Día 5

48 6 0
                                    

—¡A desayunar! —dice Sara desde el pasillo.

—¡Ya voy, pesada! —le respondo levantándome lentamente—. ¡No hace falta que me grites!

—¡De acuerdo, dormilón!

Abro la ventana de mi cuarto. Otro día sin vida. No se escucha nada, ni si quiera el canto de un pájaro. Aun no sé la razón del bombardeo. No entiendo nada. Bajo las escaleras y entro en la cocina.

—Buenos días Mark —saluda Odd.

—Buenos días. ¿Alguna novedad? —le pregunto.

—Nada. Sigue igual desde el primer día.

Odd lleva atento a la radio desde que llegamos. Esperamos que nos digan algo más. No sabemos que hacer, nos limitamos a aguantar sin salir de esta casa.

—Malas noticias —exclama Sara angustiada—. Han cortado la luz. Y el agua.

—Joder. ¿Y ahora que hacemos? —pregunta Odd preocupado.

—Tengo una idea. Aunque no os va a gustar —dice Cristal.

—Cualquier idea es buena en este momento cariño —le dice Odd.

—Cerca de aquí hay una central potabilizadora de agua. Podriamos ir y llenar unos cuantos bidones para aguantar unos días.

—Ni loco. Me niego a salir de aquí —le digo a Cristal.

—Yo creo que es buena idea —dice Sara—. Podríamos acercarnos en coche y volver en menos de 30 minutos.

—Yo estoy con Sara. Necesitamos ese agua.

Están todos de acuerdo. Sigo sin considerarlo buena idea, pero no me queda más remedio que aceptar.

—Vale, iremos. Pero las niñas se quedan aquí.

—¿Por qué? —pregunta Sara desilusionada—. Me aburre estar todo el día aquí dentro.

—Es demasiado arriesgado. Aún no sabemos por qué destruyeron la ciudad. Quién sabe lo que hay ahí fuera

—Está bien —responde a regañadientes—. Pero volved rápido.

—Vale. Saldremos a medio día.

Mientras, busco en los armarios algo para llevarme y defenderme, por si acaso. Encuentro una mochilita azul, con bastantes bolsillos.

Perfecta.

De la cocina cojo un cuchillo, el más afilado. Lo pongo en la mochila. En el patio, en una cesta, hay un machete para cortar las plantas. Me llevo también una linterna y una cantimplora con un poco de agua que quedaba en las tuberías. Creo que llevo ya lo suficiente. Ya es medio día.

—Odd, ¿estás preparado?

—Mas o menos. Déjame conducir a mi, ¿vale?

—Adelante. Además, es tuyo —digo riéndome.

Entramos en el coche, yo en el asiento del copiloto. Odd lo arranca y las chicas salen para despedirnos.

—Ten cuidado papá. Prepararemos galletas para cuando volváis, ¿vale? —dice Sara con voz dulce.

—Tranquila, no va a pasarnos nada.

Odd acelera y dejamos atrás la casa. Sinceramente, estoy muy preocupado. Tengo miedo. Por las niñas y por nosotros.

Las calles están vacías. Solo hay coches abandonados en las aceras y alguno que otro en la carretera.

Tardamos unos pocos minutos en llegar. Aparca el coche en la puerta y nos bajamos. Es un complejo muy grande rodeado de árboles.

V.I.R.U.Z.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora