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Menudo día de locos, piensa Charlie mientras su espalda choca contra el colchón, haciendo que los muelles chirríen a coro.

La habitación no es que sea nada del otro mundo. De hecho, le parece que de tamaño es la mitad que la de su casa, -que tampoco es que sea lo que se dice amplia-, pero por lo menos tiene una cama bastante aceptable, un escritorio con su flexo, un par de baldas y un armario con espejo. Echa en falta una buena ventana, pero estando a dos metros bajo tierra duda que eso fuera una buena idea. Puede que hasta le venga bien cambiar de aires, acostumbrado como está a despertarse con los exasperantes primeros rayos del amanecer.

Por suerte, su padre -que está en una habitación contigua- y él compartirán el mismo baño, así que aunque haya que salir al pasillo cada vez que quiera echar una meadita, por lo menos sabe que no se va a encontrar con nada... inesperado. Y si es así, al menos sabe a quién echarle la culpa.

Se ha dado una breve ducha con agua fría y ahora siente las gotas del pelo escurriéndose sobre la almohada. No lo ha hecho porque no haya quedado remedio –que sería lo que ni una mente sana haría-, sino porque lo necesitaba. Ahora se siente un poco más despejado; quitarse el polvo de encima sienta mejor de lo que recordaba. Le ha hecho gracia que nada de lo que lleva puesto sea realmente suyo; todo estaba ya listo y dispuesto en el armario, junto con una selección de trajes varios, desde un camisón blanco de hospital –a saber para qué será- y un mono gris, hasta su propio uniforme del Desfile Negro, tal y como el que llevaba Gerard esta mañana. Y la verdad es que no puede esperar a la ocasión de ponérselo. Tal vez se lo pruebe esta noche...

Pero por ahora, lo único que quiere hacer es tumbarse y descansar, darle un poco de vueltas a la cabeza. Necesita el silencio de su nuevo refugio para organizarse las ideas y decidir qué hacer ahora, qué paso dar. Cruza los brazos sobre el pecho, cerrando los ojos. Puede sentir la vibración de los fluorescentes, el palpitar de su cuello, y ciertos murmullos que surgen más allá de sus paredes. Ahora le resulta raro que haya tanta gente conviviendo bajo un mismo techo, acostumbrado a la soledad de la vieja casa, pero en realidad no le incordia lo más mínimo. Es como regresar a sus días de infancia. Hasta el olor que desprenden las paredes es muy similar.

De pronto, unos golpes llaman con suavidad a la puerta, alterándolo. En un veloz respingo se apoya sobre los codos, invitando a pasar al llamante. Seguramente sea su padre.

"¿Se puede?" Pregunta la cabeza de Gerard asomándose por el resquicio.

O... tal vez no.

"Em... Sí, claro, pasa." Se apresura a responder, encogiéndose sobre sus rodillas para dejarle un hueco en la cama sobre el que sentarse.

Gerard asiente, cerrando la puerta tras de sí con sutileza. Al parecer él también se ha dado una ducha, porque tiene el pelo rubio empapado con pequeñas gotas cristalinas, además de que se ha cambiado a un atuendo un poco más cómodo; con una simple camiseta negra y unos vaqueros oscuros, aunque sigue llevando la chaqueta del uniforme.

Al parecer a él también le gusta.

Con algo de timidez avanza hasta la cama, sentándose en el borde con cuidado. Midiendo sus pasos al milímetro para no resultar un pelma, aunque los muelles siguen chirriando igual. ¿Será una manía suya lo de intentar no incordiar a nadie?

"¿Qué tal está mi padre?"

"¿Billie? Pasándoselo como un crío. Acabo de verlo ir hacia el comedor con unos amigos. No te preocupes."

Charlie asiente, la verdad es que sin ofrecerse como un buen intermediario para una conversación. Aunque a Gerard también parece costarle encontrar palabras.

Bienvenidos al Desfile NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora