Capítulo 2.

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   David volvió a casa y entró por la ventana sin hacer el más mínimo ruido. Abrió la puerta y se dirigió a la cocina a lavar los platos. Ahí encontró a su madre haciéndolo.

—Mamá, te dije que lo haría en cuanto terminara mi tarea —le dijo.
—No te preocupes cariño, imagino lo cansado que puedes estar. Yo lo hago.
—Mamá no es eso. Tú ya haces suficiente y quiero ayudarte un poco. Entonces los guardaré.
—David, la señorita Cister de veras quiere ayudarte. No le estas dejando opciones y yo estoy muy preocupada por ti.
—Mamá, no voy a dejar que Andersson haga lo que quiera conmigo. Yo no soy quien inicia las peleas, deben entenderme.
—Lo sé David, lo sé. Pero yo soy tu madre y para ellos es obvio que no vaya a creer que peleas. Pero sé que eres buen estudiante y si hay alguna prueba que demuestre que es defensa, todo irá en nuestro favor.

   David le sonrió a su madre y la abrazó. Desde la muerte de su padre, él se había jurado que cuidaría de su familia al igual que lo había hecho su padre. Y eso implicaba no causarle problemas a su madre, pero sin importar cuanto luchara contra sí mismo para no pelear aún en defensa, no lo lograba. Quizá por pelear contra las peores amenazas como Sirius o porque su padre le había enseñado a defenderse. En todo caso, no podía alejar los problemas de sí. No mientras Andersson estuviera cerca.
Luego de guardar los platos, ambos se despidieron y David subió a revisar en los archivos de Adrian si encontraba algo más de Kimberly que le pudiera ayudar a localizarla. Pasaron las horas y David seguía buscando; el joven se levantó del escritorio estresado de no encontrar algo más que su nombre, año de nacimiento, los vídeos donde le aplican la inyección y donde escapa. Así que se acostó para descansar, seguiría buscando al día siguiente... o mejor dicho: ese día por la tarde.
Luego de un largo día de clases, David iba saliendo del colegio. Se colocó los auriculares y mientras escogía una canción de su lista de reproducción, chocó contra Carim, una joven simpática y atractiva que había conocido hace algunos años cuando fueron compañeros de clase.

—¡Cuánto lo siento! ¡Debí fijarme! —se disculpó David.
—No te preocupes David, sólo fueron mis libros que se cayeron. Nada grave —contestó la chica.

   Entonces David se quedó observandola por un instante, intentando recordar quién era.

—Carim, fuimos compañeros en cuarto año de la escuela —contestó a su mirada.
—¡Claro! ¡Ya lo recuerdo!
—Ha pasado mucho tiempo ¿No crees?
—Si, bueno el tiempo es relativo. A veces va rápido otras, lento.
—Tienes razón —le respondió Carim sonriendo— Sabes David, deberíamos chocar más a menudo, fue agradable volver a saludarte.
—Gracias Carim, lo mismo digo. Hasta pronto.

   Ambos se alejaron a sus propios caminos. "El tiempo es relativo, unas veces va rápido y otras, lento" ¿De donde diablos salió eso? De cualquier lugar menos de mi cabeza, pensó.

   Pasando por el centro de la ciudad David se encontró con Josh, un vecino. Él era seis años menor que David pero ambos se llevaban super bien. Casi se pudiera decir que era el hermano menor que David nunca tuvo.

—¡David! —gritó el niño.
—¡Hey Josh! ¿Qué me cuentas pequeño travieso? —contestó.
—Pues nada importante. Oye, quiero pedirte un consejo.
—Sí claro, adelante.
—Verás, me gusta una chica, va en mi clase y...
—Quieres que te dé una idea para acercarte a ella —interrumpió David.
—No, eso viene después —dijo el niño sonriendo— la cosa es que el gordo fanfarrón de la clase no me deja acercarme a ella. A ninguno de hecho. Y ella de veras me gusta, quiero al menos intentarlo, no quiero que ese brabucón me detenga.
—Bien, ya sé lo que quieres. ¿Sabes por qué los brabucones son brabucones?
—¿Porque saben pelear?
—No. Porque se sienten inferiores. Creen que todos los demás son superiores y eso les aterra. Por eso se vuelven rudos, para cortarle las alas a los demas y quitarles las esperanzas. Tienen un ego inmenso así que ve cada detalle de él y usa la información que recojas, en su contra. Y créeme, nunca más te volverá a molestar.
—Sabes David, le diré a mamá que te adopte como mi hermano, ¡eres genial! —dijo el niño emocionado.
—Te lo agradezco pequeño, pero no es necesario vivir en una misma casa para ser familia; ni llevar la misma sangre —contestó David sonriendo.
—Hola David —dijo la madre del niño que recién llegaba donde ellos.
—Hola señora Gray —contestó.
—Gracias por el consejo David —dijo el niño.
—De nada. Cuidense señora Gray
—Hasta pronto David —contestaron.

Omen: El OrigenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora