Capítulo cuarenta

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Ella abrió los ojos como platos, sintiendo cómo la sangre se le helaba, ¿su tío? No, ella no tenía tíos. Lucía había sido hija única, ¿cierto? –Sé que has de estar confundida pero... Yo solo quiero entregarte esto. –Le dijo, comenzando a abrir su maletín, sacando de allí un documento. – Es una casa en Acapulco... Es... Era de tu madre. –Lucero se sentó bruscamente, tratando de asimilar aquella noticia. Eso tenía que ser una broma, una broma de mal gusto.

–Mamá no tenía propiedades. –Susurró con un hilo de voz.

–Sí las tenía. Escucha...

–No, usted no es mi tío. –Lo interrumpió, sintiendo un nudo en la garganta.

–Sí, sí lo soy.

–No.

–Pregúntame lo que quieras.

–¿Cuándo nació mamá?

–El veinticinco de mayo de 1966.

–¿Tenía segundo nombre?

–Sí. Lucía Verónica. –Le contestó. Mierda.

–¿Cómo sabe eso?

–Yo soy su hermano. –Contestó pacientemente.

–¿Cómo es qué...?

–¿Quieres saber la verdad?

–Por supuesto.

–De acuerdo. –Le contestó, sentándose y comenzando a relatar todo aquello. Le comunicó que su madre había sido desheredada por casarse con un hombre como Alejandro y que él y sus padres no supieron más nada de Lucía. –Mis padres murieron, dejándome un montón de propiedades a mi cargo, yo decidí buscar a Lucía y... La conseguí. La conseguí más cambiada. Sus ojos marrones ya no tenían vida y... No parecía feliz. –Susurró desconcertado. –Pero me comentó que tenía una niña; tú. Al hablar de ti, sus ojos se iluminaron. Yo pedí conocerte y lo hice. –Mierda, por eso su rostro le parecía conocido. – Sigues siendo igual de linda que de niña. –Le dijo con una sonrisa. –Le entregué a Lucía los papeles de las propiedades, le dije que escogiera dos. Ella solo escogió la casa de Acapulco, parecía querer irse contigo hacía allá. –¿Acapulco? ¿Allí se habrían ido si hubiesen logrado escapar? –Se las di, pero poco después me enteré de su muerte. Me sentí terrible, había encontrado a mi hermana y de repente... muere. Y me preocupé por ti. Decidí buscarte pero me encontré con Alejandro. Intenté luchar por tu custodia sin éxito alguno. Ese hombre parecía tener sus contactos. No logré nada. Pero... ¿Recuerdas a Cristina? –¿Cristina? ¿Su vecina? Mierda, ¿qué tenía que ver ella en todo esto? –Lucero logró asentir levemente. –Le pedí que te ayudase, quería que siguieses estudiando.

–Así que tú... fuiste el que me ayudó.

–Lo intenté.

–Ya.

–Una noche logré meterme en tu casa y quitarle los papeles de las propiedades a Alejandro. No quería que se quedase con la casa de Lucía. En tal caso sería para ti... Y cumplí mi promesa. –Le dijo, dándole de nuevo los papeles. –A Lucía le hubiese encantado que te quedases con esa propiedad.

–No, yo no puedo aceptar eso. –Contestó, devolviéndole los papeles.

–Sí puedes.

–¿Cómo me consiguió? –Ella se sorprendió aún más al notar cómo Lucio sacaba de su maletín un periódico: "Hombre se suicida; Alejandro Pineda".

Las Heridas Del PasadoWhere stories live. Discover now