Capítulo treintaiocho

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"Exitoso abogado; tras las rejas por abuso sexual."

"Enrique Montenegro, uno de los mejores abogados de México; encarcelado."

Y así variaban los demás titulares. Pero de repente a Lucero le preocupó algo, ¿saldría su nombre en aquellos periódicos? Mierda.

–¿Lucero? ¿Te ocurre algo? –Le preguntó Carolina al verla pálida.

–No, es solo que... –Se acercó más al quiosco en donde vendían aquellos periódicos, pidiéndole al vendedor que le diese uno. Inmediatamente comenzó a leer.

Preso.

Encarcelado.

Enrique Montenegro.

Abuso sexual.

Treinta años de condena.

Pronto terminó de leer aquella nota, suspiró al darse cuenta de que por ningún lugar aparecía su nombre.

–¿Qué pasa? –Preguntó Carolina, mirándola con el ceño fruncido.

–No, es solo que... Él... Era un conocido y... está preso. –Susurró aún sin creerlo. ¿Fernando sabría aquello? Por supuesto que sí. Él era el que lo había demandado.

–A ver. –Susurró ella, comenzando a leer la nota. –Es un bastardo. –Concluyó.

–Vaya que sí.

**

–¿Tú sabías de esto? –Preguntó ella, entrando con el periódico en sus manos a la oficina de Fernando. Él alzó la vista de su computadora, sonriendo al verla. Ella le tiró el periódico en el escritorio.

–¿Qué es eso? –Preguntó agarrándolo.

–Lee.

–Oh. –Tras unos minutos de lectura, volvió a hablar. –Sabía que ya lo habían condenado pero no que lo publicarían.

–Fernando, allí dice que le dieron treinta años. Para abuso sexual solo dan diez, ¿qué hiciste?

–Tengo mis contactos.

–Eso no es justo.

–Él tampoco fue justo cuando abusó de ti, ni cuando te secuestró. No puedo creer que estés molesta.

–No estoy molesta. –Susurró, sentándose en frente de él. –Solo me sorprendió... Gracias.

–¿Gracias?

–Sí, gracias a ti está preso y no podrá hacerle más daño a nadie.

–Me alegra que lo hayas tomado bien. –Le dijo, colocando su mano sobre la de ella. – Te invito a cenar.

–¿A dónde?

–Es una sorpresa.

–Espero que no sea a París. –Le dijo con sarcasmo.

–No me des ideas. –Contestó con una sonrisa.

**

Estaba en el auto con Fernando, camino a quien sabe qué parte, él, como siempre, no le había dicho absolutamente nada. Llegaron a uno de los restaurantes más caros del estado, Lucero colocó los ojos en blanco ante aquello, pero no dijo nada. Él la ayudó a bajar, abriéndole la puerta.

Las Heridas Del PasadoWhere stories live. Discover now