Punto 4

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No mirarlo cuando esté en el buffet, a menos que sea absolutamente necesario y por orden del jefe, alias, ex suegro.

La ejecución de la lista iba por buen camino.

Cero remordimientos, en cambio sentía mucha rabia. Solo tenía que recordar aquel momento del desengaño y todos los sentimientos bonitos que tenía hacia el innombrable se transformaban.

Con esas emociones fui al buffet el lunes.

Escuchaba las palabras de Vivi en la mente: «si hubiera sido un buen hombre, entiendo que aún lo ames, pero fue un canalla contigo, no olvides eso, te engañó, mientras te besaba pensaba en ella, mientras te abrazaba veía la hora para verla, después de besarla iba contigo, a pasarte su saliva».

Me estremecía y por dentro incrementaban mis niveles de desagrado.

Menos mal casi no se cruzaba en mi camino, él estaba en una oficina contigua, y yo con su papá y el asistente.

Así me mantuve toda la semana: pensando en él como el canalla que fue conmigo.

― ¿Katherine? —me llamó la atención Joaquín, y dejé de teclear rápido—. ¿Todo bien?

― ¿Disculpa?

― Estás tecleando un poco fuerte...

― Oh... Lo siento, yo...

― Está bien —sonrió—. Don Eduardo no está, así que no hay problema, pero ten cuidado.

― Sí, sí, gracias. Estaba pensando en algunas cosas.

― ¿Sabes? A la salida iremos a comer algo por ahí, tal vez quieras venir con nosotros.

― ¿En serio?

― Sí. Irá Cinthya, Belén, Carlos, Andrés...

― Genial.

― Víctor, yo...

― ¡Oh!

― ¿Qué?

― Bueno, es que... —chasqueé los dedos—, acabo de recordar algo, creo que no podré ir con ustedes.

― ¿Hay algún problema?

― No, no, Joaquín, para nada. Tal vez la próxima vez los pueda acompañar. Gracias de todas formas.

― Mmm... está bien.

Pero a la siguiente semana insistió de nuevo. Y esta vez noté que hizo algo a propósito.

― Qué bueno que todos hayan accedido hoy también. Creo que esta vez sí podré ir con ustedes.

― Víctor también irá.

Quedé suspendida en el aire. Joaquín esperó muy quieto mi reacción.

― Ah... —dije.

― ¿Es mi impresión o no te cae muy bien?

― Me parece un poco presumido, es todo.

― Ah, con razón casi no te gusta lidiar con él.

― Vaya, lo notaste.

― Bueno, paso algunas horas contigo aquí...

― Respecto a la merienda, gracias, Joaquín.

― Bueno, bueno, otro día será.

Me caía bien, sobretodo porque no ahondaba en detalles, sabía aceptar mis respuestas.

Solía ir bien vestido a la oficina, zapatos lustrados, pantalón de tela y camisa de mangas largas, además todo el tiempo olía muy bien.

Un joven de veintiún años, impecable.

Le faltaba poco para titularse de la universidad y abrir su propia oficina. La experiencia la había ganado desde los dieciocho con don Eduardo.

Pasaron un par de semanas más y no volvió a insistir con salidas después de la oficina, que incluyeran al innombrable.

La lista del olvido | Relato corto en fragmentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora