XXI - Al toro... por los cuernos

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Ariel no sabía qué hacer. Más bien sabía lo que le habían pedido que hiciera pero no estaba seguro de que eso fuera lo mejor. Sin embargo, ocultar la nota y sobre todo la propuesta que contenía, no le parecía leal. Además, tanto Alfonso como César verían lo que pusiera en su muro en Facebook y a no ser que lo pusiera en clave, de seguro le preguntarían y le reclamarían por haberla ocultado. Ese debate interno duró todo el trayecto entre el vestidor y el aula. Alfonso lo notó extraño y supuso lo único que le pareció lógico:

—No creo que vengas callado por la conversación de los chicos —le dijo—. ¿Qué pasó? ¿Otra nota?

—¿Eh? Sí.

—¡Rayos! ¿Y vienes tan campante sin decírmelo? ¿Acaso estás pensando hacer alguna estupidez?

—No, Fonsi. Venía pensando, pero no me pareció bien que te la mostrara ahora. Esperaba a que estuviéramos en aula para que fuera más discreto.

—¡Joder, Ariel! Ahora nadie nos mira. Pásamela.

Ariel la tomó del bolsillo de su pantalón y se la dio.

—¡Demonios! —dijo Alfonso al terminar de leerla—. O ese tipejo es un bicho malvado a más no poder o está hablando en serio... ¡Por todos los diantres! Me está confundiendo incluso a mí... ¡Demonios!

—¿Qué puedo pensar, Fonsi?

—No pienses nada, viejo. ¿Ya le dijiste a César?

—No. Todavía no.

—¡Rayos! No sé qué pensar yo tampoco. Te pidió que le avisaras, pero con notas así... si él piensa que este tío va en serio, algo hará para averiguarlo... te quiere cuidar, pero puede que quiera apartarse para dejarte el camino libre... ¡Puta! Esto puede alejarlo de ti, viejo...

—Yo pensé lo mismo.

—Aunque...

—Aunque, ¿qué?

—¿Y si, por el contrario, le dan celos?

—¿Celos? Pero, ¿estás loco?

—Sí, sí, tío... imagínate que él está interesado en ti... al ver que quizás esto no sea una farsa... puede que piense que el tío este te gane... digo, que César pueda perderte...

—No digas tonterías, Fonsi... sigues imaginando cosas.

—Sí, tienes razón, pero sólo imaginando puedo captar todas las opciones, viejo. Tú te estás dejando llevar y si yo no te cuido, ¡quién sabe a dónde vas a parar! Por más que confíe en ti, en este caso no creo que puedas pensar con claridad.

No pudieron seguir hablando porque, llegando al aula, un par de chicos reclamaron a Alfonso por un tema de matemáticas, para variar.

Hubo que esperarse hasta el receso del almuerzo para seguir con el asunto, pero tan pronto se ubicaron en la mesa con sendas bandejas de comida y las inevitables cordilleras de arroz blanco, llegó César.

—Guárdenme un espacio que ya vengo —les dijo y fue a la fila para buscar su bandeja.

—¿Qué? ¿No le toca en el siguiente turno? —preguntó Alfonso.

—Sí. No sé por qué se adelantó —contestó Ariel.

Cuando César al fin se sentó con ellos, le recordó a Ariel que había prometido enseñarle algunas de las cuestiones de su móvil y de las aplicaciones que necesitaría para ver Facebook  y lo del WhatsApp. Pero Alfonso le empezó a hacer señas a Ariel con la cabeza para que le dijera a César lo de la nueva nota. Ariel, finalmente, cedió.

EL BESO BAJO EL SAUCEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora