1. La cita

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Hola. Me llamo Giselle Greene y hoy tengo una cita. Sí. Una cita. Ci-ta. Ya casi había olvidado todo lo que esas dos sílabas suponían para cualquier mujer, porque iba a ser la primera que tenía en los últimos seis meses. 

Para mis amigas, todo este tiempo ha sido más que suficiente para olvidar a mi ex-novio; Kate incluso opina que ha sido demasiado. Pero siendo sinceros, a mí aún me parece que fue ayer cuando mi perfecto novio italiano, Piero, decidió hacer las maletas para fugarse con su amante. Aunque pensándolo bien, no le culpo; yo también hubiera huido con aquel brasileño musculoso y bronceado si hubiera sido yo la que se apuntara a las clases de capoeira...

Así que sí. Aquí estoy. Sentada en el escritorio de mi cubículo en la oficina. Intentando que mi jefa, esa especie de víbora vestida de Prada y con zapatos de Jimmy Choo, no me pille mientras busco algún vestido rebajado en la página web de Zara. Y es que con lo poco que me pagan en mi puesto de asistente de redacción (léase, correctora) en la OMG Magazine, no me da para más.

Lo cierto, es que aunque la idea de tener una cita no me entusiasma demasiado en estos momentos, se ha convertido en lo más interesante que va a ocurrir en mi semana. Más aún si os digo que se trata de una cita a ciegas. Y que, con la facilidad que tengo yo para darle mil vueltas a las cosas, no he parado ni un segundo de imaginar mil cosas acerca del posible candidato. Siendo idea de Abby, Kate y Tess, no me extrañaría nada que apareciese cualquier clase de persona por la puerta del bar en el que hemos quedado.

¿Y si no me gusta? ¿Y si es calvo? A ver, no tengo nada en contra de los calvos, pero estoy segura de que sería incapaz de controlarme. Y no quiero imaginar la cara del pobre chico si en lugar de mirarle a los ojos me paso la velada buscando el final de su frente. 

Vale. Lo sé. A veces sueno muy cruel, incluso en mis pensamientos. Pero trabajando todo el día corrigiendo textos de prensa rosa dedicados a criticar el nuevo estilismo de las Kardashian o la celulitis de la nueva novia de Justin Bieber estoy empezando a generar cierta incontinencia verbal. En mi defensa diré que mi padre también es calvo. Muy calvo. Y es uno de los hombres que más quiero en esta vida. 

Mientras navego por la tienda online y busco cómo llegar al bar donde tengo que estar esta noche a las nueve, puedo ver que mi vecino de cubículo y amigo, Max, editor de fotografía, tampoco está haciendo su trabajo. Lleva media hora retocando unas fotos de Kristen. Pero no de Kristen Stewart, la protagonista de Crepúsculo, sino de Kristen Lee, la guapísima y exitosa redactora coreana de la que está perdidamente enamorado. 

—Max, ¿otra vez te ha engañado? —Le digo, asomándome tras el biombo que nos separa. 

Max se sobresalta y cierra la pantalla de Photoshop, probablemente pensando que era la jefa quien le había interrumpido. Me mira y se relaja.

—¡Gigi! Me has asustado. —Dice. 

No os lo he dicho, pero todo el mundo me llama Gigi. 

—Es la última vez. Lo prometo. Esta vez era algo importante, necesitaba unas fotos para renovarse el carné de identidad. —Se excusa.

—¡Ah! Entonces te habrá pagado ¿no? —Insisto. 

—No. No podía cobrarle por un par de fotos. —Dice.

Otra vez. ¿Cómo le había ocurrido otra vez? Max era el típico pagafantas. Siempre lo ha sido, aunque en mi cabeza nunca he encontrado una razón lógica. Es verdad que es el prototipo de chico freak, al que le gustan los videojuegos, las series japonesas y leer cómics, pero es atractivo y bastante inteligente. Tras sus gafas esconde unos bonitos ojos verdes; y la barba descuidada le da un toque. Pero siempre ha sido tan bueno que todas las mujeres se aprovechan de él. 

Punto y seguido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora