Creo que he elegido un atuendo poco adecuado para el descabellado plan que se le ha ocurrido al chico misterioso, que ha resultado ser casi tan incontinente, en cuanto a lo verbal se refiere, como yo.
No se le ha ocurrido mejor idea que comprar un par de botellas de vino barato de un supermercado 24 horas que había cerca del Brixton y traerme a una especie de parque en mitad de la ciudad. A mis 29 años he vuelto a revivir aquellas noches de cuando tenía 18. ¿Se puede ser más extraño? ¿Más incluso que yo? No lo creo.
Estoy sentada en el césped, junto a un pequeño mirador que da a la parte baja de la ciudad, intentando cruzar las piernas para dejarle algo a la imaginación y no enseñar todas mis intimidades en la primera no-cita. Porque sí, porque mi cita a ciegas se ha convertido en una acampada en el parque.
Supongo que Ian tampoco había imaginado que su noche acabaría así porque su americana azul, esa que todo el mundo había decidido ponerse esta noche, parece recién estrenada y poco apta para nuestro escenario.
El chico de ojos verdes descorcha las dos botellas de vino. Las chocamos y nos ponemos a beber. Mi trago es mucho más largo que el suyo. A pesar de que yo ya llevo un gin-tonic en la cuenta, creo que voy a necesitar algo más de chispa.
—¡Guau! ¡Menudo concepto de diversión! —Digo sin tapujos y de forma irónica. Aún no sé qué hago aquí. Debí haberme ido.
—Puede que no sea el mejor plan del mundo pero es original. —Dice. —¿Siempre dices todo lo que se te pasa por la cabeza?
—Sí. Soy periodista. No puedo evitarlo. —Me excuso.
Pega otro sorbo a la botella.
—Menos mal que hemos cortado esto antes del interrogatorio. —Dice, casi ofendiéndome. Mi boca debe estar rozando el suelo.
—¿Cómo? —Digo mostrando indignación. —¡Yo no iba a interrogarte!
—¡Oh! Es verdad, vosotros lo llamáis entrevista, no interrogatorio. —Vacila. —Estoy seguro de que si hubiéramos tenido esa cita, lo hubieras hecho. Todas lo hacéis.
—Punto número uno. —Digo rotunda. —Odio a los tíos que generalizan sobre los clichés de las mujeres. Punto número dos. —Continúo. —¿Qué hay de malo en interesarse por los demás? Y punto tres: ¿Tú cómo conoces a las personas si no es preguntándoles por su vida?
—A mí me gusta más averiguarlo, no que me lo cuenten.
Enarco una ceja a modo de incertidumbre. Este chico cada vez me confunde más. Estoy a punto de llamar a alguna de las chicas o a Max para que me saquen de esta escena ridícula de película mala de domingo por la tarde.
—Sé que es difícil que lo entiendas. —Bromea. O al menos espero que lo diga en tono de broma...
—Te entiendo perfectamente. No soy idiota. Pero aún no sé cómo pretendes averiguar ciertas cosas si no te las cuentan, como por ejemplo el color o la comida favorita de alguien.
—Pues llevándola a cenar muchas veces.
—A cenar en silencio, para que no te cuente nada...—Digo burlándome, y soltando una risita.
—Algo así. —Ríe y da otro sorbo a la botella.
—Eres muy raro. —Dice otra vez la Gigi bocazas y algo embriagada de mi interior.
Ian se encoge de hombros y gira la cara para mirarme a los ojos, sin quitar la sonrisa.
—Tú ya me has contado muchas cosas de ti sin decirlo con palabras. —Suelta de repente.
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Punto y seguido ©
Humor¿Aceptarías ir a una cita a ciegas con un hombre misterioso si tus amigas te la organizaran? Giselle Greene nunca hubiera aceptado, pero esta vivaz y dicharachera asistente de redacción de la OMG Magazine (o correctora, como ella prefiere decir) aca...