Capitulo 18

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Está dentro de un pequeño lago y solo asoma su cabeza. Me acerco despacio para no hacer ruido y me escondo detrás de la maleza. Observo en silencio todos sus movimientos y me siento mal por ello. «Quizás debería decirle que estoy aquí», me digo. Cuando estoy a punto de hacerlo, se pone en pie y su torso sale del agua. Tiene unos músculos tan marcados que quedo totalmente impresionada. El líquido hace que resalte y brille aún más su moldeado cuerpo.

Camina hacia la orilla y el agua del lago cada vez le cubre menos. Empiezo a ponerme nerviosa y doy pasos hacia atrás con la intención de irme cuanto antes para que no me descubra, pero la mala suerte quiere que pise una piedra y caiga de espaldas. Miro rápidamente en su dirección para ver si se ha dado cuenta y por suerte parece que no. Continúa ajeno a todo. Decido quedarme en el suelo, y por respeto trato de no mirarle la entrepierna, pero no puedo evitar fijarme en sus glúteos y muslos. Son enormes y parecen muy trabajados. Seguro que vive en un gimnasio.

Decido esperar y no moverme de allí hasta que se marche y así poder salir de mi escondite sin ser vista. No quiero arriesgarme más. Pensará que soy una pervertida y es lo que menos quiero en este momento.

Toma del suelo una tela que parece una toalla y comienza a secarse. Primero frota su cabello, después sus grandes hombros, sus brazos, su pecho, su cintura... Algo pellizca mi tobillo en ese momento y veo que una hormiga cabezona está mordiéndome con las pinzas. La golpeo con el torso de la mano y cuando consigo quitármela, resoplo. «Odio a los bichos», susurro. Levanto la cabeza para volver al espectáculo y grito fuertemente por la impresión al ver a la montaña delante de mí con los brazos cruzados.

—¿No te enseñaron en casa que es de mala educación espiar a un hombre mientras se baña? —sonríe.

—Yo no... Yo no... —tartamudeo— Yo no te estaba... acabo de llegar y...

—Sara. Vi cuándo llegaste —ríe—. Estuve todo el rato mirando hacia la puerta por si salías. —Mis mejillas se vuelven color carmesí.

Intento hablar, pero la vergüenza me lo impide. Pongo la mano sobre mi frente abochornada y soy incapaz de mirarle a la cara. No puedo defenderme, me ha pillado de lleno.

De pronto, sus enormes manos me agarran y me levantan como si no pesara.

—¿Qué haces? —Me asusto y trato de bajarme.

Todo lo que viene a mi mente son cosas horribles y no me gusta. Desde que me encerraron en la finca, cada vez que un hombre se ha acercado a mí, ha sido con malas intenciones.

—Ahora lo verás.

—¡Bájame! —Comienzo a ponerme nerviosa—. Por favor, bájame. —Camina varios metros y subimos a algún sitio.

—Vas a pagar por tu imprudencia. —Su tono no me gusta.

—¿Qué vas a hacerme? —digo con angustia, y lo nota.

—Ey... Ey, ey... —Me baja con cuidado y me aparto—. ¿Por qué dices eso? ¿Crees que te haré daño?

—No lo sé. —Bajo la mirada, da un paso hacia mí y yo lo doy hacia atrás. Quiero mantener una distancia de seguridad para salir corriendo si es necesario.

—Sara... —Me mira con tristeza y veo dolor en sus ojos—. Yo jamás te tocaría de esa manera. Nunca me sobrepasaré contigo. —Trago saliva—. Si hubiera querido eso, lo hubiera hecho desde el principio, ¿no crees? —Ahí no puedo quitarle la razón.

—Yo... Lo siento —digo apenada—, no pretendía hacerte sentir mal. Nunca me había pasado algo así... No he sido capaz de controlar mi miedo.

—No te preocupes. —Se acerca a mí de nuevo y me tenso—. Ya está. ¿De acuerdo? —Pone las manos sobre mis hombros y mi primer instinto es huir. Pero me esfuerzo y consigo sujetarme—. Confía en mí, solo quiero ayudarte. —Mira fijamente a mis ojos—. Nadie merece pasar por lo que tú estás pasando. Sacaremos a todas las chicas de allí y pagarán por lo que están haciendo.

La Marca de Sara - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora