Capítulo quince

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–Suéltame. –Susurró ella. Miguel captó que esta vez estaba hablando en serio y con delicadeza, se encargó de soltarla. Se colocó de pie, ayudando a que Lucero hiciese lo mismo. Ella retiró un poco la ropa mojada de su piel, retiró sus llaves de su bolsillo y se las dio a Miguel. –Ve al apartamento. –Le dijo, él asintió, tomando las llaves, yéndose del lugar, dejándolos solos.

–Vaya, siempre me sorprendo al enterarme de las formas en las que te diviertes. –Le dijo Fernando con cinismo, comenzando a caminar alrededor de ella, mirándola de arriba abajo. –Me gustaría pensar que estás mojada debido a la lluvia...–Comenzó a decir, aún caminando a su alrededor, dando un par de vueltas, tomando uno de los mechones de su cabello. –Pero, he podido observar que el día está soleado. –Concluyó, mirándola a los ojos. – ¿Dónde estuviste todo el día?

–¿Dónde estuviste toda la noche? –Le contestó, notando cómo él se tensaba y su semblante cambiaba. Fernando no sabía qué decirle, no podía contarle la verdad, no podía contarle que él y David estaban arreglando todo para que él le diese su premio por haber ganado la apuesta; el quince por ciento de sus acciones.

–Sobre eso...

–No. –Le dijo, alzando su mano para que callase. –Mejor no me digas, puedo hacerme una idea. Fernando, sé que tú no cambias. Eres... no eres de una sola mujer, ya me lo has dicho. Y honestamente no quiero que me pongas los cuernos.

–Parece que el que tiene puestos los cuernos soy yo. –Le dijo con cinismo.

–¿Estás insinuando algo?

–No insinúo nada, estoy comentando algo. Diciendo una indirecta muy directa. Y asumo que, por tu inteligencia, podrás darte cuenta de que va dirigida hacia ti. –Le comunicó con astucia.

–¿Sabes una cosa? ¡Podrás pensar lo que quieras pero yo sé que no sería capaz de serte infiel! –Alzó la voz, mirándolo hacia los ojos.

–¿Y qué es lo que acabo de ver? –Gritó.

–¡Estaba jugando con un amigo al que considero mi hermano! –Le gritó de nuevo.

–¡Pues ese comportamiento no es de hermanos!

–¿Sabes que me parece? ¡Celos! Malditos celos. Y no soporto que me celen. –Le gritó de repente, comenzando a alejarse de él, para después sentir cómo Fernando volvía a halarla del brazo. Ella soltó unos improperios al darse cuenta de que aquello ya se le había hecho costumbre.

–¡Yo no siento celos por nadie! ¡Y mucho menos por ti! –Gritó sin pensar.

–¡Pues me tiene sin cuidado lo que sientas o dejes de sentir! –Volvió a gritar, ocultando que le había dolido el comentario. Al creer que él la estaba celando, había experimentado sentimientos encontrados; desde siempre los celos le habían dado miedo, siempre sacaban la peor parte de los hombres. Pero a la vez se había sentido halagada. Comenzó a caminar de nuevo, con rumbo a la entrada del edificio, pero Fernando volvió a impedírselo.

–¿Quién es?

–¡Te quedarás con la maldita duda por armarme esta escena! ¡Anoche me dejaste plantada y no tienes derecho a reclamarme nada! –Le gritó, estallando, siguiendo su camino y entrando al edificio.

Fernando sólo se quedó allí, viendo cómo ella se alejaba. Lucero tenía razón, él no debía reclamarle nada. Anoche la había dejado plantada y no tenía un buen motivo para justificarse. Lo cierto era que las copas con David se le habían pasado de más. Y aún allí, en donde estaba, tenía un terrible dolor de cabeza, una terrible resaca.

Las Heridas Del PasadoWhere stories live. Discover now