evitándome estos días?—se sintió victoriosa cuando la joven bajó la cabeza y volvió a darse la vuelta—. Sentate, por favor—le pidió, señalando un sillón cercano con un movimiento de cabeza.

La chica obedeció, un tanto asustada. Mientras se acomodaba en el asiento, la mayor cerraba su libro y se quitaba las gafas, dejando ambos sobre la mesa auxiliar que tenía al lado. Entonces la miró, sin decir una palabra, durante un largo momento silencioso.

— ¿Querías decirme algo?—consultó Ámbar, confundida.

—Pensé que vos tendrías algo que decirme—dijo Sharon—. Desde el viernes que no hablás. Hasta pareciera que te estás escapando de mí.

Ella bajó la mirada, pensando en una forma educada y tajante a la vez de salir de esa situación. Pero la dueña de casa nunca tenía tiempo para rodeos.

—Si es por el tema de mi sobrina y la discusión que tuvimos sobre eso...

— ¿Podés dejar de decir que es tu sobrina?—contestó, ya sin disimular su indignación—. ¿No te bastó con todo lo que me has humillado hasta ahora?

—A ver si te queda claro, Ámbar: en ningún momento te humillé. Que haya encontrado lo que llevaba mucho tiempo buscando no te humilla de ninguna manera. Vos te estás humillando sola y también me estás poniendo en vergüenza a mí. Esa... esa ridícula obsesión con tratar de hacerle la vida imposible.

—Me robó a mi novio.

—No me interesan los dramas adolescentes—sentenció, poniéndose de pie y arreglándose el cabello.

— ¡Ahora ya no tengo pareja de patín por su culpa! 

—Te dije que tus problemas infantiles no son de mi incumbencia y no voy a resolverlos por vos.

— ¡Te está alejando de mí!—chilló al levantarse.

Sharon dejó de responder. En lugar de eso, se limitó a bufar y murmuró algo de que se dirigía a su cuarto a descansar, sin dar muchas explicaciones. Lucía tan cansada y altiva como siempre. Tan ajena a todo a su alrededor que Ámbar casi sintió ganas de tomarla por los hombros y sacudirla hasta hacerla despertar. Pero desde luego que no podía hacerlo. El mundo le pertenecía a personas como su madrina, frías y despiadadas, y no quedaba más que aceptarlo y tratar de, algún día, llegar a su nivel. Eso era lo que Ámbar había intentado durante toda su vida. Ese era su máximo objetivo. Parecerse a una mujer que sólo sabía causarle dolor.

Se lanzó al sofá de espaldas, olvidando la educación cuando sintió la suave tela tocar su espalda. De todos modos no había nadie mirándola, y si alguien aparecía podía fingir que ya estaba levantándose. Lo cierto era que no se sentía con las fuerzas para subir hasta su habitación como había planeado al principio.

La caída de la reina (Simbar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora