VI - Hablemos... ¿de hombre a hombre?

267 49 11
                                    

Salieron de las instalaciones como almas que se lleva el diablo, pero en lugar de correr por el camino asfaltado, tan pronto estuvieron fuera del gimnasio se metieron por entre los arbustos que había a su derecha para salir a campo traviesa. Corrieron un poco más y cuando César consideró que ya era seguro detenerse así lo hizo. Ariel venía casi sin aliento. No estaba acostumbrado a correr y menos en esas condiciones, tan rápido y limitado por venir tomado fuertemente por su muñeca derecha y halado casi a rastras. Al detenerse, Ariel tiró su mochila al césped y se inclinó jadeando con sus manos apoyadas sobre sus rodillas, mientras que César continuaba erguido y atento por si los hubieran visto o los vinieran siguiendo. El lugar estaba oscuro pero había suficiente luz proveniente de los faroles de la pista de atletismo que no estaba a más de unos treinta o cuarenta metros. Más tranquilo al ver que no los seguían, al fin dijo:

—Ya veo que te hace falta más ejercicio.

—No necesitas decirlo —comentó Ariel todavía intentando oxigenarse.

Ambos hicieron una larga pausa, pero César seguía mirando desconfiado a los alrededores. Ya un poco más compuesto, Ariel le preguntó:

—¿Qué pasó? ¿Cómo fue eso de que era una trampa?

—Unos compañeros de mi sección. Después del otro día, cuando te molestaron en los vestidores, planearon esto.

—¿Qué planearon?

—Tío, que no sé si eres más tonto que ingenuo o viceversa. Estuvieron discutiendo si eras gay o no y para zanjar la cuestión, planearon mandarte unas notas; de esa manera, si tú venías al gimnasio, eso era porque te gustan los chicos y eres gay; de lo contrario, ganaban los otros. Y por cierto, hasta hicieron una apuesta.

—¡Ay, Dios mío!

—Que Dios no tiene nada que ver en este rollo, tío. No seas melodramático.

—¿Y ahora?

—Ahora nada. Creo que pudimos salir a tiempo y podría asegurar que no te vieron entrar ni salir. Son unos impresentables de primera que ni puntuales pueden ser ni para sus propias maquinaciones. Por eso, supongo que considerarán que ganaron los que apostaron que no irías.

—¿Lo crees?

—Eso supongo. Así que es probable que te dejen en paz pues al no encontrarte en el gimnasio, supondrán que no eres gay. Pero eso es una suposición, pues también es probable que algunos queden con la duda.

—¿La duda?

—Tío, que pareces un eco. Sí, hombre; la duda de si no fuiste porque no eres gay o porque te morías del miedo.

—¡Oh! Entiendo.

—¡Vaya! Hasta que al fin.

De nuevo hubo otra larga pausa. César seguía aprensivo mirando para todos lados. Por su parte, jadeando menos pero siempre con sus manos sobre sus rodillas, Ariel no podía evitar mirar... No, mirar, no; contemplar... a su César de pie enfrente suyo. Nunca lo había tenido tan cerca y menos solo. No estaba rodeado de sus fans y ni del enjambre de chicas que zumbaban normalmente a su alrededor. Lo contemplaba y cuanto más lo admiraba, más hermoso le parecía; y para peor, ahora su César estaba vestido con esa toga invisible para el ojo común que sólo lucen los héroes... y coronado de laurel. Sí, ahora también era un héroe pues lo acababa de salvar de una situación que hubiera sido desastrosa. César lo miró un instante por el rabo del ojo y volvió su vista hacia la puerta del gimnasio que se veía a lo lejos por entre los arbustos; pero de inmediato volvió a fijarla en Ariel.

—¡Hey, tío! ¿Estás llorando?

Ariel no contestó. Aunque seguía inclinado y apoyado en sus rodillas, sin cambiar su posición soltó su rodilla derecha para con su mano intentar enjugar una lágrima que muy a su pesar, se había escapado.

EL BESO BAJO EL SAUCEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora