Día 285

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-Buenos días señor -me dice despertándome John.

-Joder, te he dicho miles de veces que no me llames señor.

-Lo siento.

Me levanto de la cama de un salto. Cojo mi mochila y saco dos latas de albóndigas. Le paso una a John y me quedo yo la otra.

Cuando terminamos de desayunar, nos ponemos en marcha. Abro la puerta y salimos del apartamento. En el pasillo sigue aquel zombie de ayer.

-¡Buenos días cabroncete! -le saludo con la mano.

La criatura me mira con los ojos blancos. Se acerca lentamente gruñendo. Cuando está lo suficientemente cerca lo decapito con el machete.

Su descompuesta y podrida cabeza cae rodando al suelo.

-¡Toma ya! -digo y le choco los 5 a John.

-Salgamos esta vez por la puerta principal.

-De acuerdo.

Salimos del edificio. No hay ni un alma a la vista. Ni zombies. No hay nada. Sólo una calle vacía. Es de las pocas zonas del centro que no fueron bombardeadas, aunque los zombies se encargaron de destruirla.

-Bueno, vamos a tu comunidad.

—Vale, sígueme.

—Oye, una pregunta. ¿Cómo entra la gente en tu comunidad? ¿Puede entrar quien quiera?

—Que va, sólo puedes entrar por invitación.

—¿Y cómo saben que tú eres miembro?

—Por el tatuaje de la muñeca —levanta la mano y me enseña su muñeca. Tiene una luna y un sol unidos por unas cadenas.

John me conduce por varios callejones. Un zombie se nos cruza en el camino.

—Yo me encargo —dice sacando un cuchillo.

—De acuerdo, ¡todo tuyo!

John se acerca al zombie, el cual estaba comiéndose un trozo de carne podrida. El chaval se lleva las manos a la cabeza y suelta un alarido ahogado. Se tambalea y cae al suelo.

—¿John? ¿Que coño te pasa? —digo acercándome a él.

El zombie que iba a matar se percata de nuestra presencia y se levanta. Se acerca cojeando a nosotros, con un hambre insaciable. Saco mi pistola y le disparo en la cara.

—Uno menos.

John empieza a moverse. Está convirtiéndose. Esta vez uso mi machete. Un golpe seco en la frente y muerto.

¿Cómo coño voy a entrar en la comunidad ahora? Si digo que John murió van a creer que me lo he cargado yo.

Le doy la vuelta a su cuerpo. Le levanto la camiseta y veo un gran mordisco infectado.

Unos zombies empiezan a venir, atraídos por el disparo. Estoy en un callejón, zombies delante y zombies detrás. No veo escaleras de incendios ni ventanas cerca.

—Mierda, estoy muy jodido. Tengo que hacer algo ya o me convertiré en albóndigas para zombies.

Necesito entrar en esa comunidad. Cojo mi machete y le corto el brazo del tatuaje a John. La sangre salpica hacia mi cara. Lo meto en mi maleta y saco mi pistola. Los zombies están a menos de 10 metros por cada lado. Cojo el cuerpo de John y lo lanzo hacia los zombies de atrás para distraerlos. Con mi pistola acabo con unos pocos de los que vienen por delante. El resto a machete.

Joder, por poco. Salgo corriendo a toda pastilla con mi mochila a cuestas por el callejón. No dejo de correr hasta que llego a la periferia.

Saco la última lata de albóndigas de la mochila. No se si alegrarme o preocuparme. Me siento en la acera y me la como. Cuando termino de descansar, me pongo en marcha de nuevo hacia la comunidad.

Llego a un edificio en obras y la veo desde lejos. Es enorme. Todo el centro comercial está lleno de gente. Bueno, en realidad son varios centros comerciales puestos en circulo. En el centro solían haber tiendas y restauración. Claro, todo ello antes del apocalipsis. Una sonrisa involuntaria me llena la cara. Llevo sin sonreír así desde que... bueno, da igual. Prosigo mi camino por la carretera vacía. No hay demasiados zombies, por lo que no me preocupan demasiado.

Cuando el sol está en el horizonte llego a las puertas de la comunidad. Unas altas murallas la rodean. Una gran puerta de metal improvisada se alza delante de mí. Llamo con el mango del machete.

"Toc Toc Toc"

—¿Quién es? —dice una voz de un hombre desde el otro lado.

—Hola, me llamo Mark. Un amigo mío era de aquí. Me dijo que viniera.

—¿Dónde está tu amigo?

Tengo que ser sincero con él.

—La palmó. Lo mordieron.

—Me da igual lo que le pasase a tu amigo imaginario. Sin la marca no entra nadie.

Debe de referirse al tatuaje.

—Hablando de eso. Tengo esa marca aquí mismo. Abre la puerta y te la muestro.

—De acuerdo, pero te recuerdo que somos muchos más que tú y que tenemos muchas más armas, así que no intentes nada.

Una pequeña puertecita se abre a mi izquierda. Un hombre robusto sale por ella. Se dirige hacia mí con una escopeta apuntándome a la cabeza. Levanto las manos y dejo caer la mochila.

—Deja todas tus armas en el suelo.

Saco mi pistola del cinturón y la dejo en el suelo. Hago lo mismo con el machete y un cuchillo que tenía.

—¿Dónde coño está la marca?

Me agacho despacio y abro la mochila. Saco el brazo de John de ella y se lo enseño.

—¿Qué cojones...? ¡¿Lo has matado?! —me pone la escopeta en la frente.

—Ya te dije que lo mordieron. Cuando me lo encontré ya estaba mordido.

—No te creo.

—Es la verdad.

El hombre me mira a los ojos. Se queda pensativo un rato.

—Mentira.

Levanta la culata de la escopeta y me golpea en la cabeza con ella. Caigo al suelo, con un dolor en la frente insufrible. Lo veo todo borroso, pero puedo ver que me apunta a la cabeza con el arma.

—¡No! —dice una voz femenina que me suena demasiado familiar.

—¡Ha matado a uno de los nuestros, señora! —dice la voz.

—¡Pero es mi padre!

La vista se me oscurece y me desmayo.

V.I.R.U.Z.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora