Capítulo 33. Loving the alien. (Amando al extranjero.)

1.7K 80 225
                                    

  A solas en su habitación, ella comenzó a secar su rostro. ¿Por qué se había comportado como una estúpida? ¡Se había dejado amedrentar por él delante de su familia! ¡Debía reconocer que había bajado la guardia y que él se había aprovechado de ello, pero, no más! ¡Cambiaría de táctica nuevamente! ¡Si él quería jugar al amoroso prometido delante de los suyos, ella le daría el gusto, pero, cuando estuvieran a solas...! Sonrió arrastrando las últimas lágrimas de sus mejillas. Y por otro lado, si él decidía darle el gusto a su réplica de que no volvería a molestarla... Volvió a sonreír recordando su actitud aquella mañana con ella en aquel vestido y pensando en todos esos otros que aún no había usado. Sí. Se puso de pie irguiéndose frente al espejo. Sería divertido.

  —Tu madre es una actriz, Sarah —se recordó—. Nunca, nunca olvides eso. —"Y ella fue lo suficientemente fría como para dejarte cuando niña por su carrera, ¿no es así? Entonces, si ella pudo ser tan cruel, tú puedes serlo"—. Sí, Su Majestad. Mis ojos pueden ser muy crueles; tanto como tú.


  Jareth sentado en su lecho, frotó sus sienes. Nunca en su vida entera se había sentido tan devastado, tan afligido. ¿Qué se suponía que debía hacer? Él ya no lo sabía. Por cierto, por más que la idea pasó por su mente, no podría ir a confesarle lo que él sentía. Una vez lo había rechazado; luego, lo había despreciado y ahora... simplemente lo odiaba. Estaba seguro de que si ella pudiera conseguir alguna manera de hacerlo desaparecer de su vida, lo haría sin duda ni remordimientos. Suspiró pesadamente dejando caer sus manos a los costados, revelando una vista cansada, roja e hinchada. "Tonto" se repitió una vez más. "¿Qué has hecho? Ella nunca te amará y... ahora, no hay vuelta atrás. ¿La hay?"

  —Nunca debí haber regresado a Toby —suspiró una vez más—. Eso nos hubiera dado tiempo y... no hubiera puesto en peligro la estabilidad de ambos mundos. —Con los codos apoyados en sus muslos; refugió su cabeza entre sus manos que se deslizaron por su pálido cabello—. ¿Por qué, Sarah? ¿Por qué aún tienes tanto poder sobre mí? ¿Por qué siempre tengo que ser el villano? —Hubo un silencio. Se quedó pensando en lo que ella le había dicho, que no volviera a tocarla hasta el día de su unión. ¿Le dejaría acercarse esa noche? Tenuemente su cuerpo comenzó a convulsionarse, él intentaba controlarlo—. ¡Esto no debe ser así! ¡Yo no quiero forzarte! —confesó entre dientes y las convulsiones comenzaron a ceder. A sus pies, unas gotas se precipitaron en el suelo.


  Jareth se presentó ante la puerta con un pantalón azul, camisa celeste y el resto en su acostumbrado negro. Nuevamente omitió la chaqueta y la capa. Aquí, él dejaba de ser el rey, de alguna forma. Tras un grave suspiro de su serio semblante llamó a la puerta. La criada le saludó con cortesía.

  —Buenas noches, Su Majestad.

  —Buenas noches, Babbette. ¿Está ella lista para bajar a cenar?

  —Sí, Su Majestad. Sólo un segundo. —Volvió a cerrar. De inmediato, otra vez, la entrada estaba habilitada, él parecía muy perdido en sus pensamientos, de espaldas a ella, con la vista fija en algún punto de la pared frente a sí. Sarah nunca lo había visto distraído de esta forma. Por un momento, pensó en echarse atrás, pero, se recordó que en el Underground, no todo era como parecía.

  El suave e incómodo carraspeo tras de sí, llamó su atención. Cuando giró, no pudo evitar reparar en lo encantadora que se veía en ese vestido lila. El escote bote dejaba ver sus perfectos hombros, cuello y un poco más allá, sin mostrar demasiado. Pero, la tela iba como una segunda piel, al igual que el vestido que había usado durante el viaje. Se adhería a ella en cada curva y caía graciosamente a partir de la altura de sus caderas. En su cintura, una cinta púrpura haciendo juego con sus zapatos y con el adorno de su suelto cabello, sujeto solo lo suficiente para despejar su rostro. Por un momento, había olvidado toda su congoja y dio un paso hacia ella; pero, de repente, recordó que ella no quería que él la tocara y se detuvo.

Dulce como un durazno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora