- ¿Sois vos la damisela que he de rescatar? - preguntó teatralmente Cristina, que había detenido a Míster frente a mí.
Arqueé una ceja, señalé a Kenya con ambas manos y dije:
- No sé qué bicho te ha picado, pero tengo trabajo.
- Aprisa, dama mía, montad tras de mí y os alejaré del peligro -palmeó la grupa de su caballo, enjaezado tan sólo con una jáquima y un ramal a modo de riendas.
- ¿Y se puede saber de qué tenemos que huir? -pregunté, cruzando los brazos.
- De ese dragón de ahí.
Cristina señaló al viejo Rocky, el mastín de la hípica que solía bajar a los prados para echar una siestecita. El perro grisáceo nos observaba con cara de sueño, tumbado en la hierba unos metros más allá. Acabé por reírme y mi amiga me siguió, pero insistí en que no había terminado de limpiar a Kenya y le aseguré que en unos minutos me reuniría con ella.
- Le cortas el rollo a cualquiera -comentó, y estaba girando a Míster cuando se detuvo de nuevo-. No me extraña que no fueras tú la damisela que buscaba. Hay que ser guapa y refinada para serlo.
Simulé asestarle una bofetada a distancia y continué cepillando el pelo azabache que cubría el cuerpo de mi yegua. No pude evitar volver a pensar en todo lo que Cristina había cambiado, desde el lejano día en que Míster llamó mi atención de tal forma que tras la clase fui en su busca, para verlo más de cerca. Me recorrí los pasillos de las dos naves de boxes, y aunque había visto a la chica del pelo rubio llevarse al caballo adentro, este no se encontraba en ninguna cuadra. Se me ocurrió que podrían estar montándolo, y apresuradamente me dirigí a la pista principal. Tampoco lo encontré allí, pero me distraje viendo saltar a un hombre que conocía con su nuevo potro.
Minutos más tarde, escuché un sonido de herraduras aproximándose, y lo vi. El magnífico caballo que había estado buscando dejaba atrás el cemento y entraba en la pista, montado por la muchacha de porte altivo. Ella vestía botas de cuero negro con cordones en la parte baja de delante y una fila de piedrecitas brillantes bajo su rodilla. Aposté a que eran hechas a medida, como seguramente también lo sería su silla de montar. La chica llevaba pantalones blancos con un cinturón también incrustado en brillantes, una camisa lila (de las que yo veía en las tiendas de equitación y me preguntaba qué diferencia había entre ellas y camisas normales de calle, además del precio) y un casco y guantes de aspecto profesional. Iba conjuntada con su montura, que lucía aquellos brillantes en la frontalera de la cabezada y llevaba vendas para las patas y mantilla lilas. Estaban impecables, y supuse que la amazona no había limpiado a su caballo a juzgar por la blancura de sus pantalones. "Guau -pensé-. ¿Quienes son, y por qué van tan arreglados?" Desvié la mirada en busca de alguna cámara que los estuviera fotografiando o grabando, pero no hallé más que algunas personas cuya atención había atraído el binomio. Sin duda desentonaban.
Mi hípica era bastante humilde y familiar, y ese no era el tipo de caballo ni la clase de amazona que se veía por allí habitualmente. Observé con atención cómo ambos se deslizaban por la pista, ejecutando una serie de ejercicios perfectamente coordinados y gráciles. Los andares del caballo eran elegantes, daba la sensación de que flotaba por un instante a cada tranco. Ejecutaba obedientemente las sutiles órdenes de su amazona, que tenía una monta refinada y muy correcta. Quedé embelesada con la pareja, y cuando esta se dirigió hacia los enganches una vez acabado el entrenamiento, decidí ir a saludar a la chica. El que supuse era su padre intercambió unas palabras con ella, que se había quitado el casco y las botas y se había puesto unas deportivas, y se fue. Entonces me aproximé yo, con una tímida sonrisa.
- ¡Hola! -exclamé mientras me acercaba.
- Hola -respondió ella sin apenas mirarme, mientras le cambiaba al caballo la cabezada de trabajo por una de cuadra.
- ¿Es tuyo? -pregunté, señalándolo con la barbilla- Es precioso.
-Sí, gracias -su tono cortante y el hecho de que siguiera sin mirarme me hicieron sentir insegura, pero probé de nuevo.
- Os he visto en la pista, lo hacéis muy bien. ¿Cómo te...?
- Perdona -me interrumpió, tajante-. Pero estoy muy ocupada y tengo prisa.
Por un momento me quedé clavada en el sitio sin saber qué decir. La chica continuó desequipando al animal con indiferencia.
- De... acuerdo. Ya... nos veremos.
- Sí, claro -dijo, y supe que aquello era algo que no le haría demasiada ilusión.
Me retiré, pasmada. Me había acercado a ella con la mejor intención, la había elogiado, y sólo
había recibido en respuesta rechazo y descortesía. De pronto me sentí estúpida, y apreté los puños con rabia. Yo era muchas cosas por aquel entonces: tímida, introvertida, deseosa de relacionarme con alguien... pero no era una lamebotas. Oh, no. Bastante me había costado decirle todo eso a una desconocida, y no pensaba seguir dándole un trato que no merecía a quien me había mirado por encima del hombro a pesar de aparentar tener mi misma edad, y me había tratado como a un robot aspirador, cuando yo era la única persona que - que yo supiera - había intentado darle una amable bienvenida al club. No, no sentía ningún deseo de mantener otra conversación con mi "simpática amiga".
<< Esa pija verá lo que hace. Si prefiere estar sola, allá ella >>.
Me centré en el presente y busqué a Cris con la mirada. La hallé paseando por la finca sobre Míster. Yo ya había eliminado toda suciedad y marca de sudor de Kenya, así que abrí la verja del recinto y me aparté para que pudiera salir y pastar, tal y como sabía que deseaba. Vi que mi amiga y su caballo caminaban de espaldas a mí, y aproveché la oportunidad para correr hacia ellos con todo el sigilo del que fui capaz. Míster volvió las orejas hacia mí y supe que me había detectado, pero lo importante era que Cristina, no. Cuando estuve a la altura de la grupa del caballo chasqueé sonoramente la boca. Mis echó a trotar, como esperaba, y Cristina se llevó un pequeño pero satisfactorio susto (no tanto porque su caballo trotara repentinamente como por haber oído el chasquido justo tras ella). Reí viéndola parar al caballo y mirarme entrecerrando los ojos, pero antes de que terminara de decir que "me iba a enterar" yo ya había adivinado sus intenciones, y salí corriendo.
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¡He aquí la segunda parte de este primer capítulo! Sé que dije que no sería una historia exclusivamente sobre caballos y sé que por el momento lo parece, sólo os ruego que tengáis paciencia porque una vez asentadas las bases del argumento empezará la acción. Gracias a todos los que lleguéis a leer esto y también a los que al menos le dieron una oportunidad a "After life", titulada así provisionalmente. Estoy deseando que leáis partes más emocionantes y que me digáis que os parecen.
¡Un saludo!
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Sueños Descompuestos
Science FictionMe llamo Ane, y soy humana. Aún lo soy. Sé que sonará raro visto desde fuera, pero en los tiempos que corren, seguir siendo una "persona"; es una verdadera primicia. Sólo que ya no soy la de antes. El mundo ha cambiado... y yo he cambiado con él. Pe...