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Murmullos, llantos, gemidos. Un oleaje de plumas y tonalidades grises. Un destello, la respiración contenida. Un tirón, tensión, escalinatas. Un paseo hacia la muerte. Sangre que aún no ha comenzado a manar. 

Mucha sangre. 

Unos ojos fieros, satisfechos, una mano tirana. Una bala que surca cortando el aire. Un himno difuminado en la distancia. Un público inánime. Una réplica, ácido en la lengua. Garganta seca. Una orden, un grito, un disparo. Sombras negras, mar que arrastra, pies en el aire. Un vuelco al corazón. Ojos fieros, otros brillantes.

Una sonrisa.

Y sangre, mucha sangre.

***

El crujido de la persiana rota lo saca a la fuerza de su profundo sueño. 

Tarda más de la cuenta en comprender que se encuentra en el aquí y el ahora, aunque no pone demasiado empeño en descubrir cuáles. A pesar de que su cara esté hundida en la almohada -lo cual lo lleva a cuestionarse por qué demonios no se ha asfixiado durante la noche-, puede sentir sobre la piel el inútil calor de los primeros rayos del amanecer. Nunca le ha hecho ni pizca de gracia despertarse al mismo tiempo que el sol pero, a menos que decida hacer de manitas y arreglar la puñetera persiana de una vez, -o se le ocurra un método mejor para mantener la dichosa casa a flote y disponer de más tiempo libre para ello-, tendrá que callar y aguantarse.

Con los ojos resecos y la mente aún dando vueltas, se incorpora sobre el pesado colchón, toqueteando el suelo con las puntas de los pies hasta que logra dar alcance a sus zapatillas. Agarra de forma automática la bata que cuelga de la silla y se la coloca al vuelo mientras sale de la habitación. Un sonido sutil surge de entre sus pies, y se da cuenta de que acaba de pisar una hoja de papel fugitiva. No recuerda con exactitud qué es lo que escribió ayer por la noche pero, a juzgar por su nivel de somnolencia, nada bueno.

Tras depositarla de nuevo en el escritorio junto con el resto de sus mierdas poéticas, suelta un amplio bostezo y sale definitivamente del dormitorio.

Las escaleras están completamente a oscuras. Ninguna otra persiana de la casa ha sido levantada todavía; sólo las de la cocina, a juzgar por el fulgor que se dibuja en el rellano, al final de los escalones. Pero no importa, los minúsculos agujeros de la pared hacen de lámpara y ventilador a la vez, propiciando refrescantes ráfagas heladas para desperezar a los más dormidos. Muy práctico.

Charlie se aferra a la bata para salvarse de una pulmonía, posando la vista sobre los cuadros que cuelgan a lo largo de la pared; viejas fotografías de marcos viejos y cristales rotos que lo miran con ojos inquisitivos. Esas sonrisas eternas siempre le causan náuseas en el estómago, pero no sabe muy bien el motivo. Tal vez le dé asco que esos personajes aún tengan motivos para seguir sonriendo. A él ya le cuesta lo suyo levantarse por las mañanas.

Pero no es momento para quejarse. Al menos no hoy. Hoy hay que aguantar todos los pensamientos, todos los arrebatos y las inseguridades, bien contenidos. Sólo es un día, se dice para sí. Un día para fingir que todo va bien.

Empuja la puerta de la cocina, que como es costumbre cede con un estridente quejido. Su padre levanta la mirada de su tazón de desayuno, terriblemente agrietado. Es inexplicable cómo es que aún no se ha roto en pedacitos. Al parecer el pegamento de bote es de mejor calidad de lo que parecía.

"Ya era hora, muchacho. Creí que tendría que recurrir a un cubo de agua fría."

"Si llego a levantarme antes, se me habría juntado con la hora de ir a dormir." Admite el otro, dirigiéndose a los armarios aún con los ojos medio cerrados.

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