Punto 1

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Botar a la basura todas y cada una de las posesiones que me recuerden al «innombrable»

Un chico muy detallista, por supuesto, de alguna manera tenía que mantenerme embobada pensando que yo era su único amor.

Me regaló varios peluches, un par de cartas, guardé los tickets del cine, una pulsera, un reloj y varios pétalos, ahora secos y marchitos, de las flores que me regalaba por mi cumpleaños, San Valentín y nuestro aniversario.

Todo se fue a la basura.

A punto estuvieron de salir un par de lágrimas, pero me las tragué. No podía desperdiciar el punto número nueve tan pronto.

― Lo haces muy bien, Katherine. Es la mejor manera de empezar tu lista.

Viviana era mi mejor amiga de siempre. Nos conocimos a los doce años en el colegio, nos graduamos juntas y seguíamos compartiendo una amistad muy cercana, a pesar de las distancias en la universidad.

Me acompañó aquel día a deshacerme de todas aquellas cosas indeseables. Comíamos además unas palomitas de maíz en mi habitación.

Viviana era un poco más alta que yo, pero teníamos la misma contextura delgada. Sus cabellos eran rubios y los míos castaños, de actitud rebelde, de hecho, pasábamos la mitad del tiempo revisando videos y tutoriales para tratamientos para el cabello.

En aquel momento me acompañaba en la enfermedad del desamor, así como alguna vez la acompañé a ella.

― Ojalá hubiera aplicado esta lista con Juan Diego hace un año.

― Te entiendo, amiga. Hasta hace un mes aún lo recordabas.

― Pero no tanto como antes. Ahora me siento mucho mejor. Lo he visto y no se me han alborotado las mariposas. Eso es un gran progreso para mí. Aunque me ha costado mucho durante algunos meses.

― Yo no quiero sufrir tanto. Olvidar a Julio también me fue difícil. Pasó un año y conocí a...

― ¡Eh, eh, eh!

― Al innombrable. Gracias, Vivi.

― Ya verás que esta lista te ayudará.

Escuchamos el ronco sonido del motor recorriendo la avenida. Nos acercamos a mi ventana y vimos cómo una parte de mí se fue con el camión recolector.

Así empecé a poner curitas a mi corazón.

― ¿Siguiente punto? —continuó.

― ¿Tan rápido?

― ¿No quieres olvidarlo pronto? A ver, Katherine, por ti estoy aquí un sábado en la mañana.

― Sí, sí, tienes razón. Tus horas de sueño deben valer la pena.

Busqué el cuaderno que había dejado en el escritorio.

Mi habitación era grande y la tenía decorada con lucecitas de navidad blancas y fotografías con amigos y familiares en las paredes. En el mismo espacio tenía mi mesa para las tareas y un espejo de cuerpo entero, junto a la ventana. Desde mi segundo piso veía el barrio tranquilo y a la vecina de en frente que bailaba ballet muy seguido.

Suspiré y leí en voz alta el siguiente punto.

La lista del olvido | Relato corto en fragmentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora