Capítulo 8

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Sam no podía conciliar el sueño. Estaba preocupado por lo que fuera a suceder. Castiel y sus hermanos estaban presos y eran utilizados para quién sabe que cosas, no las quería ni imaginar.

Estaba afuera de la habitación sentado en el único escalón que daba a la entrada del cuarto.
Una delicada mano tocó el hombro del menor de los Winchester dando un pequeño apretón.

—¿Qué pasa grandulón? ¿la preocupación no te deja dormir?— preguntó Meg tratando de hacerle conversación.
Sammy por su parte no le respondió.
La pequeña castaña hizo una mueca de disgusto. Estaba de acuerdo en que antes era una maliciosa, pero a veces las personas —incluso ella— podrían cambiar.

—Escucha Sam, creo que de todos tú gozas de sensatez. Tu hermano es un completo idiota, pero es el idiota que tanto le encanta a Clarence— volvió a hacer otra mueca de disgusto—, mi punto es que yo también estoy preocupada por Castiel y por sus hermanos, ¿ok? No quiero que me vean como la enemiga del cuento. Él no me veía así, él creyó en mi. Creyó que en mi aún había bondad y no se equivocó.

¿Por qué me dices esto?— se decidió por fin a hablar el chico de ojos tornasol.
—Porque, y como ya lo había dicho, tú gozas de sensatez. Tú no me juzgarás como lo haría tu hermano o cualquiera de tus amigos los cazadores felices— explicó la demoníaca mujer.

Samuel no volvió a decir nada con respecto a ese tema. Era cierto que él no juzgaba a las personas, que generalmente les daba una segunda oportunidad para demostrar lo contrario.
Esa no era la excepción.

Meg tomó asiento a lado de él, colocó sus codos sobre sus rodillas y recargo su mentón sobre sus manos viendo el panorama urbano.

Las horas pasaron. Cuando menos lo esperó, Sam se había quedado dormido en el escalón.

Al despertar el hombre de ojos tornasol se percató que la chica demoniaca no estaba presente.
No alertó a nadie, simplemente dejó pasar ésta situación, tal vez era mejor así.
Para la sorpresa del menor de los Winchester, Meg regresaba de haber desayunado en alguna cafetería aledaña al motel.

—¿Qué?— preguntó la castaña al ver que Sam le observaba confundido.
Sam sólo meneo la cabeza en negación.
—Sam— Llamó Meg al cazador.
—¿Qué?
—Quita esa cara de diarrea. Sólo fui a desayunar.— La demoniaca mujer alzó las cejas y dió por sentada la situación, encaminándose hacia la habitación del motel.
Una vez adentro, Sam prosiguió a entrar también.

Todos ya estaban despiertos —excepto Gadreel, el no durmió— y se estaban preparando para lo que fuera a suceder.
Dean se dirigió a recepción y pagó la habitación que había alquilado y se dirigieron al estacionamiento.
Como no todos cabrían en el impala, decidieron robarse un carro que se encontraba a lado del carro negro.

—Bien, yo manejo— dijo Garth.
En la camioneta recién robada color vino se subió Gadreel, Benny, Rufus, Bobby y —obviamente— Garth.
En el carro negro iba Dean, Sam y Meg —puesto que nadie la quería en la camioneta vino—.
Dieron marcha a los motores y se dirigieron al almacén abandonado.
Tenían la sospecha —y gracias a lo escuchado en una plática casual entre los empleados del motel sobre los milagros ocurridos— de que todo el problema estaba en el gran almacén.
Durante el camino nadie cruzó palabras, sólo se escuchaba la música que a Dean tanto le gustaba.

Una canción en particular sonó de Kansas: All I wanted, canción que cantó a todo pulmón.

You say it's time to staay behing...♪

Liberen a los ángeles [Destiel]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora