Debt

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A pesar de las advertencias del taxista, hice oídos sordos a estas y mandé que se dirigiese hacia allá; sin embargo, sólo me dejó a la entrada del barrio.

-Si tu eres una loca que no aprecia su vida, adelante, pero yo no quiero morir. –Fue lo último que dijo antes de conducir hacia el bulevar Marie.

Mientras que la distancia al lugar mermaba, la luz sufría el mismo efecto. Las farolas, con las bombillas rotas o simplemente desaparecidas, se encontraban en un estado deplorable. Las paredes, llenas de graffities con palabras de advertencia a todo aquel que quisiera ingresar en este y, sobre todo, silencio.

Sólo mis pisadas, que intentaban ser lo menos ruidosas posibles, eran perceptibles para el oído humano. Parecía que era un mundo paralelo, al llegar, la temperatura incluso disminuía y congelaba tus pulmones al punto de salir incluso vapor por la boca, al contrario de la calurosa ciudad.

Sin embargo, cuanto más me adentraba a aquellos callejones con olor nauseabundo, más evidente se hacía que alguien más había allí.

Acerqué mi cuerpo a la pared, intentando tocarla lo menos posible por los restos de lo que sea que fuese que estaban impregnados en ella.

Agudicé mi oído al máximo, intentado captar quién se encontraba allí y si es que me estaban siguiendo, pero no, todo fue más claro cuando se presentó ante mí.

Un chico, al cual no podía ver su rostro, estaba armado, un cuchillo afilado se encontraba en su mano derecha mientras que un cigarro ocupaba la izquierda de forma desinteresada, como si sus actos no tuvieran importancia, o como si estuviese demasiado acostumbrado a estar en dicha coyuntura. Su mirada estaba puesta en su presa, un joven con el cabello parecido al de su atacante pero de un color más cobrizo. Con comparar la complexión de ambos quedaba en claro que el agresor era mayor, mientras que uno estaba claramente musculado, el otro dejaba ver unas mejillas regordetas y adorables con rostro asustadizo y no era para menos, cuando estaba a punto de morir.

Deseaba gritar, pero sabía que en caso de hacerlo, sólo conseguiría una cosa, ser la víctima.

Observé el suelo en busca de algo, algo que pudiese sacar a aquel joven de aquel problema, algo que salvase su vida. Cuando vi un par de piedras cerca de un contenedor de basura en frente de ambos, pero más alejada de la pared, de lo que se había convertido en mi zona de confort. Poco a poco y con la mayor delicadeza que pude –cuánto deseaba poder volar ahora y no tener las dichosas alas de "adorno"–me dirigí hacia allí.

Con las manos temblorosas tomé las piedras, dejé escapar un suspiro y las lancé antes de esconderme tras el depósito con la esperanza de que Dios o lo que sea que existiese me ayudara a que mi vida no acabase tan rápido.

No tardaron en escucharse las pisadas de huida, apostaba que el joven aprovechó que el agresor se distrajo un poco para huir.

Mi corazón chocaba contra mi pecho sin contemplaciones, ahora sólo esperaba correr con la misma suerte que él cuando una suave brisa chocaba contra mi oreja derecha haciendo que un estremecimiento me recorriese de pies a cabeza.

Unas manos fuertes y firmes se colocaron a cada lado de mi cadera haciendo que no me girase pero sí que me pusiera de pie. Mi respiración era apresurada, sintiendo como un peso me oprimía, asfixiándome. Un cuerpo chocó contra el mío y, por sus músculos, pude adivinar que se trataba del hombre peligroso que vi hace escasos minutos, esperando ahora correr el desafortunado final del que logró salvarse el otro.

Podía sentir el cuerpo del joven contra el mío y si no fuese porque estaba al borde del colapso, sentiría por primera vez lo que era la timidez y el pudor de forma aplastante y abrumadora.

-Vaya, preciosa, creo que ahora estás en deuda conmigo.

Un ángel en el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora