Prólogo

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Parecía lógico, ¿no? Ya que nadie tenía una lista del olvido, yo necesitaba crear una.

Tenía que olvidarme de Víctor de alguna forma. Haría o diría lo que fuera necesario para obligar al señor corazón a que lo superara.

Y hoy sería el día.

Me levanté temprano, me bañé, desayuné y me fui a la terraza aprovechando el día nublado y frío, llevando conmigo un cuaderno grande de cuadros y espiral, y un par de bolígrafos con tinta rosa y azul, que tenía en mi escritorio. Tomé asiento en el juego de mesa que había bajo un techado.

Ya estaba cansada de llorar por él, de estar triste todo el tiempo, de desmoronarme cada vez que lo veía. ¡Tenía que hacer algo al respecto!

Y aunque fuera una total melodramática a mis dieciocho años, sabiendo que en cualquier momento de una u otra forma, más tarde que temprano, encontraría mi más anhelado suspiro del olvido, haría lo sea con tal de acelerar el proceso.

Un montón de consejos encontré en internet: búscate otro, ya supéralo, no eres la única, a todos nos pasa, véngate, no le des importancia, ponte más guapa, ignóralo, y un montón de ideas más.

En realidad nada que no hubiera escuchado antes en mi corta vida, y en boca de mis amigos; y hablando de ellos, fieles testigos de mi depresión por Víctor.

Increíble, estuvimos juntos dos años, dos hermosos y perfectos años, pero me engañó con otra por seis meses.

¡Tonta, con mayúsculas!

Era mi segundo novio.

Julio fue el primero. Teníamos catorce años. Nuestros niveles de cursilería llegaban a: regalarnos algo cada mes por aniversario, tener una maratón de películas cada fin de semana y una pizza segura cada miércoles, cuando veíamos una serie por cable en mi casa a las ocho de la noche —con los ojos saltones de mis padres, vigilándonos entre las puertas.

Estudiábamos juntos, así que solíamos compartir las tareas también.

Con Julio aprendí el arte del beso, los mimos en público y a decir que «no» ante la petición de compartir caricias en su habitación...

A los quince terminamos porque otra niña andaba coqueteando con él y me salió con que «deberíamos darnos un tiempo».

Pues ellos empezaron a salir después.

Primer rasguño a mi corazón.

A los dieciséis conocí a Víctor en una fiesta. Él era de otro colegio, y estaba cursando el último año como yo.

Empezamos a salir enseguida. Me pareció interesante y guapo.

Casi no hablaba y eso resultaba un poco incómodo, pero con el tiempo empezamos a encontrar cosas en común: el chocolate y el básquet.

Era delgado, ojitos café, piel trigueña, labios rellenitos, cejas pobladas, y una sonrisa encantadora.

Salíamos a pasear, comer y a besarnos en el cine.

Aprendí a compartir ciertas caricias pecaminosas y a volver a decir que «no» a una invitación a la cama.

Teniendo catorce años me daba mucha vergüenza y miedo, viendo en el colegio a otras niñas embarazadas.

Teniendo dieciséis me daba pánico después de que mi mamá me explicara con lujo de detalles el famoso acto en sí. Además había despertado en mí la ilusión de que fuera un momento especial con la persona correcta.

Muchas veces discutí con Víctor porque me negaba.

Después supe que me dejó porque la otra chica decía que «sí».

Nos graduamos y en la universidad, ambos decidimos estudiar jurisprudencia. En la facultad conoció a esa chica.

Un día los encontré besándose en algún parquecito de otra facultad.

Mi segundo rasguño al corazón.

No volvimos a cruzar una sola palabra desde aquel momento.

Decidí buscar un trabajo a medio tiempo y lo conseguí en un buffet de abogados. Vi a Víctor y el señor corazón empezó su marcha errática. No solo tenía que soportar su presencia en clases, sino en la oficina. Y es que no me fijé en los apellidos: mi jefe era el padre de Víctor, y este mi compañero de trabajo.

Pensé que el trato diario me ayudaría a olvidarlo, que verlo en la oficina de su padre me facilitaría las cosas, pero no, cada día era una cruel tortura y un recordatorio de que ya no me quería.

Nos veíamos todos los días por las tardes. Y aunque él pasara a mi lado de lo más campante, yo me desmoronaba internamente, recordando su vil engaño.

Me tenía profundamente dolida.

Tres meses después del rompimiento decidí crear la lista. La seguiría al pie de la letra, sino mi amiga Viviana se encargaría de darme dos bofetadas muy certeras.

A partir de aquí, describiré la lista y los propósitos que me llevarán a olvidar a Víctor de una buena vez.

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La lista del olvido | Relato corto en fragmentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora