X - Se nubla, sale el sol, se vuelve a nublar

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Lo sobresaltó una voz que en el primer momento no reconoció:

—Ariel... ¿estás bien? ¿Qué te pasó, viejo?

Era Alfonso.

—¿Qué? —preguntó sintiendo que debía volver en sí, pero que no lo lograba del todo.

—Tío, que hace veinte minutos que viniste al baño y como no volvías el profe me mandó a buscarte.

—¿Veinte minutos?

Ariel había perdido toda noción del tiempo. Por su parte, Alfonso se preocupó ante la imagen que tenía al frente: Ariel sentado en el no muy limpio suelo del baño de varones y recostado a la pared cuyos grafiti habían los conserjes intentado limpiar sin mayor éxito; sus ojos rojos y sus mejillas aún mojadas.

—Tío... perdona si con las tonteras que te dije te hice sentir mal, viejo; no fue esa mi intención —le dijo Alfonso.

—¿Eh? ¡Oh, no... no! Descuida que no fue eso.

—Entonces, ¿qué pasó, viejo? ¿Puedo ayudarte de alguna manera? Te ves fatal, tío; parece que vas a hacer un casting para «The walking dead».

Ariel se sentía ahogado y la única manera de volver a respirar era hablando con alguien, contándole todo sin guardarse nada; vomitar el veneno de una vez por todas y acabar así con tanta incertidumbre y tensión. Este era un momento ideal para eso pero el problema era el mismo Alfonso. Ariel levantó su vista, lo miró a los ojos y dudó de abrirse a él, precisamente a él, que era uno de los que más lo molestaban con el asunto de las ambigüedades de su preferencia sexual, sino el que más. Alfonso le sostuvo la mirada y lo vio indefenso, sicológicamente maltrecho y para rematar, emocionalmente impotente.

—Viejo... Si te sientes mal por... ser... gay —dijo Alfonso como contando sus palabras—; te pido disculpas...

—¡¿Qué?!

—Sí, tío... en realidad, somos nosotros... soy yo... el imbécil... Tú no te sientes mal por ser gay... somos nosotros los que te hacemos sentir mal por molestarte con eso.

—Alfonso, no digas eso... yo...

—Sí, viejo, tengo que decirlo... Quizás hay algo que tú no has entendido... bueno, yo tampoco hasta este momento... A mí no me molesta que alguien sea gay, pero si trata de ocultarlo, si se pone a jugar al disimulo... bueno... eso es como un desafío... y nosotros, entonces, nos ponemos a jugar también. Tú te esfuerzas por ocultarlo y nosotros por decirte que no nos engañas... claro que sin decírtelo abiertamente. Es algo divertido, pues es como el asunto del gato y el ratón; pero al verte así... me doy cuenta de que no es un juego... bueno, sí lo es, pero ahora no es divertido.

Ariel guardaba silencio y con su mirada perdida en la pared de enfrente. Lo oía pero la voz de Alfonso parecía provenir de otra dimensión.

—No tienes por qué confesarlo conmigo; creo que bastará con que yo te diga que ya lo sabía... siempre lo supe.

Ariel, al oírlo, quería hablar, quería confirmárselo, pero simplemente no podía.

—¡Hala! Vámonos antes de que el bedel mande a otro para buscarnos ahora a nosotros dos.

Alfonso le tendió la mano para ayudarlo a levantarse del suelo. Ariel dudó en tomarla, pero al fin lo hizo.

—¡Venga! A componer esa cara porque si no, cuando lleguemos van a creer que te hice algo malo —le dijo Alfonso riendo.

Ariel lo miraba y tenía la sensación de verlo como a través de un vidrio, como si estuvieran en dos mundos distintos y como en las novelas de ciencia ficción, se estuviera produciendo un encuentro cercano del tercer tipo. Sin embargo, Ariel todavía sentía que se ahogaba y los ojos de Alfonso no lo miraban con recriminación o sarcasmo. En ese momento pensó que iba a estallar.

EL BESO BAJO EL SAUCEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora