4 - SANGRE FRÍA

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   —Bueno, y ahora a dormir, que mañana hay barbacoa y estáis los dos invitados —dice riéndose mientras sale de la habitación, cerrando con llave.

   Miro con miedo a Dan en busca de auxilio, pero él está medio inconsciente, con sangre goteándole del labio inferior.

   Reacciono ante la situación y busco una forma de desatar mis manos, pero no lo consigo. Están demasiado apretadas. Mis piernas también están inmovilizadas.

   Echo un vistazo a mi alrededor. No hay nada que nos pueda servir para cortar las cuerdas. Intento despertar a Dan, pero no lo consigo. Tampoco puedo hacer mucho ruido, el caníbal está a pocos metros de aquí y si me escucha... no quiero ni imaginarme lo que haría.

   De repente mis ojos se centran en la pequeña luz que hay encima de la mesa. Se ha dejado la vela encendida. Me acerco dando saltitos con la silla, pero no llego hasta ella. Lo único que se me ocurre es tumbarla y hacerla rodar hacia el suelo.

   Agarro la mesa como puedo y la levanto por una de sus esquinas, de modo que la vela cae y rueda hacia el suelo. La alegría se apodera de mí, pero solo dura unos instantes. Al precipitarse, ésta acaba apagándose, justo como mis esperanzas de salir de aquí.

   Las lágrimas se vuelven a apoderar de mí, descendiendo a toda velocidad por mis mejillas frías, como las gotas de lluvia en los cristales cuando llueve. Siempre me gustaba hacer carreras con mi padre, era muy divertido. Él escogía la gota más lenta para que yo ganase. Se creía que no me daba cuenta, pero no es así.

   —Buenos días chavales, —dice el caníbal entrando por la puerta. Me he quedado dormida llorando— ¿tenéis hambre? Yo sí.

   —Eres repugnante —le insulta Dan.

   —Lo sé. Venga, ya casi es la hora de comer. Voy a ir haciendo los preparativos.

   El hombre saca un cuchillo y se dirige a mí. Se coloca detrás de la silla y corta las cuerdas de mis manos. Luego corta la de mis pies y me hace levantarme, poniéndome el cuchillo en la garganta. Le hago caso y me lleva fuera. A unos metros de donde estábamos hay una atracción llamada La cárcel. Suele tener la jaula arriba, pero ahora está abajo. Me hace entrar y cierra con llave.

   —Ahora mismo vengo cariño, no voy a comer sin tí —me guiña un ojo y se va a por Dan.

   Minutos después vuelve con él. Se me estremece el corazón al verle, le ha dado una paliza tremenda. Tiene los ojos morados, la boca sangrando, el brazo izquierdo dislocado y cojea de la pierna derecha. Caigo de rodillas, no puedo sostenerme en pié.

   —Bueno, cariño —se dirige a mí—. ¿Qué te apetece comer hoy? ¿Pierna? ¿Brazo? ¿Ambos? —dice mientras se ríe.

   —¡Déjalo! ¡No lo toques! ¡No le hagas nada! Déjanos en paz y te traeremos comida, por favor.

   —Cariño... Si piensas que vais a salir de aquí, eres muy ingénua.

   Acto seguido, saca un hacha de su espalda, lanza a Dan al suelo y se coloca encima suya, inmovilizándolo. Coge su brazo izquierdo y lo estira en la nieve.

   —Espero que no seas zurdo, chaval —dice levantando el hacha.

   Grito desesperadamente para que lo deje, pero baja el hacha a toda velocidad y le corta el brazo por la altura del codo.

   —¡¡Dan!! ¡¡Dan!! ¡¡No!!

   Dan se retuerce en el suelo de dolor mientras la nieve a su alrededor se tiñe de rojo. El caníbal coge su brazo y lo deja a un lado.

   —Tranquilo, lo tengo todo planeado —se dirige a mí mientras coge una espátula de hierro y un soplete.

   Calienta al rojo vivo la espátula y cercena el brazo de Dan. Sus gritos de dolor me hacen más daño que un disparo en el corazón.

   —Ya está. Así no te desangras. ¿Ves qué bueno soy?

   Coge a Dan y lo levanta del suelo. Lo hace entrar en la jaula conmigo. Él no se aguanta despierto y cae al suelo. Me agacho a su lado y le zarandeo para despertarlo por miedo a que fallezca. El hombre se va con el brazo de Dan hacia un puesto de comida rápida.

   —¡Dan! Lo siento mucho Dan, esto es todo por mi culpa.

   —T r a n q u i l a...  e s t o y  b i e n —consigue mascullar.

   Me lanza una mirada tranquilizadora, aunque sé que no está nada tranquilo. Yo tampoco lo estoy. Pongo la cabeza en su pecho y lloro de nuevo.

   —Eh, chicos, ¿quién quiere hamburguesas?

   El caníbal vuelve con un carrito de perritos calientes, pero con tres hamburguesas encima. Pone el carrito al lado de la jaula y se sienta enfrente nuestra a comer.

   —¿Queréis? Os he preparado una a cada uno.

   Le da un bocado mientras mira a Dan. Cuando termina, coge otra. Se levanta y viene a mi lado.

   —Come.

   —¿Qué?

   —Come cariño. Por tu bien, tienes que comer —dice mientras saca una pistola de su bolsillo y me apunta con ella.

   —No... puedo...

   —¿Quieres morir?

   —La verdad, ya me da igual...

   —Está bien.

   Cambia de objetivo con la pistola. Deja de apuntarme y apunta a Dan.

   —¡No! ¡No le hagas más daño!

   —Pues come.

   —Está bien... pero quiero hacerlo ahí fuera. Me está entrando claustrofobia.

   —¿Te crees que soy idiota? Sé qué intentas.

   —Átame las manos si quieres.

   —Está bien, chavala.

   Me ata las manos detras de la espalda y abre la jaula. Salgo a punta de pistola y nos ponemos delante de ésta.

   —Eh, chaval, no te pierdas cómo tu novia te come entero —dice mientras se carcajea.

   Coje la hamburguesa con la mano izquierda y la pistola con la derecha. Me pone la comida en la boca para que la muerda, pero el olor me hace vomitar.

   —Oh, venga, no tengo todo el día.

   —V-vale, lo siento.

   Me la acerca de nuevo. Tengo que actuar rápido.

   —¡Ahora, Dan! —grito como señuelo para que se vuelva.

   —¿Eh? ¿Qué? —dice girando la cabeza.

   Le doy una patada a la mano que sostiene la pistola y ésta sale volando. Me desestabilizo por las manos atadas y caigo al suelo, encima de la roja nieve.

   —¿Pero qué haces, chavala? ¿Eres idiota? ¿No ves lo que acabas de hacer? Te has condenado a muerte. ¡Y encima has tirado tu hamburguesa al suelo! En fin... Por cierto, ¿dónde ha caido mi pistola?

   —Aquí está, gilipollas —dice Dan desde la jaula apuntándole con el arma.

   Sin pensárselo dos veces, Dan dispara y le da un tiro en la frente. El hombre cae al suelo, generando otro charco de nieve roja.

V.I.R.U.Z.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora