IX - «Querido Ariel: ...»

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Habiéndose ubicado en las graderías, los chicos se dispusieron a ver el entrenamiento, aunque Ariel seguía deseando que le hubieran dejado ir a leer a la biblioteca. Estaba sentado en silencio y no ocultaba su cara larga que a todos decía que quería salir de allí cuanto antes.

—Supongo que te estarás aburriendo como un liquen—le dijo Alfonso, el chico que se sentaba en el aula detrás de Ariel y quien había sido el que empezó el incómodo asunto aquel de las «transversales» durante la clase de matemáticas.

—Más o menos —contestó Ariel.

—¿En serio no te gusta el fútbol?

—No; en realidad no... bueno... no mucho.

—Yo sé que no a todos les gusta jugar al fútbol, pero a casi todos les gusta mirar un buen partido.

—Tú lo has dicho: «a casi todos», o sea, no a todos. No le encuentro la gracia en eso de disputarse un balón y meterlo en el arco contrario. ¿Qué tiene eso de productivo?

—¿Qué? Tío, que se trata de competencia, no de ser productivo; bueno, productivo en goles sí, pero no como parece que tú lo dices. Además, se disfruta mucho al ver las habilidades de los jugadores.

—¿Habilidades? ¿Cuáles? ¿Correr como un animal, darle una patada al otro para botarlo o incluso agarrarse a puñetazos cuando las cosas no le salen como quieren?

—No, habilidades en el regateo de la bola, las atajadas de un buen portero, la precisión de un tiro al arco... Pero, espera, espera... que lo pones como si todo esto fuera primitivo y salvaje.

—Así es como yo lo veo.

—¡Joder, Ariel! Siempre vi que eras diferente, pero no te conocía esta faceta de arrogante.

—¿Arrogante?

—Sí, tío; hablas como si te sintieras superior a esos «animales» que juegan fútbol; como si ellos todavía estuvieran en una etapa retrasada de la evolución, así como un homo erectus... mientras tú ya has alcanzado la lucidez de la humanidad.

—No es así, Alfonso, no me creo superior ni a ellos inferiores, es sólo que...

—Sí, sí... lo sé... es una falsa arrogancia.

—¿Falsa arrogancia?

—Sí, tío, dices todo eso para justificar por qué no te gusta el fútbol, pero no es cierto y ni tú te lo crees.

—¿Qué? ¿Dónde aprendiste a leer las mentes?

—En ningún lado, tío; pero como tú no eres el único tío que piensa así y ya he podido conocer otros casos, supongo que a ti te pasa igual.

—¡Ah! Entonces no lees mentes pero sí eres adivino.

—¡Joder, Ariel, sí que te pones necio a veces! No tiene nada que ver con la adivinación, es simple lógica; como dice mi hermano: «Cada vez que pasa igual sucede lo mismo».

—¡Vaya! Tu hermano es un Einstein.

—No. Él tampoco quería reconocer que le gustaba el fútbol... bueno no tanto el fútbol, sino algunas cosas del fútbol.

Ariel sintió que en ese momento la conversación había llegado a un punto donde las alarmas estaban a punto de dispararse. Cuando Alfonso comenzó a preguntarle, los sensores encendieron las luces amarillas, pero ahora, se acababan de encender las rojas y estaba a punto de que sonaran las sirenas.

—No seas tan necio, Ariel; y no desvíes la mirada de la cancha. Mira bien y dime si allí no hay nada que te guste.

«¡Suficiente!», pensó Ariel; «No sé qué es lo que éste pretende pero no me gusta nada. ¿Sospechará algo? ¿Este asunto del fútbol será tan importante como para que un chico lo tome como un indicador de si uno es gay o no? ¿O sólo es mi propia conciencia la que me acusa? ¿Será porque tengo cola de paja que en todos lados veo el peligro de que me descubran? ¿Me estaré haciendo tan paranoico?»

EL BESO BAJO EL SAUCEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora