Esa noche, Ariel se acostó nervioso y le costó mucho dormirse. Lo que más le preocupaba era que esta cita iba a ser un momento crucial en su vida adolescente, si el chico de las notas era real y también eran reales sus sentimientos, ¿cómo reaccionaría?
«¿Y si no me gusta?», pensaba; «O sea, ¿si es muy feo? ¿Cómo rechazarlo en una forma que no sea mortificante? O, ¿podría llegar a amarlo por su alma? ¡Rayos! Debería haber leído El Banquete».
En realidad, quien se sentía mortificado era él mismo, porque de una forma u otra, cualquiera que llegara a ser el resultado de la cita, eso significaría el primer paso inequívoco para deshacerse de sus sentimientos hacia César y ya no habría marcha atrás. Eso lo asustó. Es más, le dio pánico. En ese momento, recién, se enfrentó a esa realidad y por más que quisiera convencerse, no estaba dispuesto a renunciar a César. No le importaba nada, ni que César no le correspondiera.
«Es mi amor, es un sentimiento mío y no depende de lo que él sienta. Aunque el chico de las notas sea real, seguiré amando a César en silencio», pensó; «Pero... eso sería desleal con el pobre chico. No. No puedo hacerlo. No puedo aceptarlo por más real que sea si estoy enamorado de otro... Pero... ¿qué clase de vida me esperaría? ¿Seguir solo sin nadie que me ame, que me acaricie, que me bese?»
Y aunque recordó que podría lograr algo más, puesto que Alfonso le había dicho que le conseguiría un chico que le «hiciera el favor», sabía que no se trataba de eso; aunque el recuerdo le hizo esbozar una sonrisa... «¡Oh, Alfonso!», pensó; «¡Qué loco! ¡Mire que decir que si fuera del caso se encargaría él mismo de "hacerme el favor"!» Y ese pensamiento le hizo sonreír con más franqueza; de todas formas estaba solo en su cuarto y a oscuras.
A la mañana siguiente, llegó al colegio y Alfonso, por primera vez en su vida, había llegado antes que él.
—Ariel, tío —le dijo casi sofocado y en voz baja—. Anoche casi no pude dormir. ¡Joder! Estaba tan nervioso pensando en el «asunto», que daba vueltas en la cama como los gatos cuando se rascan la espalda en el suelo. ¡Coño! ¡Como si el de la cita fuera yo!
—¿Y tú eres el que me tranquilizaba? ¡Fonsi! ¡Por Dios! De lo único que tienes que preocuparte es de no agarrarte a golpes con nadie... y de evitar que César lo haga. Por más que todo sea una trampa o una farsa, tampoco es para hacerle daño a nadie.
—Sí, sí; lo entiendo... Pero prométeme una cosa: si te ennovias con ese chico, no dejes de ser mi amigo, ¿vale? Mira que me he acostumbrado a estar pendiente de ti y me vas a dejar... no sé... como un poco vacío.
—Yo no digo malas palabras, Fonsi, pero voy a romper mi regla: «Estás contando el huevo en el culo de la gallina», como dice mi tía Elsa, Fonsi. No te adelantes pues bien podría no pasar nada.
—Pero si pasa, prométemelo.
—Está bien, está bien... lo prometo; tonto.
Alfonso pasó la mañana de clases como si fuera un terrorista. Miraba para todos lados, vigilaba y estudiaba a todos los chicos con la expectativa de encontrar algún comportamiento extraño o anómalo. Para el almuerzo intentó seguir el rito usual de la fila y las bandejas pero no podía evitar seguir escudriñando caras y expresiones pues la cafetería estaba abigarrada de estudiantes. Se sentaron a almorzar pero esta vez, César no llegó.
—¡Demonios! —dijo Alfonso—. Creí que César podría haberse zafado como ayer.
—Ya sabes que le toca el otro turno, Fonsi, no te pongas tan melodramático.
—¡Joder! ¡Es cierto! O sea... que no veré a ninguno de los tipos de cuarto año... ¡Coño! Apuesto a que el tipejo de las notas es de cuarto... ¡Me cago en la mar!
—Puede ser, Fonsi, pero no especules, porfa.
—Es que no creo que uno menor que tú escriba como pretendiendo ser tu marido. Tiene que ser mayor. Por lo que dicen las notas, él sería el hombre y tú la...
Pero Alfonso se interrumpió.
—«La...», ¿qué, Fonsi?
—Perdón, no quise decir eso. ¡Joder, tío! ¡Hasta yo te considero que en una relación, serías... la novia... no te ofendas; ¿eh?
Ariel se rió y sacudió su cabeza.
—Pero... ahora que lo pienso... ¿no había dicho César que sabía quiénes estaban detrás de esto de la trampa? ¿No te lo dijo cuando el asunto de la cita en el gimnasio? —preguntó Alfonso.
—Cierto... Incluso me dijo que esos chicos habían hecho una apuesta...
—Y que eran de cuarto, ¿no?
—Así es.
Alfonso se quedó pensando: «Si César sabe quiénes son... ¿por qué ahora actúa como si no lo supiera? ¿Por qué deja que Ariel siga adelante con todo esto? ¿Por qué...»
—Ya sé lo que estás pensando, Fonsi —le interrumpió Ariel—. Yo también lo pensé y creo que el asunto se le fue de las manos a César. Probablemente lo de la apuesta ya pasó y ahora la cosa es distinta y ni el mismo César está seguro de qué se trata.
—¿Lo crees?
—No encuentro otra explicación. Por eso quiere ir esta tarde, para saber a ciencia cierta quién está detrás de esto y no sólo para asegurarse de que el chico tiene buenos sentimientos... Recuerda que dijo que si así no fuera le caería a golpes.
—Cierto... ¡Joder, macho! Lo que parecía una novela romántica ahora es como una de misterio. César quiere encontrar al asesino y está permitiendo que tú seas su señuelo... ¡maquiavélico!
—Estás viendo mucha tele, Fonsi.
—Piénsalo, tío... te expone y cuando el villano aparezca... ¡zás! Lo pesca con las manos en la masa.
—Lo que me faltaba... ahora resulta que soy una masa.
—No seas tonto, viejo, que bien sabes lo que quiero decir.
—Sí, sí; lo sé. Estoy bromeando.
—Entonces... ¿será que César no quiere tanto protegerte o facilitarte un noviazgo, sino que se puso a sí mismo el desafío de descubrir al villano? ¿No sería eso muy egoísta de su parte?
—Fuere cual fuese su verdadera intención, Fonsi, la cuestión es que ya nos embarcamos todos en este asunto y ahora habrá que llevarlo hasta el final. Me ha costado mucho juntar el coraje necesario y ahora que lo tengo no me vengas con argumentos que me desinflen.
—Perdón, lo siento. Tienes razón. Pero en todo caso, ya me quedo pensando de más... ¡Joder! ¿Quién me tiene metiéndome en este berenjenal?
—Eso me parece haberlo oído antes —dijo Ariel sonriéndole.
—Sí, macho, ¿por qué tengo que andar en éstas?
—Y... ¿no será que me quieres... aunque sea un poquito?
—¡Ya está! ¡Plan B! ¿Qué digo? ¡¡Plan C!! Ya me lo habías advertido: si no es ni el chico ese ni César... pues entonces sería yo... ¡Joder! No te ilusiones, chaval, que por más que me guste tu trasero, no cuentes conmigo. Como amigo, sí... Para un caso de desesperación extrema y hacerte el favor, tal vez... pero nada formal, ni me presentes a tus padres ni me pidas que le dé mi apellido a los hijos que tengamos —le dijo riendo y Ariel también rió. Alfonso, cuando quería, bien podía ser melodramático.
Al fin terminó la jornada del colegio. Ariel fue para su casa, se volvió a duchar, se vistió procurando lucir lo más agradable posible y se perfumó con la famosa colonia que le había regalado su abuela. Tentado estuvo de robarle a su madre un poco de «Diabolique», pero le pareció que quizás el chico misterioso lo sintiera un aroma muy femenino. Ninguno de sus padres había llegado todavía de sus trabajos cuando partió para el parque, llevando su libro de poesías de Jaime Gil de Biedma, tanto para disimular como para matar el tiempo por si tenía que esperar. Llegó bajo el sauce a las cinco pasadas.
—Sauce... amigo mío... —le dijo al árbol que había sido siempre su silenciosa compañía y su confidente—, sólo a ti te lo puedo decir: me estoy muriendo de miedo. Hoy... podría perder a César para siempre... sí, ese mismo... el César de quien siempre te hablo. Ya lo sabes... no me importa tanto encontrar un chico real como perder a mi chico ideal... Siento el corazón partido en dos.
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EL BESO BAJO EL SAUCE
Teen FictionNOVELA CORTA - DE TEMÁTICA GAY (Reto: #EscríbeloYa) No siempre lo que parece imposible lo es. Muchas veces, sobre todo en la adolescencia, se tiende a confundir lo difícil con lo imposible, y tanto más cuando se trata del primer amor; ese que junt...