Edad Oscura - El Imperio del Alba

Capítulo 6 - El Duelo

 Ya habían pasado dos días desde que Daniel se unió a la hermandad. De los cuales recorrió la ciudad un día de ellos y el otro acompaño a Isaac a custodiar una de las torres de la muralla. Hablaron de muchos temas diversos, gustos e incluso de mujeres. No se había animado a preguntarle si Safira le gustaba alguien. Esa pregunta le carcomía la cabeza desde la vez que fueron a los establos. El no sabía qué pudo haber significado aquello, no tenía experiencia con mujeres.

Daniel había vuelto de su baño matutino, ya se había cambiado. Se puso la chaqueta negra de la hermandad arriba de una nueva camisa que se había comprado en un bazar de la ciudad. Salió de la habitación, se paró junto a la puesta a esperar a Safira e Isaac. En cada comida se juntan para charlar, Daniel pensaba que eran sus primeros vínculos además de su maestro.

Isaac fue el primero en llegar, el estaba viviendo en la habitación de enfrente suya. Se saludaron, esperaron a Safira charlando. Al cabo de unos minutos la puerta de al lado se abrió, salió Ether corriendo en sus cuatro patas. Los saludo con un gruñido a los dos.

Ether le pidió más trucos de magia con gestos, igual que hacía cada mañana. Daniel le mostró las manos vacías, Ether miró fijo hacia sus manos. Con un aplauso aparecieron una carta en cada mano, Ether aplaudía. Las juntó a las dos y una desapareció. Agarró la carta y la estudió, hasta que al final sólo lo miraba sorprendido.

Después de unos minutos del truco de magia salió Safira de la habitación. Ella vivía al lado de su habitación. Los saludo a los dos y agarró en brazos a Ether. Juntos se dirigieron al comedor.

Terminaron de desayunar, esta vez Daniel le había medido a la mesera que trajera más medialunas para darle a Ether. Este se había mostrado muy contento, charlaron de cosas sin importancia. Todavía Daniel no tenía órdenes a seguir, tenía toda la tarde libre. No quería seguir molestándolos acompañándolos en sus rutinas. Antes de despedirse, Isaac, lo invito a una sesión de entrenamiento que tendrían Safira y él. Intentó excusarse, pero fueron ambos muy insistentes. Terminó yendo.

Llegaron a la plaza de entrenamiento. Había más personas entrenando, muchos practican hechizos de flechas de fuego. Otros practicaban magia de protección, de mientras que hacían esgrima. Caminaron hasta una arena de combate libre, Isaac le dijo que harían un poco de calentamiento antes de ir a los duelos.

Isaac fue el primero en sacar su arma, recitó un hechizo. Un sello mágico de círculos y estrellas de color rojo apareció frente a él. Metió su mano derecha en el portal mágico, de un tirón sacó un pedazo de madera adherido a un caño metálico. Tenía unos adornos en bronce que recorrían todo el metal, la madera pulida parecía ser de roble pulido. Daniel le parecía curiosa el arma, antes de poder preguntarle Isaac se posicionó. Puso una rodilla a tierra, y apretó lo que parecía un gatillo de ballesta.

Una fuerte detonación sacudió el aire. Daniel, Safira y Ether se taparon los oídos al unísono. Se destapó los oídos Daniel primero, todavía le retumbaban los oídos. Apenas se calmó fue directamente a preguntarle qué era ese tipo de arma.

Isaac le dijo que era la nueva arma que estaba desarrollando la división de ciencia. Comentó que las pruebas con esta nueva arma habían causado la caída con los libros. Se la dio para sostener a Daniel, le parecía más pesada de lo que parecía.

Daniel dijo que era su turno, le devolvió su arma. Se arrodilló de la misma manera, alrededor de sus manos. Posiciono las manos igual que le había visto hacer a Isaac, el resplandor azul se unió de ambas manos. El resplandor se esfumó y dejó tras ella una arma igual que la de Isaac. Todos lo miraron asombrados, Isaac se había quedado mudo. Daniel apuntó a la diana donde ya había disparado Isaac.

Apretó el gatillo lentamente, una fuerte sacudida pasó por todo su cuerpo. El arma se le desvió hacia arriba, desapareció el arma volviéndose azul. Isaac empezó a reírse, Safira y Ether lo siguieron. Daniel se levantó con dolor en los brazos, lo único que había podido decir era que no volvería hacerlo por un tiempo.