Este capítulo está dedicado a mi gran amiga Igone (@IgoneSerrano8 ), por ser mi más frecuente apoyo respecto a mi novela, y por estar siempre dispuesta a darme miles de ideas aunque casi nunca le haga caso (je, je). Podría dedicarle cualquier parte, pero elijo esta, porque está a punto de ocurrir algo que le encanta y no quiero retrasar más la dedicatoria.
¡Gracias por todo, Igone!
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Fui al salón, en el piso inferior, crucé unas rutinarias palabras con mi madre y le informé de mis intenciones . Como era de esperar, su respuesta fue:
- Pero primero, come.
- No tengo hambre, y puedo llevarme un bocadillo.
- Tienes que comer algo, Ane. No vas a montar con el estómago vacío.
Sabía que no merecía la pena discutir aquello. Me limité a servirme la comida y me senté junto a mi madre para ver las noticias mientras comía con rapidez.
Observé a la elegante mujer que, con semblante serio, daba a conocer la noticia de la violación y posterior asesinato de una joven << Pobre chica... Cómo está el mundo >> pensé, entristecida. A continuación dieron paso a una noticia que me dejó algo intranquila. Al parecer, un hombre había muerto, víctima de una enfermedad sin identificar por el momento. A la persona en cuestión le había mordido una rata, y al ir al médico para comprobar que no le hubiera contagiado nada, descubrieron un nuevo virus que atacaba a las funciones corporales. El hombre murió dos días después. Por ello, se aconsejaba extremar las precauciones en cuanto al trato con roedores. Aún no se sabía si podría haber más portadores del virus además de las ratas, y aquello me puso un tanto nerviosa, ya que el desconocimiento sobre el tema dejaba la vía libre a casi cualquier posibilidad. Terminé mi plato y lo metí todo en el lavavajillas. Desde el salón me llegó la voz de mi madre:
- ¿Por qué tienes tanta prisa? ¿Estás enfadada?
<< Estas madres... no se les escapa una >>.
Siendo lunes, la hípica estaba cerrada por ser día de descanso, pero nada me impedía pasarme por nuestra finca, junto a la misma.
- La verdad es que llevo un asco de día y necesito relajarme. Me llevo los deberes, ¿Vale?
- No me fío mucho de que vayas a estudiar en la finca - dijo tras pensarlo un momento, y pareció que pondría alguna pega, mas suspiró y aceptó -. Ve, pero vuelve pronto, ¿Eh?
De nuevo en mi habitación, me recogí el cabello castaño en una coleta y cambié mi atuendo por un pantalón y unos calcetines altos elegidos sin mucho criterio de entre la sección de ropa de equitación de mi armario.
Observé mi reflejo en el espejo que ocupaba una de las puertas interiores, ladeando la cabeza. Siempre había sido delgada y de baja estatura, y detestaba aquella imagen de frágil muñeca de porcelana que mi palidez y grandes ojos acentuaban. Me acerqué para examinarlos más de cerca. El iris de un color verde intenso, la forma almendrada, las pestañas espesas. No era que mis ojos no me gustasen, pero los consideraba de un tamaño excesivo para mi rostro menudo. Bajo los mismos, por otro lado, tenía unas ojeras no muy marcadas pero sí permanentes, y las mejillas, faltas de color, salpicadas por pequeñas pecas que sólo se apreciaban a corta distancia. Mis labios eran finos, y mi nariz, pequeña y un tanto respingona. El resto de mi cuerpo presentaba la misma ordinariez, con ese aspecto de debilidad visible en cada curva inexistente, en cada muñeca huesuda. Aunque también era cierto que tenía unas piernas musculadas por los años de práctica de la equitación. Quizá yo exagerase mi propia visión, y lo sabía, pero era inevitable verme junto a Cristina y no hacer comparaciones. Yo no poseía su cuerpo atlético y hermoso que atraía todas las miradas, y realmente nunca lo quise. Prefería pasar desapercibida, lo cual lograba con demasiada facilidad.
Me separé del espejo y cerré las puertas del armario. Una vez hube cogido lo que iba a necesitar, bajé las escaleras que separaban el piso superior del inferior, llaves en mano y mochila a la espalda.
Tras unos pocos minutos pedaleando y pensando en temas banales, aflojé un tanto el ritmo al recibir en el rostro la caricia de una agradable brisa primaveral. Terminé deteniendo la bicicleta por completo y, con los ojos cerrados, aspiré profundamente el aire fresco. Admiré el rústico paisaje que se extendía a mi alrededor y dejé que el tímido sol templara mi cuerpo. La presencia de la estación florida se evidenciaba en los alrededores, ya fuera en los campos teñidos de variopintos colores o en los animalillos que salían de sus escondrijos sin temor a ser vistos. El pueblo en el que me había criado y a mis dieciséis años continuaba llamando hogar era bello y apacible, tranquilo y acogedor. Se encontraba a unos escasos diez minutos en coche de la ciudad más cercana (la cual consideraba mi ciudad, después de todo), pero no por ello se perdía el halo de remotidad que envolvía aquel entorno. La calma del lugar inundó todo mi ser, y, más relajada, continué el camino. No tardé en avistar la entrada de la hípica.
- ¡Kenya!
La elegante yegua me relinchó desde lo más lejano del prado y se dirigió trotando hacia mí mostrándose tan bella y grácil que me quedé mirándola embobada. Parecía ligera como el aire, alzando cada extremidad sin ningún esfuerzo aparente, con las orejas y el hocico inclinados hacia adelante, la cola alzada y las crines siendo mecidas por el viento. Toda ella brillaba con luz propia, incluso parecía que flotaba a cada zancada.
Finalmente llegó hasta mí, que seguía tras la valla de la finca, y me ofreció su suave testuz esperando ser acariciada. Yo sentía que algo en mi pecho implosionaba, sin poder creer que pudiera llamar a aquel maravilloso ser mío. Traspasé la valla y abracé el cuello de Kenya, dando gracias por que nuestros caminos se hubieran cruzado. ¿Gracias, a quién, o a qué? No lo sabía con certeza, siempre me había declarado atea y no acostumbraba a creer en lo místico. Tal vez le estuviera agradeciendo al universo aquella serie de infortunios que nos unieron, y al darme cuenta de ello, mi expresión cambió de un extremo a otro. << No - me dije -. A los motivos que llevaron a Kenya hasta mí no se les debe buscar nada positivo >>.
Me separé de la yegua un tanto para contemplarla mejor, y con una pícara sonrisa, olvidando mi mal humor, eché a correr hacia la caseta que había en el prado. Kenya no se lo esperaba y el desconcierto se apoderó de ella unos instantes, lo cual me dio tiempo para llegar a mi destino antes que ella.
Me escondí tras un montón de paja, aunque no lo suficientemente rápido para escapar a la mirada de la yegua, que había seguido mis pasos al galope. Cuando escuché cómo olisqueaba en mi dirección, salí corriendo de nuevo y me oculté tras una de las paredes de la caseta. Míster y Fausto nos observaban curiosos, incluso parecía divertirles nuestro juego. Kenya asomó su carita curiosa, a lo que respondí esprintando ya sin rumbo alguno. Por supuesto, a ella le llevó apenas unos segundos reaccionar a mis movimientos y alcanzarme, por lo que yo me detuve exhausta en busca de un lugar en el que dejarme caer.
Tumbada y con los ojos cerrados, sentí que mi respiración se ralentizaba, mientras Kenya me olisqueaba el pelo. Se trataba de uno de esos momentos en los que uno cree que nada puede alterarlo. Y entonces, como en las películas de terror malas que le gustaban a Cris, alguien profirió un agudo chillido. <<¿Pero qué...?>> me puse en pie rápidamente.
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¿Qué tal, gente?
¿Qué habrá sido ese grito? Chan, chan, chaaaan... Se admiten hipótesis ^^.
La foto de arriba es la que más coincide con la imagen que tengo de Ane (y eso que hice una búsqueda exhaustiva). Retoqué la foto para hacer a la chica aún más parecida a ella. Si alguien sabe quién es esa hermosa señorita, me haría un favor al decírmelo :). Esta parte es algo más larga, ya que quería abarcar hasta cierto punto de una sola vez. Quería, también, volver a agradeceros las votaciones y los comentarios, todo lo que me ha llegado estos días me ha levantado la moral. Aún somos poquitos en la cuenta, pero tiempo al tiempo.
Gracias por leer, ¡Un abrazo!
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Sueños Descompuestos
Science FictionMe llamo Ane, y soy humana. Aún lo soy. Sé que sonará raro visto desde fuera, pero en los tiempos que corren, seguir siendo una "persona"; es una verdadera primicia. Sólo que ya no soy la de antes. El mundo ha cambiado... y yo he cambiado con él. Pe...