Capítulo treinta.

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Unas semanas pasaron, la relación entre ellos mejoró notablemente. Lucero entendió absolutamente todo y por primera vez, Fernando le estaba hablando con la verdad por delante. Gustavo se había ido a Nueva York para atender un pendiente con la empresa, dejando a Fernando a cargo, pues sabía David no era muy responsable que se dijese.

Fernando no había perdido tiempo e inmediatamente le había vuelto a proponer matrimonio a Lucero, ella había aceptado gustosa pero con la condición de que no le comprase un anillo, él había insistido y al final llegaron al acuerdo de un anillo no muy costoso.

Y Fernando la había vuelto a engañar.

Le había inventado que el anillo era de unos diamantes relativamente económicos, parecidos a diamantes de imitación, ella se lo había creído y aceptado, cuando en realidad, el anillo era realmente original y obviamente costoso. Pero a él no le había importado, simplemente quería darle lo mejor a la mujer que amaba con todo su ser. Fernando había puesto a tramitar su divorcio, tras hablar con Eduardo, el padre de Paulina y llegar a un acuerdo, éste había accedido al anular el contrato antes de tiempo; a fin de cuentas solo faltaba un mes para el año de matrimonio. No le había informado absolutamente nada a Paulina. En cuanto ella llegara de Europa simplemente tendría que firmar los documentos. Él estaba dispuesto a darle la mitad de sus propiedades, no tenía problema alguno, simplemente quería divorciarse cuanto antes de aquella mujer.

Apenas fuera un hombre divorciado se casaría con Lucero, tanto por el civil como por la iglesia. Afortunadamente Paulina no era muy religiosa por lo que no había querido que Dios "bendijese" aquella unión. Y ahora lo agradecía. No había querido casarse ante Dios con Paulina, no había querido estar unido por siempre con ella. En cambio... Se podría decir que estaba emocionado por unir su vida con la de Lucero.

Para siempre.

Tanto civil como eclesiásticamente. Quería que Lucero fuese su esposa por todas las de la ley. Ante el hombre y ante Dios.

**

Lucero iba camino a la oficina de Fernando. Miró su anillo de compromiso, dándose cuenta de que era real; pronto iba a ser la señora de Balvanera. Necesitaba verlo, besarlo, hablar con él y... Consultarle cosas laborales.

Entró a la oficina de él, encontrándola vacía. Una brisa que entró por la ventana movió los papeles que se encontraban sobre el escritorio, los cuales cayeron al piso, Lucero se agachó para recogerlos y se dio cuenta de que entre ellos estaba el acta de divorcio de Fernando.

La leyó y sin embargo, notó algo raro en ella. Algo estaba distinto, extraño en lo que se refería a la firma de Alejandra.

Pasó el dedo sobre el lugar y la tinta no se corrió. Frunció el ceño, pues se suponía que generalmente la tinta se corría, ya que el papel en donde se firmaban las actas, era distinto a los normales. Humedeció su dedo con un poco de saliva y volvió a pasarlo por sobre la hoja, mientras se colocaba de pie.

Nada.

La firma seguía intacta, no se corría la tinta. Volvió a intentarlo y seguía sin funcionar. Colocó el papel a contraluz. Definitivamente había algo extraño en esa firma.

"Podemos detectar que un documento es falso, cuando las firmas no se corren".

Recordó las palabras de uno de sus tutores de la universidad.

No, no podía ser, ese documento no podría ser falso. Fernando tenía que estar divorciado, no podía haberle mentido de esa forma. No podía... –Miró el anillo que Fernando le había dado.– Él no era capaz de mentirle así. No. No.

Las Heridas Del PasadoWhere stories live. Discover now