[10] ¿Peligro?

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"Sacudí la cabeza, quería alejar aquellos recuerdos de mi mente. Lo importante entonces era que yo tenía a Kenya, nos habíamos mantenido juntas y ella era feliz. En ese momento me percaté del sonido de pasos aproximándose". 

 - ¿Espantando a las moscas? - río una cantarina voz tras de mí.

- Ja, ja - pronuncié lentamente mientras me volvía hacia Cris, quien debía de haber visto cómo yo sacudía la cabeza.

- Ya veo que los tienes a todos comiendo de tu mano - me sonrió.

- Sí, los estoy hipnotizando para que lleven a cabo mis planes malvados.

- ¿Qué tipo de planes malvados? -preguntó Cris curiosa, ladeando la sonrisa.

- Sembrar el caos, dominar el mundo... ese tipo de cosas - dije despreocupadamente.

- Ah, bueno, si es sólo eso...

Cris y yo reímos ante nuestras absurdas ocurrencias. Hubo un breve silencio durante el cual acariciamos el suave pelaje de los tres caballos, que estaba aclarándose y perdiendo volumen, a fin de prepararlos para el verano. Cristina volvió a abrir la conversación:

- ¿Los preparamos? Tengo muchas ganas de ir al bosque.

- Claro - respondí, entusiasmada -, yo también lo estoy deseando.

Dicho esto, nos separamos con delicadeza de Fausto, Kenya y Míster, quienes ya empezaban a cerrar los párpados debido a nuestras caricias. Al alcanzar nuestras taquillas, dentro de la caseta, nos dispusimos a elegir el equipo que usaríamos, mientras los caballos pastaban con tranquilidad.

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- ¿Recuerdas la última vez que vinimos por aquí? Fue hace... ¿Siete, ocho meses? - preguntó Cristina, desde la gran altura que le confería el dorso de Míster.

- Cómo olvidarlo - respondí con una nostálgica sonrisa - acabaste con la cara estampada en el barro.

Cristina frunció el ceño fastidiada, lo cual me resultó de lo más divertido.

- ¿Eso es lo único de lo que te acuerdas? ¿Qué hay de ti gritando que la yegua no frenaba? Lo raro fue que no acabases tú en el suelo.

- Eso hubiera disminuido el placer de verte marrón de pies a cabeza. Parecía que querías ser una con la naturaleza - solté, sin poder contener la risa.

- Sabía que venir en otoño no era buena idea - refunfuñó Cris, desviando la mirada.

Ante aquello sólo pude seguir riendo, toda esa historia me estaba divirtiendo. Además, sabía que Cris no estaba realmente enfadada, tan sólo interpretaba el cómico papel que le correspondía.

Continuamos conversando animadamente y a los pocos metros avistamos una pequeña choza semiderruida. No era nada nuevo, siempre habíamos pasado junto a ella cuando tomábamos aquella ruta; no obstante, el deterioro de los últimos meses no sólo era evidente sino también inusual. Nos habíamos acostumbrado a ver la choza más abandonada cada año. La hiedra se iba apoderando de los muros de piedra que un día fueron sólidos y resistentes, cada vez más pájaros decidían anidar en sus grietas y más pequeños habitantes del bosque los usaban para ocultarse. Todo ello, sumado a las piedras que con el tiempo iban desprendiéndose del muro y los estragos que la meteorología causaban en la edificación, lograban que lo que un día pudo ser un pequeño almacén o una casa de juegos, se fuera integrando en el entorno, llegando a formar parte del bosque. Cierto día, hasta descubrimos que aquellas cuatro paredes servían de refugio a un sin techo, y evitamos el lugar durante una temporada. No obstante, hacía tiempo que no sabíamos nada del susodicho, y su persona ya no era mencionada en nuestras conversaciones. Pero en aquella ocasión... había algo diferente. No era sólo que me sorprendiera el mal estado de la choza. Mi intuición me decía que algo no encajaba. Extrañada y curiosa, le dije a Cris que me adelantaría para hacer cierta comprobación.

Chasqueé la lengua para indicarle a Kenya que trotara, y nos fuimos aproximando a mi objetivo a un trote relajado. Paré a la yegua a pocos metros de las ruinas. ¿Qué era lo que estaba mal? Fruncí el ceño. Acortamos la distancia, estando yo intrigada e incómoda al mismo tiempo. No sabía por qué, pero no me gustaba lo que fuera que fallaba en aquel lugar, y pude notar que a Kenya tampoco. La yegua estaba poniéndose nerviosa. A apenas unos pasos del muro, Kenya paró en seco para empezar a retroceder, deseando volver al camino. Su respiración se estaba volviendo agitada y yo no entendía nada de lo que estaba ocurriendo. Por su parte, Cristina y Míster ya se encontraban casi a nuestra altura. Acaricié a Kenya y la alenté con palabras a que se calmara. "Todo está bien", le dije, "no pasa nada"; pero no era así. Algo no estaba bien, algo pasaba, y mi yegua lo sabía. Kenya dio otro paso atrás y entonces pude escuchar lo que, a ciencia cierta, ella había estado percibiendo todo el tiempo. Desde el interior de la choza me llegó un gruñido gutural, hambriento y... distinto al de cualquier animal que se me pudo ocurrir. Sin embargo, no pude pararme a pensar en aquel extraño sonido e intentar identificarlo, porque la yegua se elevó y giró sobre sus posteriores, encabritándose, con un relincho asustado. Acto seguido echó a correr en dirección opuesta a la choza, alcanzando a un nervioso Míster y pasando de largo, no sin que este se le uniera en su huida. Me hallé flácida a lomos de Kenya, me había sorprendido tanto su reacción que tardé en tomar conciencia de que galopábamos ladera arriba sin control alguno. Cuando me recuperé de la impresión, silbé y eché mi cuerpo hacia atrás, pidiendo a Kenya que parara. Tuve que usar las riendas más que de costumbre puesto que ella se resistía a hacerlo. Y era lógico; su instinto le ordenaba salir corriendo y no dar la carrera por concluida hasta sentirse fuera de peligro. Pero, ¿De qué peligro estábamos hablando?

Cristina y yo comentamos lo que acababa de ocurrir extrañadas y, por qué no decirlo, también algo inquietas, pero tras decidir que regresaríamos por otro camino, el resto del paseo transcurrió con normalidad.

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¿Cómo estamos?

Y bien, ¿Qué ha sido ese gruñido? ¿Qué será lo próximo que pase? Sé que algunos ya tenéis vuestras propias teorías, más o menos acertadas.

Me gustaría dedicar este capítulo a mis amigas Smileyyfaces , por apoyarme con la novela y contarme sus impresiones al respecto, y Jone, por hacer un hueco en su apretada agenda para leerme. Ambas saben que me hace mucha ilusión contar con ellas en esto :D.

Por cierto, la imagen de arriba es de mi propia cosecha. Somos yo e Indi (caballo de mi amiga Igone), durante cierta reacción que yo no esperaba por su parte xD. Ni yo soy Ane ni él es Kenya, pero os aseguro que tras mucho buscar no he encontrado nada más parecido a lo que buscaba. Da el pego, ¿No?

Últimamente estoy trabajando en diversos proyectos y esta novela no es lo único que estoy escribiendo. A esto hay que sumarle los estudios, con que... No ando sobrada de tiempo. Aún así me seguiré esforzando por continuar la historia y actualizar al menos una vez a la semana.

¡Un besazo!

Sueños DescompuestosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora