En la habitación Gris

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He estado aquí antes, sentado en el piso de una gris, gris habitación.

Porque nada esta perdido,
solo esta congelado en la heladera.
Grey Room /Damien Rice

Greg estaba que echaba chispas, como se atrevía el hijo de puta a despacharlo como si fuese cualquier cosa.

Sin explicaciones, sin ningún aviso, ¡solo porqué se le daba su reputisima gana al hijo de perra! Pero estaba muy equivocado si creía que le iba a dejar que destrozara así sus oportunidades, él se había esforzado tanto en lograr su carrera, en conseguir esta oportunidad, que no iba a permitir que un estúpido que se creía más mierda que los demás lo pisoteara y le mandara al cuerno sin ninguna explicación.

Lo espero horas en el despacho,
pero Bruck no regreso.

Greg tuvo que salir del despacho por órdenes de seguridad de abandonar el edificio ya que cerrarían.

No sabia donde buscar al infeliz, pero sabia donde encontrarlo al día siguiente. Así que a las 7 de la mañana ya se encontraba en el juzgado esperándolo.

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Bruck llegó con el rostro tan imperturbable como siempre, con ese andar tan seguro y sin mirar a ningún lado solo adelante.

Aunque lejos estaba de sentirse como su exterior demostraba.

El día anterior había sido horrible, hizo sus pendientes para intentar mitigar lo que esa simple llamada que recibió su discípulo había ocasionado, y una vez que término, intento olvidar el desasosiego de su espíritu en una botella; pero o la botella era mala o él muy resistente al alcohol porque no sintió ningún efecto. Solo termino lleno de imágenes y de voces que le obligaron a maldecir en voz alta y romper algunas cosas en su departamento. <4 años> se dijo.

Salió huyendo de eso y parecía que sin importar cuanta distancia había, no lograba ni lograría olvidar. Jamás olvidaría.

Su recámara era de un gris sobrio y elegante, sin rastros de blanco y mucho menos de menta, sin colchas con adornos violetas, ni espejos hexagonales.

Su habitación era la necesaria para no recordar.

Aún así había noches, demasiadas noches en donde podía ver a su Victoria en la cama. A veces la veía con ojos brillantes y sonrisa enamorada, en los días buenos, esos días él se sentaba en el pequeño sofá que tenía en la habitación y platicaba con el recuerdo de esa Victoria.
Igual que lo hizo con la verdadera durante mucho tiempo, cuando el volvía de la universidad o de la pasantía. Platicaban mucho, se contaban cada pensamiento que habían tenido a lo largo del día, se contaban todo. No había secretos.

Ella se recargaba en un codo sobre la cama sosteniendo con la palma su rostro y lo miraba sonriendo, mientras él contaba su día. Ella lo aconsejaba, se reía o lanzaba comentarios que a él lo hacían reír. ¡Vaya que reían!, mucho, y se tomaban las manos o el rostro para mirarse y susurrarse lo mucho que se amaban; después hacían el amor.

¡Dios, esos buenos días!
Ese amar tan profundo.
¡Cuánto la amo!

Esos recuerdos eran buenos, pero a él lo visitaban comúnmente los malos.
Donde Victoria no reía, donde su Vic estaba mirándolo con reproche, donde no hablaba y sus ojos azules ya no brillaban.

Había bebido para callar las voces, para olvidar que alguien le decía "preciosa" ahora.

En la recámara gris de su departamento, vio a su Victoria de nuevo, acostada en su cama, de medio lado, con su delgada mano extendida esperando a que él llegará para sostenerla y susurrarle que la amaba y que estaría a su lado siempre.

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