Niall reía junto a Zayn.
Su rostro estaba lleno del pay que hace unos instantes estaba comiendo, antes de que el moreno decidiera embarrárselo de un momento a otro. Y él, a modo de venganza le echo su helado de vainilla en la cabeza.
Las pocas personas que estaban en la cafetería los miraban con extrañeza, algunos divertidos por lo infantiles que se veían al jugar con la comida. Y Niall realmente se sentía como un niño pequeño, tan feliz y risueño como cuando tenía apenas 3 años y corría por todos lados, sin miedo a lastimarse o caerse. Cuando el orfanato era el mejor lugar que conocía.
Zayn era igual que esas familias que prometían llenarlo de felicidad y nunca dejarlo solo. Con frecuencia lo regresaban al orfanato por no ser tan feliz como lo esperaban.
Así era y no podían esperar demasiado de él. Sin embargo, Zayn jamás le ha exigido sonreír si no lo siente, el mismo era el que se obligaba a hacerlo, porque eso es lo que al final todos quieren en el interior: ser feliz y hacer felices a otros.
Niall quería intentarlo.
(...)
Zayn acariciaba los cabellos del ojiazul con tranquilidad. Después de bañarse para quitarse lo pegajoso de su cara decidieron quedarse abrazados un rato en el sillón de Niall.
Se encontraban en un silencio cómodo, de vez en cuando Zayn le hablaba sobre sus planes futuros: reunir el dinero suficiente para poder mudarse a Nueva York, ser artista, comprar una linda casa para formar una familia y poder trabajar en lo que más ama.
Sonaba tan simple, fácil y fascinante a la vez.
El rubio quiso contarle algo similar, lo que él quería lograr, algo que ansiara hacer, pero no tenía nada. Nunca se había detenido a pensar en el futuro. Vivía enfrascado en su presente y pasado averiado. Zayn era un podemos y él un pudimos.
Niall rio al notarlo.
—Sabes, tú eres más de volar. Yo, en cambio, de no ahogarme.
El azabache asintió de acuerdo.
—Tiene sentido, no soy un buen nadador. —Le sonrió y Niall también lo hizo.
—Te quiero, Zayn...