10. Sola en casa

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Len había estado callado y serio de camino a casa. Su hermanita trató de entablar una conversación con él en más de una ocasión, pero siempre volvían al mismo silencio sepulcral del inicio.

—Ve primero, Rin-chan. Quiero hablar con Mikuo en privado, si no te importa.

Ella realmente no quería dejarlos a solas; primero, porque deseaba ser el centro de atención de su hermano mayor y segundo, porque una charla a solas nunca pintaba bien. Sin embargo, al no tener un buen pretexto para llevarle la contraria decidió hacer lo que Len le pedía.

¿De qué querría hablar con Mikuo? Ella conocía poco de lo que pasaba alrededor de ambos chicos por lo que el asunto, en definitiva, no debía importarle. Sin embargo, por algún motivo lo hacía.

Decidió ignorar la maraña de pensamientos que se formaban en su cabeza. Y en su lugar se enfocó en la dulce sensación que le invadió al saber que Len pasaría el día a su lado, haciéndola sentir lo más importante en su vida y el momento tan íntimo que compartieron al subir en la noria, tal como si sólo ellos dos existiesen en ese momento o como si la vida empezase y terminase al encontrar sus miradas en los ojos del otro. Soltó un suspiro de amor; aunque no fuese —aún— como ella quería, agradecía poder tener a Len junto a ella. Deseaba un contacto más íntimo con él, pero había un lazo que nadie jamás podría romper: su hermandad.

Sonrió satisfecha al recordar que estarían uno al lado del otro por siempre hasta que la muerte los separara, por el simple hecho de nacer como hermanos. Y quizás incluso en el más allá volverían a toparse, justo como los amantes que debieron ser en esta vida.

En ese momento Len entró al departamento, el cansancio se reflejaba en su rostro pero intentó cubrirlo en cuanto divisó la silueta de su hermanita en la pequeña sala. No funcionó.

—¿Estás bien, Len?

—Claro que sí, ¿por qué lo preguntas?

—Bueno, es que tú...

Suena su celular, él mira el nombre en la pantalla y luego voltea hacia Rin, dudoso de si debe responder ahí mismo o hacerlo a solas. Luego de unos segundos decide pedirle a su hermanita que le disculpe, la llamada no puede esperar y hay cosas que simplemente no pueden decirse con compañía, según sus palabras. Ella asiente y se retira a su alcoba.

—Hermano tonto —murmura entre dientes.

Seguro llamaban sus amigos —igual de tontos que él— invitándolo a alguna fiesta con el enemigo: chicas resbalosas. O su —también tonta— novia. Y en el mejor de los casos aquella llamada podía ser de Meiko, aunque lo dudaba.

«No sé si realmente quiero saber quién llama»

No importaba cuánto tiempo estuviera con Len, nunca era suficiente y justo ahora el celular le arrebataba valiosos minutos que podían estar pasando juntos. Fue hasta su maleta, buscando algo que le devolviera la atención de su amado hermano; entonces dio con su objetivo: un vestido para dormir de seda negra con encaje abierta justo al comenzar el vientre. Igualmente abrió una bolsita de tela de donde extrajo una tanga azul transparente con listones rosas que se desataban por enfrente. Comprar aquellas cosas había sido sumamente vergonzoso, y más aún traerlas viajando desde tan lejos. En sí, lograr que nadie las viera hasta ahora fue toda una hazaña.

Decidió salir y mostrárselas a Len; ella misma se excitaba un poco al tener las prendas entre sus manos así que, ¿por qué no pedirle a su hermano que le ayudara a probárselas? Eran nuevas, después de todo.

Pero al abrir la puerta de su habitación pudo escuchar otra más cerrándose; y por el pasillo la voz de su hermano aún al teléfono que decía: —Sí, sí. Ya voy para allá, así que no te enojes.

—Ni siquiera se despidió... —susurró la pequeña Rin.

Quería llorar. Siempre que daba dos pasos al frente, volvía a retroceder uno. Entonces la perilla de la puerta volvió a girar.

—Rin, voy a salir. Por tu seguridad cerraré con llave la puerta, ¿de acuerdo?

Rápidamente y por instinto ocultó la ropa en sus espaldas, parpadeó un par de veces para alejar el llanto que comenzaba y con la voz entrecortada dijo que estaba bien. Len asintió y así puso el cerrojo a la entrada de la casa. Entonces se percató del gran ruido que se hacía cada que alguien cerraba bien la entrada principal.

«Será muy fácil saber cuando esté de regreso»

Suspiró con resignación. Podía llorar el resto de la noche por la actitud de su insensible hermano o encontrar el lado positivo de tener la casa sola. Sobre sus manos estaban los objetos de una de sus tantas fantasías, había un sofá, una regadera, una tina y... lo más importante: la habitación de Len sin llave para explorarla cuanto quisiera. La sola idea le provocó un delicioso escalofrío que recorrió su cuerpo desde la nuca hasta la punta de sus dedos.

Miró por la ventana, a donde quiera que su hermano se dirigiese lo haría a pie. Y eso significaba que tardaría aún más en regresar; de repente la idea de que Len no volviese hasta el siguiente día no era tan mala, siempre y cuando no estuviese con una chica, claro.

Se apresuró a correr las cortinas de la casa y a encender la luz de la sala. No sería la primera vez que jugara con ella misma, pero esta vez tenía planeado llegar un poco más lejos. Bajó su ropa interior y la reemplazó con la pequeña tanga azul, luego se sacó el vestido y el brasier cambiándolos con la pieza negra. La sensación era increíble; estaba vulnerable, expuesta y podía llegar Len a descubrirla en cualquier momento. Pero entonces el ruido de la puerta le avisaría y ella tendría el tiempo suficiente como para ir y ocultarse en su habitación... aunque tal vez no quisiera huir si él llegaba a verla...

Caminó hasta la habitación de su hermano sintiendo con cada paso cómo las cintas se amoldaban a las curvas de su cadera y trasero. Lo que estaba a punto de hacer era sucio, perverso y... excitante. Sólo pensar en ello hizo que sus pezones se pusieran erectos.

Varias veces había visto aquellas cuatro paredes a través de los chats con Len, pero estar ahí era completamente diferente. Podía sentir su esencia en toda la habitación e imaginarlo estudiando en el escritorio, cantando frente al espejo, durmiendo sobre la cama e incluso... haciendo otras cosas.

Ahora que finalmente estaba ahí, ¿qué haría primero?

Fue hasta la silla frente al escritorio, donde un sinnúmero de veces la distancia entre ellos se había acortado gracias al monitor de la computadora. Puso su espalda recta sobre el respaldo y en los brazos —en vez de poner las manos— levantó sus piernas colocándolas ahí mismo, después giró la silla hacia la izquierda dando de frente al espejo de la habitación, pudiéndose observar ella misma con su intimidad a la intemperie.

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No, queridos lectores. La Rin de esta historia no es toda dulzura e inocencia.

Se viene algo bueno ewe

Que nadie se entereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora