Epílogo

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*10 años después*

Estábamos en el parque, después de tanto insistir, yo había accedido a casarme con Joah, no por lástima, lo quería mucho, pero yo seguía recordando a Roberto, y siempre lo haría.

Roberto se paseaba por los columpios, jugando algún tipo de carreras con el niño de enseguida; me sorprendía como pasaba tan rápido el tiempo, ahora Roberto iba a cumplir 13 años; es un niño alto, de cabello negro y ojos café oscuro. Una belleza de niño.

Él es la persona que me hace más feliz en todo el mundo, me recuerdo a su padre y, si no fuera por él, no sé qué habría hecho después de la muerte de Roberto.

Joah se encontraba en el trabajo, era un padre ejemplar y, aunque no era el verdadero padre de Roberto, él lo quería de igual manera. Decidí que a mi hijo no le iba a ocultar nada y desde que tuvo la suficiente edad como para razonar, le dije lo que pasó con su padre. Reaccionó muy bien, lo único que dijo fue «Me hubiera gustado conocerlo» y siguió haciendo lo suyo.

Ahora era una persona muy feliz, estaba feliz conmigo misma y con la familia que había formado, la cual, algún día, pueda tener más integrantes. Sin razón me puse a mirar al resto de personas que estaban en el parque. Primero a la que parecía la familia con la que estaba jugando mi hijo, era una familia como cualquier otra, estaba la mamá; que era una señora de unos treinta y tantos, su padre, un hombre de la misma edad que paseaba a un niño de alrededor 2 años y finalmente el niño, tal vez de la misma edad de mi hijo o más pequeño. Eran una familia adorable. Seguí con algunas otras mamás que venían a relajar a sus bebés o a que se distraigan sus hijos más grandes, como yo. También había señores, un grupo de ellos se encontraban a unos metros de mí, cuidando a bebés y tal vez jugando a las cartas o platicando algo muy interesante entre ellos. Había otros que venían solos, paseando a un perro o mirando los juegos. Después de ver a todas las personas, me percaté que un señor en particular le estaba entregando algo a mi hijo, corrí apresurada a su encuentro.

—Roberto, ¿Qué te he dicho de aceptar cosas de extraños?— Dije mientras miraba de reojo al señor que seguía enseguida de nosotros.

—Solo me estaba dando la pelota de mi amigo.— Y con eso, salió corriendo.

—Disculpe si fue un inconveniente.— Dijo el extraño. —No quería causar ningún tipo de molestias.

Ahora me percaté del extraño, era un hombre un poco más alto que yo, con una barba de unos meses o quizá años, con unos ojos marrones que me hicieron sentir extraña y un cabello castaño oscuro que se estaba volviendo, en ciertas zonas, blanco.

—¿Nos conocemos? —Pregunté. —Creo haberte visto en algún otro lado.

—Pues sí, nos conocemos. —Dijo él esbozando una sonrisa. — Nos conocimos hace 24 años, cuando un niño te rompió el corazón.

No podía ser verdad, a la única persona que conocí en esas circunstancias ya estaba muerta desde hace casi 14 años. Creo que él notó mi desconcierto porque cambió la expresión, de una sonrisa burlona a una preocupación notable.

—Tú no puedes ser él, él ya murió hace 14 años. No, no, no. — No podía dejar de repetir esas dos letras, quienquiera que fuese esa persona, trató de acercarse a mí, sin tener en claro sus intenciones; lo único que pude hacer fue gritar con más fuerza un no.

Trato de calmarme con un abrazo, pero yo lo apartaba cada vez que podía. No tenía ninguna intención de hablar con él. No iba a aceptar tan mala broma. Logré tranquilizarme un poco, pero todavía lo miraba con cara de pocos amigos.

— Si en verdad eres Roberto.— Me salió con dificultad su nombre. — ¿Por qué fingiste tú muerte?¿Qué ya no me querías? ¿Te valió la familia que íbamos a formar? ¡Explícame!

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