Capítulo 54

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Mi respiración se hace más profunda a medida que el calor de su mano atraviesa mi piel y una extraña relajación me debilita.

—Sara —me llama de nuevo al notar que estoy ausente—. ¿Estás bien?

—Yo... —Pestañeo para volver al lugar y miro nuestra unión.

—Tú también lo notas, ¿verdad? —Alzo la mirada sorprendida y me sonríe.

—No entiendo lo que quieres decir. —Estoy tan inmersa en mis nuevas sensaciones que creo haber pedido el hilo de la conversación.

—Cada vez que estamos juntos algo se mueve dentro de mí y siento como si levitase. —Entrelaza sus dedos con los míos y disimulo un suspiro—. A veces tengo que controlarme para no asustarte, pero te aseguro que es en contra de mi voluntad. —Abro la boca para intentar hablar, pero al ver que no emito ningún sonido, continúa—. Yo... —Intuyo que va a decir algo doloroso por el cambio de su expresión—. No me he portado muy bien contigo y necesito darte algunas explicaciones.

—No hablemos de eso ahora —le interrumpo para que no se torture.

—Te dije e hice cosas que... que no sentía en absoluto.

—No es el momento, Izan.

—El día que chocamos en aquel parking. —Levanta una de sus perfiladas cejas—. Por tu culpa, por supuesto —ríe y hace una mueca de dolor a la vez—. Cuando bajaste del coche y viniste a pedirme disculpas sentí algo abrirse justo aquí. —Pone la mano en el centro de su pecho—. Y te juro que vi a Cupido en la acera de en frente lanzándome flechas. —Ahora la que ríe soy yo. Aunque no sé si por la imagen que se ha formado en mi cerebro o por mis nervios al oírle decir eso—. Reaccioné agresivamente porque no supe disimular lo que me estaba pasando. Yo no soy así, Sara. Suelo tener un mínimo de educación, pero tu presencia me afectó de alguna manera y tuve la necesidad de demostrarme a mí mismo que no era por ti. No podía ser... los flechazos para mi siempre eran una leyenda urbana.

—Yo tampoco creo en ellos. —Le doy la razón.

—He dicho "eran". —Vuelve a levantar la ceja y me hace reír de nuevo—. Desde ese día no pude olvidar tu cara de loca diciéndome "sube aquí y pedalea" mientras me enseñabas el dedo corazón
—carcajeo. Recuerdo perfectamente toda la conversación de aquel día—. Volví varios días con la esperanza de que trabajaras cerca y aparcaras tu coche en esa zona.

—¿En serio? —pregunto asombrada.

—Lo sé. Hacer eso fue algo exagerado, pero quería comprobar que todo lo que sentí había sido algo casual y era la única manera. Pero nunca apareciste y perdí la esperanza. La idea de que fuera tu parking habitual se esfumó y volví a casa pensando que me quedaría con la duda.

—Y fue entonces cuando...

—Y fue entonces cuando... —me quita la palabra— me tiraste el estofado en la entrepierna.

—Lo siento —río. Ahora me parece algo cómico, pero en su momento fue horrible—. Me impactó muchísimo verte ahí. Era lo último que esperaba.

—Me puedo hacer una idea porque me pasó igual. —Me mira fijamente a los ojos—. Que sepas que te volví a gritar porque me sentí tan vulnerable como la primera vez y tenía que disimularlo.

—Creí ahí que había perdido mi trabajo y estuve a punto de marcharme. Si lo hubiera hecho en ese momento no habría pasado por todo esto. —Me quedo mirando al vacío.

—En cuanto noté que mi padre te defendía, supe lo que estaba tramando. Cuando una chica le interesa, actúa así. Le da la mejor de las caras y después la convence para que trabaje en sus clubs. O al menos eso creía... Nunca podré saber si de verdad algunas chicas cedieron o las obligó a todas.

La Marca de Sara - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora