7. No me alejes...

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Lo prometido es deuda (^u^)7

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—¿Podrías dejar de evitarme? En serio que no lo soporto.

La castaña ignoró las palabras del muchacho a su lado, dando una última calada a su ya gastado cigarro y depositándolo en el cenicero más cercano, preparándose para despedirse de todo mundo y salir cuanto antes de la fiesta que ella misma había organizado.

—Meiko, por favor —suplicaba el chico—... No me dejes. No de nuevo.

Él la sujetaba de la muñeca impidiendo que se fuera más lejos. Sintió que la voz se le quebraría en cualquier momento por la frialdad de la chica.

«¡Odio esto! Ni siquiera me he acercado lo suficiente y ya estás escapando de nuevo»

—Suéltame, idiota —dijo con voz firme, aunque en un tono más bajo del que usaba normalmente.

—...No.

—En serio, estúpido. Me estás haciendo daño.

Ciertamente el agarre sobre su muñeca se había vuelto más fuerte, pero no estaba dispuesto a retroceder. No esta vez —Si te suelto vas a huir de nuevo... No quiero eso.

—¡Imbécil, no armes una escena!

—Nadie nos observa, todos están enfocados en Rin. De los dos eres la única llamando la atención con tus insultos.

Bien jugado. La única levantando la voz era Meiko. Pues como él decía, nadie les prestaba atención. ¿Por qué llamaría la atención el que dos amigos de la infancia conversaran entre sí, en primer lugar?

—Aunque si tú quieres, puedo llamar a los hermanos para que se unan a nuestra plática —presionó él.

—N-no. Por favor no lo hagas, Kaito.

Sí, los hermanos Kagamine eran su talón de Aquiles. Ella haría cualquier cosa por ellos. Y quería a toda costa mantener la paz a su alrededor aún si la energía se le iba en ello—Entonces ven conmigo. Sígueme y prometo que nos marcharemos sin causar problemas.

Meiko dudó. Él hablaba en serio y también sabía que mantendría su palabra, pero... ¿qué pasaría una vez y estuvieran a solas?

«No sé si quiero saberlo»

—Meiko —suplicó el peliazul—... sólo esta vez. Olvida todo y ven conmigo.

De verdad, en serio que tenía que estar loca; pero decidió seguirlo.

Ambos fueron a despedirse de todo mundo, diciendo que Kaito —como amable caballero y amigo de la infancia—, llevaría a Meiko hasta su casa para que descansara.

—Los tragos no pasan en balde, ¿eh?

—Tienes que ser más precavida. Ya no eres ninguna jovencita, después de todo.

Ella mataría al imbécil que había hecho aquel comentario. Aunque no sería ahora; la venganza se sirve fría, después de todo.

—¿Volverás para continuar celebrando, Kaito?

—Lo dudo. También estoy agotado, después de todo.

El peliazul tomó las llaves del coche, ocupó el asiento del conductor y abrió la puerta del copiloto para que Meiko estuviera a su lado. Ella, consciente de que todos observaban decidió no discutirle y simplemente obedecer... por ahora.

—¿Y bien, a dónde vamos?

—Lo dije antes, ¿no es cierto? Te llevo a casa.

«Gracias, Dios» —Muy bien. Sabes el camino, así que despiértame en cuanto lleguemos.

Que nadie se entereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora