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—Dime entonces cómo quieres el velo —insiste Diane, la mujer encargada de confeccionar mi vestido de bodas—. ¿Corto? ¿Largo? ¿O algo que no esté entre estas medidas?

—Corto, Diane, quiero que el velo sea simple.

—Pero si miras bien te puedes dar cuenta de que el largo queda más acorde con el vestido.

—En realidad me parece que lo hace ver más ostentoso de lo que en realidad es —expreso con un ligero tono de desesperación, pues es la quinta vez que Diane intenta convencerme de usar el velo lleno de pequeños diamantes falsos cosidos por toda la orilla de la tela traslucida—. Yo solo quiero algo simple y bonito.

—Querida, es tu boda, nada debería ser simple ni bonito, al contrario, todo debería ser elegante y digno de envidiar.

—Lo siento, pero quiero casarme con el hombre que amo, no aparentar tener más de lo que en realidad tengo. Quiero el velo corto.

—De acuerdo. Como usted deseé —Por su tono al hablar y la ligera mueca en sus labios sé que la batalla de hoy ha acabado, lo que significa que dejará de insistir en venderme un velo más caro que el último iPhone lanzado al mercado.

De haber sabido que la dulce viejita que me atendió la primera vez que entré a la tienda de novias era solo una máscara para cubrir a la prejuiciosa y eternamente enfadada Diane de hoy entonces habría dado la media vuelta en cuanto me mostró un hermoso Vera Wang y habría ido en busca de mi laptop para comprar el vestido en línea y ahorrarme las terribles jaquecas que Diane me provoca cada que quiere hacerme cambiar de parecer respecto al tipo de lencería, los zapatos y la joyería que, según ella, debería usar el día de mí boda.

Ni siquiera estoy segura de querer usar lencería.

Pero al menos todavía me quedan un par de semanas para averiguar si quiero usar las reveladoras prendas que Clary me ha regalado. Estoy segura de que ella se enfundaría en ellas sin pensárselo, pero estoy tan asustada de que no me vea tan bien como la modelo de la etiqueta. Y con ello no quiero decir que deseo lucir como ella, solo que en una escala del 1 al 10 ella es un 11 y no quisiera darme cuenta que soy un -1 al verme en el espejo con unas prendas que se supone deben hacerte lucir mínimo como un ocho.

Diane decide enviar a una de sus amables súbditas a entregarme una gran caja rosada con un listón color lila adornándolo.

— ¿Qué es esto?

—Su vestido y su velo —La chica rubia y vestida tan impecablemente como Diane me sonríe—. Como ya no hay más arreglos que hacer puede llevárselo.

—Oh, okay. ¿Hay algún otro pago que deba hacer?

—No. Su prometido se encargó de pagarlo todo el día de ayer.

—Mi prometido —repito confundida.

—Sí. Vino y pagó su deuda —me informa con una sonrisa—. Pero no se preocupe, él no vio el vestido.

—Bien. En ese caso, muchas gracias por... —Ni siquiera estoy segura de qué agradecerle a la chica, así que opto por solo despedirme—. Gracias. Tengo muchas cosas que hacer, hasta luego.

Me levanto de la silla en la que estaba, haciendo malabares para sostener mi bolsa, la caja con mi vestido y las otras tres bolsas con zapatos, mi ramo de flores artificiales y la comida china que Nick y yo cenaremos esta noche.

La chica me adelanta y abre la puerta, un gesto bastante amable de su parte, así que le doy las gracias, otra vez, y camino hasta llegar al auto, abro la puerta del copiloto con bastante dificultad y dejo la caja de mi vestido sobre el asiento, lanzo la bolsa de zapatos y la de mi ramo al asiento trasero y dejo la comida china sobre el tapete a los pies del asiento del pasajero.

Rodeo el auto y subo detrás del volante.

Por primera vez no estoy molesta de que Nick pagara algo que acordamos yo pagaría, sino que estoy más que feliz de que lo hiciera y la única razón de ello es que no tendré que lidiar más con Diane y sus ostentosas sugerencias ni su amargura.











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El capítulo de la boda se acerca y me estoy esforzando porque estos capítulos queden perfectos para que todo tenga sentido.

Loving You | Nick JonasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora