Capitulo 28

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Me arrodillo junto a ella y trato de levantarla. En su estado debería verla un médico con urgencia. Está sufriendo una sobredosis.

—No. —Es lo único capaz de decir.

—Tranquila, Ana, soy Izan.

—No... —Vuelve a decir y con torpeza se mueve para apartarse de mí. No quiere que la toque.

—No voy a hacerte daño. Solo quiero ayudarte. —Paso una de mis manos por su espalda, otra por debajo de sus rodillas y la levanto. Está tan mal que se desmaya en ese momento. Justo cuando comienzo a caminar con ella en brazos, alguien me detiene.

—¡Eh! ¡Tú! ¿Dónde crees que vas con esa chica?

—Yo... —Pienso por un momento—. Quiero comprarla por un par de horas.

—¿En serio? —ríe—. Deberías elegir a otra. Esta te vomitará encima mientras la montas y no quiero reclamaciones después.

—Me gusta. —Elevo los hombros porque no se me ocurre otra excusa.

—Está bien. Pero luego no digas que no te avisé. ¿Quién soy yo para juzgar los gustos de nadie? —Camina hasta un mostrador y pasa los dedos por una pantalla—. Ahora mismo te digo qué habitaciones tenemos libres. La 2, la 5 y la 17. —Al escuchar el número 5 no puedo evitar pensar en Sara. Siempre que iba al club para estar con ella elegía esa habitación. Ese número es muy significativo para mí.

—La 5 —digo sin pensar.

—¿Pagará con tarjeta o en metálico?

—Con tarjeta. —Después de pagar la entrada mi cartera ha quedado vacía.

Me extiende una especie de llave azul y al ver que no puedo cogerla porque estoy sosteniendo a Ana me hace un gesto para que le siga. Coge el datáfono y me guía hasta un largo pasillo muy parecido al que ya conocía. Mi vello se eriza al oír un llanto demasiado joven salir de una de las puertas y me paro para escuchar con más atención. Al notar mi interés, me obliga a continuar y no me queda más remedio que obedecer para no levantar sospechas.

—Aquí es. —Abre la puerta y espera. Tiendo a Ana sobre la cama, y cuando realizo el pago me entrega la llave—. Recuerda. Dos horas, ni un minuto más. Intenta no dormirte. No me gusta tener que venir a buscar a los clientes.

—Descuida. —Se marcha y cierro. Vuelvo a la cama y trato de despertarla—. ¡Ana! —Golpeo su mejilla con la palma de mi mano—. ¡Despierta! —No se mueve y me preocupa—. Ana, abre los ojos. —Busco el baño y cuando lo localizo entro deprisa. Tomo una de las toallas que hay dobladas en un pequeño armario colgado en la pared y la pongo bajo el grifo para mojarla. La escurro un poco para que no gotee demasiado y vuelvo con Ana. La pongo sobre su cara y al notar el frío comienza a reaccionar.

—Mmm... —Respiro aliviado al oírla.

—Vamos. —Cambio la toalla de posición—. Despierta, Ana, necesito que me ayudes. —Sus labios y sus uñas están azulados—. Ya falta poco. Voy a sacaros de aquí, pero necesito tu ayuda como el respirar... Tienes que decirme dónde está Sara. —Toco su piel y la sensación no me gusta. Está fría, húmeda y demasiado pálida.

—No... —Vuelve a repetir mientras levanta una de sus manos.

—Tranquila. No voy a tocarte. —Estoy seguro de que piensa que quiero hacerle daño. De pronto comienza a moverse extrañamente y no sé la razón—. ¡Ana! ¿Qué te ocurre? —Su piel comienza a oscurecerse. Está casi tan azulada como sus labios—. ¡Ana! —La muevo para que reaccione, pero sigue igual. Me fijo en su boca y me doy cuenta de que se está ahogando. La pongo de lado con rapidez y comienza a vomitar. La sujeto en esa postura hasta que termina y me calmo al comprobar que poco a poco recupera el color. Si esto le llega a pasar estando sola habría muerto.

La Marca de Sara - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora