Capítulo 57

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De camino decidimos llevar primero a Izan a su apartamento, pero al ver que Ana está bastante molesta y que se queja con cada bache le damos prioridad a ella y Lucas conduce hasta casa para que descanse tranquilamente sobre una cama.

Nada más llegar, Ana y mi madre se abrazan. No se habían visto hasta ahora, pero parecen conocerse de toda la vida. Llora una sobre el hombro de la otra y tenemos que intervenir para calmarlas.

—¿Izan también está aquí? —pregunta mi madre cuando le oye hablar. Todavía no ha recuperado la vista del todo y le cuesta enfocar.

—Sí, mamá —le digo mientras ayudo a Ana a sentarse en el sofá.

—Ven, hijo. —Estira el brazo e Izan le agarra la mano—. No imaginas lo agradecida que te estoy por haberme devuelto a mi niña. Has sido muy valiente.

—Gracias, señora. Sacarla de allí se convirtió en una necesidad para mí. —Me mira y sonríe—. Su hija es para mí...

—Mamá, también está aquí Lucas —interrumpo. No he querido decirle a mi madre nada aún para evitarle impresiones después de su recaída, y temo que se me adelante.

—¿Lucas? —le busca forzando sus ojos.

—Estoy aquí —Luc se acerca a ella, toma su brazo y la lleva hasta el sofá—. ¿Cómo estás? ¿Puedes ver ya algo? ¿Has notado mejoría?

—¿Cómo sabes tú eso? —pregunto intrigada.

—Porque, aunque tú no hayas querido hablar conmigo, ella sí.
—Me guiña un ojo y mi madre ríe.

—Vaya... qué calladito os lo teníais. —Pongo los ojos en blanco y todos ríen menos Izan—. Deberíamos irnos —digo mirando a la montaña. Parece mucho más cansado—. ¿Os arreglaréis bien las dos hasta que vuelva? —les pregunto a Ana y a mi madre.

Luc se pone en pie, mete la mano en el bolsillo y saca las llaves del coche.

—Toma —dice mientras me las ofrece—, llévale tú. Yo esperaré aquí hasta que vuelvas para que no se queden solas.

—¿En serio? —pregunto sorprendida. Lucas jamás me ha dejado su coche. Su frase estrella siempre ha sido "la novia y el coche no se prestan". Arrugo la frente mientras le observo y creo entender la razón. Al darse cuenta de que le he descubierto su cara se vuelve roja, pero no dice nada.

Nos despedimos y caminamos hasta el auto. Mientras nos acomodamos en el interior, veo por el retrovisor cómo enciende las luces un coche igual al que vi en el hospital. Arranca el motor cuando lo hago yo y empiezo a preocuparme.

—¿Ocurre algo? —pregunta Izan.

—No lo sé... —digo pensativa—. ¿Reconoces el coche que está ahí detrás? —Lo señalo con disimulo—. El gris que tiene las luces encendidas.

—Mmm... ¿Ese no es el que estaba en el hospital? —Frunce las cejas y achina los ojos para verlo mejor.

—Estoy empezando a asustarme —digo nerviosa.

—Déjame tu teléfono y ponte en marcha. —Hago lo que dice y salgo del aparcamiento. Teclea un número y oigo los tonos de llamada—. Hola, buenas tardes, comisario. Soy Izan. —Hace una pausa—. Verá, estamos observando desde hace unas horas que un vehículo nos está siguiendo. —Silencio—. Sí, desde el hospital. —Se calla de nuevo y escucha—. Es gris —mira hacia atrás—, parece

un Peugeot... 308. No veo la matrícula bien desde aquí. ¿La ves tú, Sara? —me pregunta.

—Veo un... 84... —digo alternando la mirada del retrovisor a la carretera.

La Marca de Sara - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora