16. Pelea de hermanos

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La vida de Rin se había vuelto más ajetreada ahora que estaba inscrita en el instituto; entre sus compañeros de clase, las responsabilidades que tenía con la banda y la relación que esperaba formar con su hermano mayor, apenas y podía respirar. Todas las mañanas Len se marchaba primero y volvía cuando ya estaba dormida, por lo que en realidad no se había presentado la oportunidad de decirle que ahora asistía a su misma escuela y que seguramente comenzarían a toparse seguido en los estudios de grabación.

También, Kiyoteru continuaba rogando a su amigo para que dejara a Rin ser su coestrella, pero él continuaba negándose con uno u otro pretexto. La realidad era que Kaito y Len no eran tan buenos amigos como todo mundo pensaba, pues se creó una rivalidad entre ellos desde que se conocieron y la relación que llevaba cada uno con sus enamoradas sólo hacía las cosas más complicadas. Por eso tenía sentido que el peliazul se negara a tener cerca a la hermana menor del rubio ya que, aunque él y ella fuesen personas totalmente distintas, al mirarla no podía evitar recordar al pequeño enano con aires de grandeza. Claro que su opinión sobre los hermanos Kagamine era información no revelada, lo que hacía a Shion buscar formas disimuladas de rechazar la oferta de Kiyoteru.

Por su parte, Rin se esforzaba por encontrar a su hermano durante los recesos, aunque nadie dijo que fuera fácil puesto que debía lidiar con las miradas curiosas, de rechazo y envidia que recibía de quienes la rodeaban. Su apariencia causó que le fuese imposible pasar desapercibida y si no la buscaban para jugarle una broma pesada, le cerraban el paso para jugar al interrogatorio de su vida privada. Toda esa atención ni siquiera tenía sentido; ella no era la de las conexiones y tampoco se sentía superior a los demás por ser capaz de hacer muchas cosas. Agotada de que la persiguieran, corrió hacia los pasillos con la esperanza de que la multitud detrás suyo le perdiera el rastro en algún punto.

En su huida, terminó por entrar en una habitación oscura, llena de utensilios que no terminaba distinguir; porque era la chica nueva, seguro nadie esperaba que se atreviera a entrar en alguna de las aulas vacías. Se agachó y recargó al otro lado de la puerta, poniendo el cerrojo y esperando perder de una vez por todas a la muchedumbre que no parecía cansarse de molestarla; atenta a todo, se ocultó como ratoncito hasta que la estampida pasó delante de ella, riendo y discutiendo sobre dónde pudo haberse ocultado. Por fin, luego de un par de minutos las voces comenzaron a disiparse al alegar que posiblemente se había ido a refugiar en el baño de mujeres, el estacionamiento de bicicletas o la azotea, ninguno podía estar más equivocado, pero al menos la siguiente vez que la encontraran el número de personas sería una cifra lo bastante razonable como para negarse a sus peticiones.

Encendió la luz, segura de que el peligro ya había pasado. Entonces se percató de que había entrado en una sala de música donde tenían flautas, violines, tambores y trompetas, los pentagramas adornaban los pizarrones, preparados para que alguien pusiera la próxima nota y a su derecha, a pocos pasos de donde estaba, se encontraba un piano de cola. Por supuesto que dadas las circunstancias la idea es insensata, pero Rin se decide a acortar la distancia que la separa del piano y al observarlo más de cerca descubre que no tiene ni una pizca de polvo; además, está perfectamente afinado y tiene una canción sobre el atril, como si alguien acabase de usarlo o el mismo instrumento esperase a que alguien se animara a ser el primero del día en hacerlo. Sin pensarlo demasiado, ella decide aceptar la invitación.

Tomó asiento y comenzó a leer las notas. La canción no era muy difícil ya que, por el contrario, si le gustaba la farándula cualquiera podía reconocer la letra. Era inevitable sentir emoción, ahora y por momentos como este se alegraba de que su padre le hubiese hecho tomar clases de piano. Ella en verdad tenía talento para la música, pues el piano sonaba hermoso bajo sus dedos y las notas poco a poco se extendían por los pasillos inundándolo todo con una dulce melodía. Tocaba porque se encontró con el piano, porque le gustaba y porque quería, si ahora alguien venía y la encontraba in fraganti sería porque el sonido era tan atrayente como la miel para las abejas y como la música era para atraer otros corazones, no se arrepentiría de provocar su encuentro.

Dicho y hecho, al terminar tenía una ola de aplausos recibiéndola. Como pensó, no pudo pasar desapercibida, aunque al menos ahora todos guardaban cierta distancia de ella, admirando y respetando su espacio personal. Apenas se levantaba del asiento cuando una mano la tomó de su muñeca.

—Ven conmigo —dijo Len con una expresión que no reflejaba emoción alguna.

¿Estaba soñando, acaso? Lo había estado buscando sin descanso desde el primer día, y ahora él se aparecía frente a ella, como caído del mismísimo cielo para rescatarla de la multitud.... O eso parecía, pues en cuanto se quedaron solos el hermano mayor arrinconó a la menor contra una pared, impidiendo con el brazo extendido que se moviera o intentara escapar.

—¿Qué haces aquí? Deberías estar esperándome en casa. ¿Acaso me seguiste?

Len estaba enojado, aunque la ojiazul no sabía exactamente por qué al ser bastantes las opciones. —N-no te seguí. Estudio aquí... también...

—¿Cómo? —no podía creer lo que escuchaba, pero Rin no era de las que mentían. —¡Nadie me dijo nada!

Él continuaba regañándola, gritando y haciendo que Rin se sintiera impotente al no tener oportunidad de explicarse. Desde hace mucho tiempo ella había deseado que Len se colocara así en frente suyo, que la arrinconara y sentirse como si sólo ellos dos existiesen en el mundo, pero esto era un tanto distinto a sus fantasías. No quería ser regañada por él ni que la viera con aquella misma expresión de reproche y molestia que a veces veía en su padre, porque así inevitablemente tendría que recordar el hecho de que están unidos por la sangre.

—Claro que no lo sabías. Todos los días te vas primero y vuelves cuando ya estoy dormida, ¿Cómo querías que te lo dijera? ¡Incluso si te lo escribía en una nota sobre la mesa la habrías tirado sin siquiera leerla!

Rin lo sabía, porque así es como él actuaba. Se comportaba mucho más amable cuando la tenía lejos que ahora viviendo bajo el mismo techo; su comportamiento la hería. Y una nota no era la forma correcta de hacer las cosas.

—¿Quién lo hizo?

—¿Q-qué? —Rin no entendía.

—¡¿Quién te metió en todo esto?!

Ella no creía poder soportarlo por mucho más, ¿cuánto más debía aguantar sus gritos y regaños? Si iba a continuar de esa manera... —¡Estoy en esto porque quise entrar! ¡Papá también aceptó así que, ¿cuál es el problema?!

—¡Rin! —le llamó con enojo.

La chica cerró los ojos y apretó con fuerza los dientes—No entiendes nada, onii-chan...—. Sus ojos comenzaron a cristalizarse y antes de que las lágrimas se hicieran obvias apartó la mano que la retenía para salir corriendo. Dentro de sus pensamientos las cosas eran diferentes siempre; se suponía que él debía sostenerla de la cintura y depositar un tierno beso sobre sus labios al estar en aquella misma posición, pero ahora tenía que reconocerlo: la realidad y sus fantasías no se hallaban en sincronía.



Len estaba impactado de ver a su hermanita en el instituto de Sega, más aún por todo lo que esto implicaba, pero no fue su intención actuar tan rudo con su querida hermanita. Tan sólo es que estaba preocupado por ella y... por él mismo, por lo que acortar la distancia con ella implicaba. ¡Como si no tuviese ya demasiadas cosas con qué lidiar sobre sus manos! Al final sus emociones se apoderaron de su lengua y sus acciones, hiriéndola en el camino. La escuela no era tan grande una vez que te acostumbrabas, quizás, si iba tras Rin y preguntaba a todo aquel que se cruzara en su camino de seguro podría alcanzarla y disculparse. Eso se dispuso a hacer, cuando de repente el timbre de su celular sonó; era su novia, que le llamaba desde su número personal. Suspiró con resignación, tendría que resolver sus problemas con Rin en otro momento.

La dirección de sus pasos cambió con las primeras palabras de Miku, hacia la azotea. Sin embargo, su discusión atrajo a otros sin que ninguno se percatara, pues en las sombras alguien los escuchó de cerca. Megurine Luka sonreía desde su escondite, aunque no lo hacía con malicia; ambos la habían conmovido por lo tiernos y tontos que podían ser. Igual que el rubio, tomó su celular para llamar a un conocido suyo y hacer de esta historia algo aún más entretenido.

Que nadie se entereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora