El viento azotaba mi rostro, haciendo que pequeñas lágrimas me salieran de los ojos y se me despegaran de la piel, quedándose atrás de pura velocidad. No alcanzaba a ver el final de la explanada, ni me preocupaba por ello. Podría continuar con la carrera hasta dicho final y más. Podríamos galopar durante horas, tan sólo alentadas por la presencia de la otra; ella animada por mis palabras, sintiéndose cómoda con quien la guiaba, y yo exultante de felicidad, viendo cómo la yegua me prestaba de aquella manera su fuerza, su velocidad, su potencia y resistencia. Sentía que ella era lo único que necesitaba en mi vida, que esas dosis de libertad que mi amada yegua me proporcionaba podrían ser mi único sustento. Que saberla feliz a mi lado, era todo lo que podría desear. Porque Kenya y yo, juntas, éramos imparables.
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- ¿Os habéis divertido?
Suspiré alzando la mirada, flotando en mi nube particular de felicidad.
- Ha sido genial. ¿Qué haces aquí?
- Vaya, qué bien -respondió Cristina en tono cortante, ignorando mi pregunta-. Yo no me he divertido, ¿Sabes? Me has dejado plantada.
- ¿Qué...? -comencé, pero ella continuó hablando.
- Habíamos quedado - prosiguió, mostrándose molesta-. íbamos a saltar juntas y no has aparecido. Para una vez que me levantan un castigo, vengo a decírtelo y me encuentro con que ni siquiera me has esperado.
Sonreí mientras negaba con la cabeza.
- No cuela, Cris.
Pareció que la chica dudaba un momento, pero rápidamente sonrió también.
- Mierda. ¿Qué me ha delatado? Mi actuación ha sido estelar.
- El problema es que a estas alturas te conozco de sobra -le golpeé suavemente el brazo-. Pero tampoco te vengas arriba. ¿Así que te han dejado venir? No has aparecido a la hora a la que habíamos quedado -dije, sin reprochárselo-.
- Convencer a mis padres lleva un tiempo. Ya te dije que seguramente no podría venir, pero he dado vueltas por la casa con cara de pena y mi madre se ha apiadado de mí.
Continuamos charlando animadamente mientras llevábamos a Kenya al prado que compartía con otros dos caballos, Míster y Fausto. La metimos en un pequeño recinto al que los dueños de aquellos animales dábamos distintos usos, y la despojamos del equipo de monta. Entramos en una caseta que había junto al recinto, donde los caballos podían refugiarse si querían, y guardamos el equipo en mi taquilla. Entre esas paredes, a resguardo, era donde les echábamos su ración de heno, ya que allí no se mojaba aunque lloviese.
Mientras yo cepillaba a mi yegua, Cristina fue en busca de su caballo, Míster. Los vi aparecer juntos, la chica a lomos del magnífico ejemplar holandés de sangre templada. Míster era de capa baya, con el cuerpo dorado oscuro y los cabos (mitad inferior de las extremidades, crines y cola) negros. Se trataba de un animal atlético y de gran talla, derivado de la cría selectiva de caballos para la competición. No cabía duda de que era ágil, resistente y elegante. Poseía la potencia, habilidad y carácter necesarios en los caballos campeones, que llevaban a sus jinetes a lo más alto de victoria en victoria. Pero a Cristina no le interesaba el frívolo mundo del concurso ecuestre. Ya no. Rememoré el día en que la conocí, cuatro años atrás.
Me encontraba en mi clase de equitación semanal, tiempo antes de tener a Kenya. La yegua que montaba y yo nos estábamos dando un respiro mientras el profesor cambiaba la altura de los obstáculos, cuando los vi, tras la valla de la pista. Un bellísimo caballo cuyo pelaje dorado resplandecía a la luz del sol, con sus oscuras crines flotando a cada paso que daba. Era enorme, imponente y al mismo tiempo de aspecto delicado. Tan maravillada estaba por él que tardé en ver a la chiquilla rubia que caminaba a su lado, sosteniendo la cuerda que ataba su cabezal. Caminaba con seguridad, orgullosa, a pesar de que a mí no me cabía duda de que acababa de llegar a la hípica. Un caballo como el suyo no me hubiera pasado inadvertido, era la primera vez que lo veía. La voz de mi profesor me devolvió a la realidad, diciéndome que repitiese el recorrido, con cada obstáculo un par de puntos más alto. Le eché un último vistazo al hermoso corcel, que inspeccionaba todo con atención; me centré en la pequeña yegua que me habían asignado aquel día y continuamos con nuestro ejercicio.
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¡Hasta aquí la primera parte! He de decir que estoy emocionada por compartir esta historia con vosotros. Aunque por el momento seamos pocos, deseo con todas mis fuerzas que os guste la historia. No vayáis a creer que va a tratarse de una novela sobre caballos (ya debéis de haberlo notado en la descripción), pero este será el ambiente en el que se desarrollará el comienzo de la acción.
No olvidéis dejarme cualquier sugerencia, crítica u opinión en los comentarios para ayudarme a mejorar y saber si merece la pena seguir escribiendo. ¡Un besazo!
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Sueños Descompuestos
Science FictionMe llamo Ane, y soy humana. Aún lo soy. Sé que sonará raro visto desde fuera, pero en los tiempos que corren, seguir siendo una "persona"; es una verdadera primicia. Sólo que ya no soy la de antes. El mundo ha cambiado... y yo he cambiado con él. Pe...